En los oscuros anales de la moral humana, más que en la mera criminalística, tiene su sitio el infame Jeronimus Cornelisz.
Cuando ayer me escribió mi amigo Manuel Lucena, una de las autoridades en teoría de la globalización, comentándome la publicación de una nueva obra en relación al desastre del Batavia (de Peter Fitzsimons, “El Batavia”), decidí sacar de mis muchas páginas a ninguna parte, que tengo dispersas en cuadernos, algunas ideas y compartir este artículo.
Consistía en una concentración de valores contradictorios, de afirmaciones extremas, de capacidad de violencia, de expresión incontestable de poder, una ideología de dominación con absoluta independencia de acción más allá de toda moral lo que contenía el buque holandés Batavia, su principal cargamento, como un arma devastadora e inédita capaz de deshacer sociedades milenarias y viejos y soberbios imperios, ideada para convertir la recién constituida globalización en un circuito implacable de riqueza dirigido a la metrópoli. Sin embargo, el gigantesco buque tuvo el defecto, el azaroso e indeseado accidente de naufragar, la probeta de aquellas peligrosas esencias de poder se cayó y rompió liberando su contenido en un paraje del todo inesperado e inapropiado para su propósito, nada menos que unas islas pequeñas, desiertas y aisladas. El Batavia, uno de los grandes buques de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (VOC) se deshacía fruto de una mala decisión de su piloto -aunque autores, como Simon Leys, apuntan y dibujan como borracho, violento e irregular marino al patrón del buque, como verdadero responsable-. El agua hervía justo de donde surgía la Luna en el horizonte, el arrecife dio cuenta de la nave en el tiempo en que transcurrió aquella fascinación.
La vía a las indias Orientales, de la Compañía holandesa estaba inspirada en las soluciones de Arellano y Urdaneta para el Tornaviaje, buscando, simétricamente en la latitud Sur un impulso constante de vientos y corrientes al Oeste, y tenía el doble problema -por otro lado universal- del difícil cálculo de la longitud y que, los barcos de la VOC, mantenían, asimismo, un doble mando, herencia de la organización de nuestra navegación imperial, siendo que en el caso holandés se veían configurado en un sobrecargo (en este caso Francisco Pelsaert, usaba un nombre español) que desempeñaba la representación de los poderes políticos y económicos de la VOC y el denominado patrón quien se restringía a las cuestiones náuticas y de navegación.
El viaje del Batavia se configuraba en la apuesta abrumadora e imponente de 11 navíos (según las fuentes españolas) que la Compañía hizo zarpar en 1628 para dominar los mercados de Extremo Oriente y encajar el golpe definitivo a los asentamientos hispanoportugueses.
El Batavia, enorme construcción, con más de trescientas personas a bordo, incluidas mujeres y niños, y un importante cargamento material, realizó un viaje lleno de incidentes. Su separación del resto de la flota a la altura de El Cabo fue una advertencia de que había problemas con su dirección. La descripción de la navegación en aquel poblado flotante con apenas cuatro letrinas, donde la falta de agua -tal como descrbe Leys obligaba a los marineros a limpiar con la orina sus propias ropas y el saldo entre la brutalidad recibida y la ejercida definía la posición e cada individuo en ese universo.
Después, la cristalización de la enorme desavenencia entre sobrecargo y patrón, derivó en una conspiración, cuyo alcance planeado desconocemos, pero que añadió al problema del naufragio la imposibilidad de recurrir a la solución más lógica. Arrojados a unas playas remotas y estériles era necesario buscar ayuda de fuera, incluso de los lejanos establecimientos de Java. Sin embargo, el sobrecargo que no era marino no dejaría que fuera a por ella únicamente el patrón, así que las dos cabezas confrontadas y siamesas, salieron de la mano y lo hicieron sin advertirlo al resto de los náufragos.
¿Cómo se reorganizaron esos cientos de personas aparentemente abandonadas? Ahí surge nuestro personaje, Jeronimus Cornelisz. Persona de cierta formación, en la treintena, antiguo boticario en Harlem y al parecer con muchas razones para subirse cuanto antes a un barco y huir lejos de las Provincias Unidas. Alguna de esas razones, parece que no la menor, tenía que ver con sus relaciones en los singulares círculos gnósticos y librepensadores que se iban formando en las, prácticamente nuevas y agigantadas, ciudades de las Provincias Unidas, a la sombra del calvinismo. Especialmente vinculado con el pintor Johannes Torrentius, un rosacruz y alguna cosa más, lo suficiente como para llamar la atención de la inquisición calvinista que destruyó con fuego buena parte de las pinturas geniales de ese artista maldito a quien torturó con gusto. Algunos detalles de la tortura y el interrogatorio al pintor se han conservado, e ilustra el tono cotidiano y desenfadado de la destrucción del ser por aquellos profesionales. Después de destrozarle minuciosamente las piernas el alcalde inquisidor se dirigíó con un tono equidistante entre el cinismo y el sadismo a Torrentius: «Entonces, mi pajarillo, ¿cómo lo lleva?» el pintor respondió también suavemente: «Va bien, mi señor, solamente el cuerpo está un poco martirizado».
A pesar del dolor, increíblemente Torrentius jamás confesó y eso le salvó de la muerte, no así de una condena de prisión por 20 años. El capricho de un rey, Carlos I de Inglaterra, hizo que Torrentius acabase pronto en Inglaterra pintando para él al menos hasta que otro grupo de calvinistas cortasen la cabeza al propio rey Carlos.
Cornelisz que había sido el segundo del patrón y agente principal en su conspiración, dotado de una enorme inteligencia social y un carisma y poder de convicción superior se colocó al frente de aquellos náufragos. Lejos del Biblebelt y de la predestinación y la represión del pecado organizados políticamente por los pastores puritanos, construyó su propio Estado. Centralizó las armas y los víveres, identificó y reclutó sus colaboradores, dividió entre las distintas islas a los cientos de supervivientes. En ese punto, disfrutando de un poder que no le era discutido, comenzó a realizar una utopía infernal, un proceso sistemático de aniquilación, violación y tortura recreando una estructura legal que casi nos permitiría identificarlo, sin que falte ironía, como el primer Estado caníbal de la historia moderna, el concepto de Estado caníbal corresponde al historiador Luis Español uno de nuestros mayores expertos en leyendas negras y en el uso de la propaganda negativa en el ámbito historiográfico.
El poder y el miedo organizados y aplicados con habilidad pueden corromper, alistar y hacerse servir de casi cualquier conciencia. Cornelisz logró la adhesión de ministros religiosos, funcionarios de la Compañía y de prácticamente todo el registro social de aquella humanidad caída y dirigida contra sí misma.
Cornelisz intentó reducir a la población de la isla que incomprensiblemente todavía se resistía a su nueva civilización, ofreciendo a sus opositores garantías de supervivencia. Al mismo tiempo intentaba sobornar a un grupo aquellos, en concreto soldados franceses, con una enorme cantidad de plata rescatada del naufragio, para que facilitaran la toma de la isla y la entrega sus habitantes. Los soldados no se fiaron de Cornelisz y le tendieron una trampa de tal forma que fue capturado.
Aunque sus hombres, en sucesivos ataques, casi lograron libertarle, en ese momento un buque enviado con ayuda desde Java interrumpió la restauración del líder de la república independiente de Cornelisz.
Una sucesión de procesos simétricos y rápidos, que culminaban mecánicamente en la amputación de las manos y la horca, liquidaron los restos de aquellas criaturas mortales, incluido su líder, escapadas de sus jaulas de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales.
La excepcionalidad de este asunto no estaba en una pretendida singularidad de Cornelisz y su carácter, sino que esas personalidades extremas exportadas al fin del mundo para la dominación y la explotación, no habían llegado a su destino previsto, donde un poderoso engranaje encauzaría toda esa energía y la haría servir a los fines de la VOC y de las Provincias Unidas. La excepcionalidad consistía en que aquel cargamento de hombres y de monstruos, algunos indistinguibles, eran imprescindibles para el tipo de éxito que necesitaba la Compañía, quedaron a merced exclusivamente de sí mismos. Las viejas máscaras caballerescas eran caras y obsoletas. Ese tipo de seres humanos cambió con éxito para los accionistas de la VOC el equilibrio político y económico en todo el Extremo Oriente y fue preludio de muchos otros, cada vez más organizados, vastos e implacables y que llegarían, casi dos siglos después, en la creación e imposición del más extraordinario comercio por las armas, con un volumen superior a muchas industrias europeas, consistente en obligar a China y buena parte del Sureste Asiático, a adquirir masivamente y generalizar el consumo de opio.
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