” Mas vale vuelta de llave, que conciencia de fraile”.
Proverbio Español del siglo XVII
“La caxa grande con cerradura ab arcendo; y es assí que la ocasión haze al ladrón y, como dicen: a puerta cerrada el diablo se torna, que es no hallando ocasión; assí el ladrón donde halla el arca cerrada no haze presa. La mesma significación tiene cofre, nombre hebreo del verbo, cafar, que entre otras significaciones que tiene una es removere, porque aparta a los ladrones con tener guardado y cerrado en sí lo que hurtaran hallándolo a mano. Dize un proverbio: «en arca abierta el justo peca», tanta fuerça tiene la ocasión y tanta en nuestra fragilidad”
Sebastian de Covarrubias. 1616
“En arca abierta el justo peca”
Tenía que ser impresionante observar como estas cajas de caudales, -tan importantes en plena época Imperial Española-, deambulaban por medio mundo conocido. Desde Manao a Zacatecas, desde Flandes a Madrid. Esto de deambular con cofres, tenía lastres e inercias medievales. Eso de sentir como la guardia vigilaba atenta a la la impedimentos que debía llevar el cofre, en España era cosa de siglos. Hombres armados hasta los dientes que no separaban de aquella “mole de yerro”. Así fue durante mucho tiempo. Y es que esa “revolución en el consumo” empezó como consecuencia de la “mundialización ibérica”, tal y como nos recuerda Gruzinski. La circulación de personas, objetos e ideas a lo largo y ancho de las cuatro partes del mundo (África, América, Asia y Europa) durante buena parte de los XVI Y XVII requería de mayor seguridad y de cofres para transportar. Sedas de todas clases y géneros tejidos de Granada; medias y espadas de Toledo; ; rico lino de Portugal; tejidos, bordados de seda, de oro y de plata, y sombreros de castor de Francia; tapicerías, escritorios finamente trabajados, espejos, bordados y mercerías de Flandes y un largo etcétera de posesiones exóticas y variadas al que dedicaremos en un futuro un post en espejo de navegantes por el interés que atesora. Junto a estos bienes preciados de sus dueños, iban siempre también los metales preciosos. Y estos se transportaban siempre en las preciadas cajas de caudales. Se presentaban en forma de cofres o cofrecillos, pero la parte más importante, la que hacía de aquellas cajas unas máquinas endiabladamente sofisticadas era la conocida pieza del sistema de cierre, verdadero protector de las riquezas que atesoraba en su interior. Es lo que me llamó poderosamente la atención, y la que dió lugar a este post en espejo de navegantes, en mi última visita al Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Era impresionante observar de cerca la cerradura más sofisticada que las mentes del momento podían inventar. El modelo de cerradura con guardas de época romana, que impedían el paso de toda llave que no fuera la correspondiente, siguió utilizándose hasta el siglo XVIII, pero los avances de la industria de la forja a partir del siglo XIV permitieron piezas más precisas y complejas. Fue en el siglo XVI cuando se crearon modelos más complicados con resortes, ballestas y pestillos que se articulaban en un engranaje realmente difícil de entender, pero que accionado por una simple llave cerraba el mueble y protegía su contenido…
Los “cofres de Flandes”
Imponen. Imponen sobremanera. No se, será por esa mole tan maciza de hierro llama la atención hasta en la actualidad. Quizás sea por ese aura de ser uno de los objetos más codiciados en su momento. Los «cofres de Flandes» de gran finura en las filigranas de hierro y en las decoraciones de la piel, con dorados y estampados. La caja de caudales del Museo Arqueológico Nacional es un magnífico ejemplo. De poder y de gloria, de un pasado en el que se dibujaban los confines del mundo desde las estancias del emperador o de sus funcionarios de la Corona en Sevilla. Un mueble totalmente rígido y fuerte cuya estructura se acompañaba, a menudo, de cerraduras con sistemas que se llamaban “de engaño”, ya que se diseñaban para dificultar la localización de la bocallave y hacían compleja su apertura para todo “pecador”, como vimos antes, que intentase abrir aquellas endemoniadas cajas.
El cofre de hierro con tapa, paredes y barra de hierro macizo, triunfó en Europa a partir de la segunda mitad del siglo XV. El continente viejo necesitaba guarecer sus caudales y fortunas. El hierro era un material perdurable que podía resistir mejor que la madera el deterioro producido por el paso del tiempo y las impredecibles agresiones humanas. El traqueteo en los continuos viajes hacia los puertos imperiales donde se desembarcaban los metales. La riqueza. Aquella que a Hernando de Soto le llevó a enloquecer más allá del Missisipi, o a Coronado a perseguir el mito de las colinas de Cibola mas allá de los desiertos de nuevo Méjico. Que decir de Aguirre y la cólera de “Dios”, todo se transportaba un en aquellos pesados cofres de hierro. Era la incorporación de la cerradura de pasadores múltiples la que consolidó definitivamente la seguridad de estos cofres del rey. La que daba seguridad a todo el Imperio. Naves. Mapas. Estrellas y meses de planificación. Rutas de intercambio. Puertos e historia y luego, en las postrimerías del siglo XX, rincones de museos con media iluminación, para los visitantes, para los investigadores, para los que disfrutan de la contemplación del pasado en aquellos pasados. Junto al cofre, en este caso en el Museo Nacional de Arqueología, a la causa de caudales, las esferas celestes y terrestres de los holandeses que hace unas semanas subíamos a espejo de navegantes. Quizás sin darse cuenta viajaban juntos. sin darse cuenta.
Una llave desplazaba de golpe a todos los pasadores, dieciocho en el caso del cofre de la foto. El sistema había sido inventado por un cerrajero de Nüremberg, la ciudad europea que marcó las directrices a seguir en la construcción de este tipo de utensilios, como ocurríria con las navajas de Albacete o la porcelana de la Cartuja. El mecanismo, como nos rotula el MAN en su cartela explicativa, dice que comenzó a decorarse con chapas caladas, que de paso protegían el mecanismo. “Repertorios vegetales, escenas de caza, con una polifonía de motivos que incluye algunos seres fantásticos (sirena) y otros tan reales como pueden serlo los soldados con una espada o lanza, bustos de guerrero tocados con yelmo o las cabezas de elefante. Son motivos decorativos tomados de los repertorios renacentistas, con los que se ornamentaron igualmente objetos de piedra, hierro, madera y cerámica”.
Una polifonía ornamental que llama la atención al compararlo con el grosor de los centímetros de madera y hierro. Lo de siempre. Hasta en los más pequeños detalles, la belleza, imperio de la ley de estos hispanos que navegaban por el mundo. Todo iba rubricado con la firma de a belleza. Ya fuesen los angelotes en los alcázares de las popas de sus naves, pasando por las fachadas de las Universidades que se erigían en América. Las flores decoraban este objeto de codicia y de seguridad para los que la requerían. Para proporcionarles mayor prestancia y proteger el mecanismo de cierre, los cerrajeros comenzaron a decorar estos cofres con grandes bandas longitudinales de acero que ocultaban su engranaje, evitando que la carga dificultara el correcto funcionamiento de la cerradura y, al mismo tiempo, sufriera algún desperfecto, eran cosa del paso del tiempo y de las evoluciones de las cerrajerías.
Estos denominados cofres de soldadas se utilizaron desde el comienzo para el transporte, precisamente para eso, para transportar las soldadas de los ejércitos, pero también sirvieron a corporaciones y particulares que deseaban proteger sus tesoros más queridos, documentos, libros de horas, incunables, sedas, etc. Sin lugar a dudas, las auténticas “joyas históricas” que albergan las vidas pasadas de los acontecimientos del Imperio. El hecho de que comercializaran a través de las ferias, como la Medina del Campo, permite entender que se hayan localizado entre las pertenencias de comerciantes y financieros, como es el caso del inventario post mortem de Simón Ruiz, de la segunda mitad del siglo XVI. Historia y legajos.
“Los papeles a buen recaudo”
No solo los caudales eran objeto a ultranza de seguridad. Las llaves de los archivos de los municipios de los reinos hispanos no podían estar en manos de cualquier persona. Desde fechas tempranas, las autoridades regularon quién habría de guardar aquellas piezas que los cerraban. El libro de las bulas y pragmáticas de los reyes católicos recoge la conocida “provisión de ordenanzas y capítulos de los corregidores, jueces de residencia y gobernadores del reino. Fueron dadas en Sevilla el 9 de junio de 1500, en la cual se ordenaba hacer en todos los reinos de España un arca para guardar las escrituras y privilegios municipales, siglos después seguían con aquella pragmática que fueron dadas en Sevilla. La capital del mundo de ultramar.
El mueble debería tener al menos tres llaves, se repartirían del siguiente modo: “la una la tenga la justicia, et la otra uno de los regidores, et la otra el escrivano de Concejo.El justicia y los regidores se encargarían de sacar la documentación y el escribano la solicitaría para reintegrarla al arca de donde salió. La repartición de las llaves entre aquellos tres oficiales se cumplió en muchos municipios de los Reinos hispanos. Tres llaves. Tres personas, esas eran las normas que traspasarían el tiempo y el espacio.
Tres personas. Tres llaves.
Obligatoria en todos los regimientos a partir de 1.719, según ordenanza de Felipe V. Las llaves deben ser custodiadas por diferentes personas, llamadas claveros, que eran el coronel, el teniente coronel y un depositario del regimiento. Los tres claveros debían estar presentes cada vez que se abriera la caja. Esto de la seguridad y las llaves fue una cosa que siempre me ha llamado poderosamente la atención. El ingenio y el sentido común en la antigüedad al servicio de la seguridad.
Con tantas necesidades de transporte de aquí para allá, al final fueron piezas muy valoradas en toda Europa. Tuvieron su momento de esplendor en el siglo XVI y primera mitad del XVII, si bien continuaron fabricándose hasta mediada la siguiente centuria. En España aparecen recogidas en algunos inventarios del siglo XVI, que describen estos cofres de hierro como piezas originadas en las ciudades germanas, las famosas “cajas de alemania”. A partir del siglo XVII en algunos talleres europeos se fabricaron en serie, su uso era cada vez mas solicitado en un continente necesitado de transporte y seguridad. Actualmente, la mayor parte de estas obras, de estas curiosas “cajas de yerro” se encuentran depositadas en Museos e instituciones oficiales. Olvidadas para el público en general, pero rodeada de enigmas y de poder en el pasado. Esta que vemos hoy del Museo Arqueológico Nacional sin lugar a dudas unas de las piezas más impresionantes que he podido ver en un tiempo. A través de sus salas expositivas uno puede ver como el transcurrir de los siglos como queda suspendido en el tiempo para siempre.
Una última curiosidad sobre las “cajas de yerro”. Un viejo cofre, que permanecía criando polvo en los almacenes de la corporación provincial en Catarroja de Valencia, se convirtió en uno de los grandes protagonistas de la exposición de la diputación Valenciana, no sólo por su impresionante aspecto, que ya de por si impresiona, madera recubierta de bronce que roza los 2 metros de alto, sino por los enigmas que lo envuelven, por una razón bien sencilla. No ha podido ser abierto a día de hoy. Incluso el conservador de la sala, Manuel Gozalbes, confesó que han intentado descubrir el contenido de la caja, pero que los técnicos fracasaron al pretender abrirla. La extraña arca tiene un dispositivo triple de apertura, pero el perfil de las tres llaves que la abrirían queda oculto tras los orificios, por lo que resulta imposible realizar unas copias. Es lo que tiene una cerradura triple, justo como la que contemplamos en el Museo Arqueológico Nacional. El ingenio del pasado. En pleno siglo XXI y aún sin poder abrir estas cajas de hace siglos. Hacían bien su trabajo.
Carrera de IndiasOtros temas