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El “Maud”. La aventura del naufragio que regresó a puerto 87 años después

El “Maud”. La aventura del naufragio que regresó a puerto 87 años después
Javier Noriega el
 “Sería imposible encontrar un paso adecuado, al menos hasta que las generaciones futuras avancen en sus conocimientos de la técnica”. 
James Cook en relación al descubrimiento del paso del noroeste

La inspección técnica Noruega, que respondía al interés de poder salvar al naufragio del olvido, concluyó que el casco de madera de la nave estaba en condiciones óptimas y podía ser levantado finalmente del sarcófago de hielo en el que había estado atrapado durante los últimos decenios. El informe llegaba a una clara conclusión; el estado de conservación de la estructura de su arquitectura naval era excepcional. Pero no todo eran buenas noticias. Si no se intervenía urgentemente sobre el pecio, este corría peligro de ser destruido y desaparecer en breve. En diez años era posible que no se pudiese salvar el naufragio, debido al daño progresivo al que se estaba sometiendo su estructura en las condiciones actuales, acostado como una criatura agonizante en aquella enorme banquisa de hielo y nieve en un lugar prácticamente desconocido del ártico. Aquella nave legendaria, la que formó parte del sueño de Admunsen para el reto histórico de explorar el polo norte, podría salvarse de la destrucción segura del futuro y del olvido del presente. Para ello, en 1995 y 1996 se llevó a cabo una detallada inspección profesional del naufragio por el arqueólogo James Delgado. Las conclusiones confirmaban que el naufragio tiene importancia internacional como patrimonio cultural, dado su legado y su excepcional estado de conservación y que se trataba de un legado histórico de especial interés para Noruega y la cultura escandinava en relación a las exploraciones árticas. Su historia estaba ligada íntimamente a una cuestión bien clara; la edad dorada de los exploradores geográficos polares. Una historia que merece ser narrada con la altura que se merece. Sólo había que ponerse manos a la obra. Y se pusieron.

Vencer a toda costa al olvido
Durante una buena parte del siglo XIX el barco más famoso del mundo era noruego y estaba diseñado para la ciencia y para la paz, se trataba del Fram, en Noruego “adelante’”. Diseñado y construido de un modo muy particular para navegar en condiciones extremas entre las olas, el hielo y las estrellas. El resultado era un navío completamente innovador y espectacular para su época. E

l explorador noruego Fridjof Nansen encargó el proyecto en 1892 al diseñador de origen escocés radicado en Noruega, Colin Archer. Este genio de la ingeniería naval tenía un objetivo; conseguir que el buque que iban a crear navegase más al norte de lo que nadie había navegado jamás, y posiblemente de usarlo como punto de partida para alcanzar el polo norte.

 Inspirado por su compatriota Nansen, Amundsen no tardó en adoptar la táctica y la estrategia, su metodología y todo su Know How. Suele suceder, los soñadores suelen tener siempre una inspiración. El caso de Nansen es muy curioso, un hombre excepcional que no pasaría a la historia por ser todo un Premio Nobel de la Paz por su trabajo en favor de las víctimas de la Primera Guerra Mundial, sino precisamente por sus esfuerzos en relación a las aventuras de exploración árticas. Por su carismático orden aventurero, su ingente esfuerzo en esto de las exploraciones y aventuras polares, la valentía en ocasiones tiene merecido premio. La búsqueda del polo Norte magnético, un punto separado del geográfico, fue una excusa excelente para encontrar apoyos para su próxima expedición: el Paso del Noroeste, un paso que es paradigma estratégico en la actualidad y que en su momento fue objeto de una carrera de descubrimiento por parte de las naciones más avanzadas de su época. Una antigua cuestión, por otro lado pendiente de resolver. Que se lo digan a España.

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Los derechos territoriales españoles sobre Alaska y la costa oeste de Norteamérica databan de la bula papal de 1493 y del Tratado de Tordesillas, que asignaron a España todo el territorio de América tras su descubrimiento. El rey Carlos III de España  envió una serie de expediciones a las costas de las actual Canadá y Alaska, entre 1774 y 1793, para defender sus intereses, verificar la posible salida o entrada del mítico paso del noroeste y contener la colonización ilegal de británicos y rusos sobre aquellas tierras. Al fin y al cabo se trataba de hegemonía y poder, buena parte del espíritu que alimentaba la gloria con la que estos aventureros inflamaban sus sueños

. Luego vendría el honor y esas cosas, siempre de la mano de un poder bien interesado en alzar a sus héroes, sobre todo con un marco inigualable como es el de las banquisas de hielo, las tormentas de nieve y la muerte de muchos de los expedicionarios que intentaban retar aquellos infernales límites de la supervivencia humana. Que se lo digan al enorme revuelo que se montó en 1775, cuando el ballenero Herald encontró el Octavius a la deriva cerca de Groelandia, con los cuerpos de la tripulación sin vida congelados bajo cubierta. Menuda historia la del Octavius, que pudo haber sido el primer velero occidental en hacer el Paso, aunque el hecho de que le llevara 13 años hacerlo y que falleciera toda la tripulación poco después…En aquella época de la historia, el primer avistamiento o descubrimiento de un territorio, con sus correspondientes actos de soberanía, daban titularidad a una nación sobre un territorio, o legitimidad para reclamarlo como propio ante otras naciones. En los siglos precedentes, diferentes marinos exploraron las gélidas e inhóspitas aguas del norte, muchos de ellos acababan siempre derrotados por el frío extremo y los vientos contrarios. Frobisher, da nombre a una de las habías más gélidas que podamos conocer de por aquellas latitudes. Curiosamente bueno de Frobisher, el que enfurecido gritaba a Drake por entretenerse en cuestión de botines en pleno enfrentamiento con la Gran Armada allá en el canal de la mancha, cuando se enfrentaba a los hispanos en 1588. El mismo que calzaba y vestía, aunque esa es otra historia.

 Durante un tiempo, la búsqueda de ese paso del Noroeste, por múltiples cuestiones, fue abandonada. Hasta que llegaron los suficientes adelantos tecnológicos, como recordaba Cook,  para poder pretender abordar esta aventura.

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sta mítica singladura, la del paso del noroeste, ocasionalmente abierta entre los hielos árticos, era una posible ruta marítima que comunicaba el norte de los océanos Atlántico y Pacífico por el norte del continente americano, ahorrando miles de kilómetros a la navegación mundial y siendo un hito geográfico de importantes consecuencias para la exploración. Y los Noruegos daban un paso decidido para abordar dicho reto.

La aventura del paso del Noroeste, la expedición del Maud
La aventura del Maud se desarrolló en plena “edad heróica” de la exploración. Ayudados por el hálito de ese siglo XIX  plenamente romántico y empujados por conocer los últimos espacios en blanco de los mapas terrestres, esta que nos lleva a los confines del mundo, donde las temperaturas en ocasiones caen a decenas de grado bajo cero y donde las vidas se cortan en el filo de una navaja, surge el interés de conocer la vía que une los océanos por el temible paso del noroeste. Un gran propósito, atravesar el Océano Ártico, para conectar los estrechos de Davis y Bering. Una idea descabellada que que discurría por un conjunto de cabos y estrechos inhóspitos localizados en el archipiélago ártico canadiense, entre las grandes islas árticas y las tierras continentales. Una ruta necesaria para reclamar derechos, para abrir nuevas rutas comerciales y al fin al cabo para ejercer soberanía sobre tierras que en ocasiones son hielo. Una misión de un reto tal, que finalmente llevaría a cabo en 1918 a bordo del navío de construcción propia Maud, que a su vez se basaba en la experiencia previa de la conquista del polo sur y de su periplo con el Gjoa, un pequeño ballenero con el que el explorador Noruego saltaba a los confines del mundo, para entre otras cosas, dar esquinazo a las deudas económicas y financieras que le perseguían en su vida cotidiana de urbe y adoquín portuario.

Tras la impresionante experiencia que Admunsen consiguió forjar en sus diferentes andanzas por el polo Norte y Sur, se centró en la aventura futura del Maud, una que para él aparecía como trascendental. Con él pretendía navegar desde el océano Atlántico hasta el Pacífico a través del océano Glacial Ártico, por la costa siberiana de la Unión Soviética. Su plan pasaba por dejar el Maud atrapado en los hielos. Tras las imponente gesta lograda en el Polo Sur, las intenciones de Roald Amundsen en 1918 consistían en repetir el periplo de Fridtjof Nansen por el océano Ártico, tratando además de aproximarse lo más posible al Polo Norte. La expedición contaba con una importante ambición científica que sería liderada por Harald Ulrik Sverdrup, todo un respaldo técnico para la aventura.

Retornar a casa, recordar la historia del buque 
Las impresionantes historias de superación y de aventuras polares bien han quedado plasmados en libros de memorias, narraciones o ensayos históricos que tratan de resumir y sintetizar siglos de exploraciones en los casquetes polares y sus inmediaciones. Hasta ahora libros, fotografías legendarias, trineos, incluso latas o cajas de intendencia recuperadas entre los hielos esbozaban un relato, prácticamente universal. Pero hasta el momento nunca un barco había protagonizado este relato, esta aventura y eso que ellos, los buques, ocupan un importante lugar en estas historias. La memoria de aquellas hazañas han sido puesta en valor por sus principales protagonistas, especialmente Reino Unido con sus Scott, Shackleton and company, bien amortizada desde hace decenios por la divulgación inglesa legítimamente interesada en disponer a sus héroes y estas historias fascinantes en el territorio de las leyendas; a este propósito como me acuerdo de todos los exploradores y descubridores hispanos que dibujaron el mundo y que están todavía a la espera de su puesta en valor de manera decidida, especialmente por el impulso público y cultural de sus propios paisanos. Rescatar los barcos protagonistas de las mejores historias, cuando poco es innovador y pionero por todo lo que ello conlleva. También es otra de nuestras asignaturas pendientes. El rescate del Maud no es sólo un reto impresionante de ingeniería, sino especialmente una voluntad de no olvidar a los protagonistas marítimos señeros del pasado. Una nave de madera de roble, construida para soportar los inviernos del Ártico, pensado originalmente para el mítico explorador noruego Roald Amundsen, el primer hombre en llegar al Polo Sur, volvía a navegar desde su “lecho de muerte”. De esta forma y por primera vez en más de 86 años, el navío flota sobre la superficie del mar, curiosamente, una vez naufragado. Son pocos los  barcos que pueden contar esta historia. Y es que la importancia del navío es singular. Entre sus maderas y cubiertas Amundsen, vivió varios acontecimientos que pudieron cambiar el transcurso de la historia. De un lado casi muere precisamente en la expedición del Maud por un oso polar, salvándose en el último minuto. En otra ocasión entre las cubiertas casi muere envenenado por intoxicación de monóxido de carbono, de nuevo en la misma expedición, lo cual le impediría poder explorar fuera del barco a bordo de los trineos con perros que tenían preparados. Además de estos accidentes, en sus navegaciones a bordo del Maud, también dió lugar a un montón de datos científicos sobre el medio ambiente del Ártico. El director científico de Amundsen a bordo del Maud fue Harald Sverdrup, un oceanógrafo exitoso que más tarde se convirtió en director del prestigioso Instituto Scripps en San Diego. El esfuerzo científico del  equipo a bordo del Maud fue notable, registrando observaciones magnéticas, astronómicas y meteorológicas, tomando fotos de las auroras boreales, incluso se registrarían tras siete meses entre la gente de Chukchi en el noreste de Rusia, múltiples apuntes etnográficos sobre el idioma y las costumbres de la tribus. Al fin y al cabo era, a pesar de su juventud, nos encontrábamos con un buque repleto de historia.

Un buque llamado a hacer historia
El Maud estaba llamado a contar grandes historias y para ello su botadura se realizó en junio de 1916. Amundsen estrellaba un trozo de hielo contra el arco de roda de proa o más bien hacia chocar de frente al recién nacido contra lo que sería su natural ecosistema en el ártico. Para este acto protocolario, el experimentado marino le daba vida a aquel barco del siguiente modo: “No es mi intención deshonrar al champagne glorioso, pero a partir de ahora, ya tendrás el sabor de tu verdadero ambiente. Para el hielo te han construido, y en el hielo se quedará la mayor parte de tu vida, y en el hielo se resolverá tus tareas…  “Con el permiso de nuestra Reina, te bautizo Maud”. Lo tenían y lo tienen claro, de ahí la importancia de este episodio marítimo que traemos hoy a espejo de navegantes. Los noruegos,  su sociedad civil, con Waanggard liderando el fantástico proyecto de hacer regresar la nave a casa, hacen buena su tradición marítima y marina de preservar su memoria, de disponerla a sus congéneres y paisanos para su disfrute y musealización. Con su proactividad quieren pasar a la historia, junto a los barcos protagonistas de sus exploraciones y lejanas hazañas. Es ejemplar que los otros buques utilizados en las exploraciones polares de Amundsen, Gjøa y Fram , se han conservado en el Museo Marítimo Noruego de cara a enseñar en el presente y en el futuro su legado naval y marítimo, las raíces de su estado y su cultura. Con estos precedentes, tienen una magnífica base de cara al futuro cultural de su país.
 “Tiene mucho que decir a la hora el Maud a la hora de maniobrar en aguas poco profundas”, escribió.  El Polo Norte había sido reclamado públicamente en 1908 y la expedición Maud tendría un claro perfil científico. Amundsen estaba orgulloso del diseño de aquella nave. Las fotografías de los Reyes estaban colgadas de la pared del salón principal. El suelo estaba cubierto de alfombras de linóleo y fibra de coco. Los ojos de buey de bronce, unas joyas torneadas en talleres navales estaban configurados con vidrio doble para el aislamiento. Todo estaba pensado al milímetro. Las lámparas se colgaban debajo de las claraboyas para dar una buena luz durante el período más oscuro. Todo aquello seria la arqueología sumergida de la vieja “maud”.

Una fotografía del pasado. El naufragio

A principios del siglo XX, cuando obtenemos las fotografías en sepia o blanco y negro de estos grandes exploradores, quedaban pocos retos para el ser humano en cuanto a la geografía, exploración y conquista de nuestro planeta tierra. Curiosamente las ambiciones mundiales de exploración se fijaban en los dos Polos. Aún era posible disfrutar del sabor de la aventura y recientes noticias nos hablan del descubrimiento de cataratas y nuevas fronteras. Ya por entonces se conocía casi todo lo que había que conocer sobre el Continente Americano, sobre Oceanía, África, Asia… por tanto, las naciones y sus instituciones buscaban nuevas ambiciones, nuevas metas. Había que conquistar el Polo Norte y el Polo Sur. Y en el norte estaba el “Maud” dando bandazos de un lado a otro, intentando conquistar el mar de hielo.

En aquella maravillosa aventura y tras una serie de años navegando a merced del hielo, una fuga causada por el eje de la hélice hundió al Maud en 1930. Una avería que es rara, pero cuando sucede tiene tintes de negros presagios. Curiosamente a mi buen amigo, marino y navegante Carlos Pérez de Sail&Fun, nos narraba la semana pasada lo mal que lo pasó en el inminente naufragio que sufrió frente a la transitada costa de Benalmádena, por culpa de…¡el eje de la hélice¡. La misma avería, rara y extraña, pero mortal. Navegar y naufragar, una relación demasiada estrecha en ocasiones… En el caso de la Maud, un monstruo marino atrapado y durmiente entre el hielo. Una parte de la madera de la estructura nave fue recuperada para algo básico en esas latitudes, encender fuego. La madera, como ocurría hasta que lo rescataron de su tumba, sobresalía de la corteza de hielo con sus regalas y baos.  Se trataba de la huella de un barco histórico que no se podía dejar en el abandono y el país escandinavo actuó actuó. De este modo, Noruega tomó de nuevo la propiedad del Maud en los años 90. Después de un largo tramo de obstáculos legales y logísticos, un equipo de rescate noruego finalmente obtuvo el visto bueno para elevar el Maud y traerlo de vuelta a un museo hecho a medida en Vollen, Noruega. Un museo que se basa en oto de los relatos que nos narran desde su cultura marina y ancestral en el Museo Fram. El país del mundo que ostenta el número 1 en el top del bienestar, recuperaba un trozo de su historia naval. La que está intrincada en su ADN y vida diaria, la que hace posiblemente un país mejor.

86 años más tarde vuelve a puerto.
“Ella vino, lentamente, con gracia, al igual que lo haría una reina”, comunicaba el gerente del proyecto, Jan Wanggaard a los medios preocupados y ocupados por el rescate del Maud. Comparaba los primeros movimientos del naufragio, reflotado y con el casco de madera en buen estado, en superficie. “La historia de la expedición y la historia del propio Amundsen es poderosa y está llena de historias interminables sobre los seres humanos, que en ella vivieron dotados de una fuerte voluntad y coraje para empujar los límites y explorar los misterios de la vida y la naturaleza”, concluía. Amundsen era un ejemplo de todo ello. Nuestro explorador desapareció finalmente en otra historia que lideró, el 18 de junio de 1928 mientras viajaba en una misión de rescate en el Ártico. Su equipo incluyó al piloto noruego Leif Dietrichson, al piloto francés René Guilbaud ya otros tres franceses. Buscaban miembros desaparecidos de la tripulación de Nobile, cuyo dirigible Italiano se había estrellado al regresar del Polo Norte. La búsqueda de Amundsen y equipo fue cancelada en septiembre de 1928 por el gobierno noruego y los cuerpos nunca fueron encontrados. En 2004 ya finales de agosto de 2009, la Marina Real de Noruega utilizó el submarino no tripulado Hugin 1000 para buscar los restos del avión de Amundsen. Las búsquedas se centraron en un área de 40 kilómetros cuadrados (100 km2) del fondo del mar, y fueron documentados por la productora alemana ContextTV. No encontraron nunca nada del vuelo de Amundsen. Pero a buen seguro, como ocurrió con la preocupación y la responsabilidad que demuestran desde hace años con su patrimonio cultural, su legado y su memoria, como ha ocurrido con la increíble historia del Maud, lo encontrarán y lo mostrarán al mundo. No cabe ninguna duda.
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