“Estando consumiendo en la dicha misa, después de dadas las diez, se oyó grande estruendo de artillería frente de esta ciudad, en el golfo, que horrorizaba porque hacía temblar los edificios de esta ciudad…Y duró el combate sin cesar desde dicha hora hasta las siete de la noche, que fueron nueve horas. Y a la oración, cesó la batalla con la noche”. Actas capitulares del cabildo eclesiástico de Málaga. Agosto. Año de 1704
Frente a las costas de Vélez–Málaga dorada costa del sur de España, verano de 1704. Reinaba Felipe V y la corona inglesa nombraba hace unos meses a Isaac Newton como Sir. En el trono conspiraba recientemente Ana de Inglaterra. Recién llegada y con un rompecabezas estratégico sobre la mesa de aupa. La sorpresa de la toma de Gibraltar por el almirante Rooke suponía también un importante giro y radical cambio en toda Europa y más en el sur de España y la puerta del Mediterráneo. Toda una urgencia para el Borbón. Mientras, en el pueblo de Blindheim, a orillas del Danubio se produce la batalla de Blenheim, todo un mito historiográfico y una de las grandes hazañas para los ingleses, que en boca de Winston Churchill aún se rememoraría años más tarde. Tuvo que ser buena para recordar durante siglos.
El mes de Agosto de 1704 se despertaba guerrero, sables y cañones retumbaban por toda Europa. En realidad, hacía tiempo que eran momentos de juego de tronos. El de España temblaba. Una excusa. La falta de descendencia que acabaría con un linaje de siglos. Carlos II, que para la historia pasaría como el hechizado, no fue capaz de engendrar infante, dejando abierta la puerta a ese miedo atávico de todas las monarquías. El no dejar heredero claro por genealogía que defienda sus designios. Suficiente casus belli, máxime cuando Felipe V fue proclamado rey de España, desde los salones del palacio de Versalles en 1700. Se producen los movimientos geoestratégicos de las principales potencias Europeas del momento para jugar sus cartas e intereses. De ahí que la reina Ana tuviese que jugar y no estaba sola. Los interesados disponen a sus alfiles negros y damas blancas a jugar en ese damero que era España. Y ocurre que mientras el rey ordenaba las cortes de Cataluña en Barcelona, de otro lado se formaba en La Haya la terrible tempestad que iba a caer sobre la monarquía hispana y Francesa. Guillermo III era el alma de la liga que se estipulo en aquella ciudad entre Inglaterra, Holanda y el Emperador. Los príncipes de Alemania, que al principio querían ser neutrales, ganados por Leopoldo en la dieta de Hailbrob, accedieron a la alianza. Era el comienzo de la planificación de una guerra de Naciones.
Y así, entre las naciones, el paso de los años y el azar se daría lugar a una de las mayores batallas navales de Europa, frente a las costas de Málaga, en el llamado Mar de Alborán. Una batalla de naciones que enfrentaba a las cuatro armadas más potentes del momento, en la que un guardamarina desconocido (un tal Blas de Lezo), pero hábil y valiente al parecer en el arte de la guerra, comienza a forjar su leyenda. Los testimonios fundamentales y claves para entender la batalla, los diarios de a bordo de los principales protagonistas que vivieron en directo aquel infierno. Fuentes de primer orden, que vieron y oyeron todo aquello en vivo.Tenemos muchos y detallados que van desde almirantes, oficiales de navío, marineros, incluso cirujanos. Es lo que tiene la historia, se puede escribir de múltiples maneras, sólo hay que escribirla. Además, para más inri, el diario de a bordo del almirante del Conde de Tolosa, en el que relata el antes, durante y después de la batalla, así como los informes que hacen de la contienda los almirantes ingleses Rooke y Shovel, son tremendamente detallados. Es fácil hacerse la idea del asunto, incluso es trepidante leer la viveza de algunos de los testimonios, que nos explican las posiciones de los buques y las maniobras en aquellas intensas horas. Especialmente cautivador es el diario de campo y el informe de la batalla que el oficial del Eagle, lord Acrhibald Hamilton, escribe al jefe de la flota una vez terminada la batalla, con los heridos aún en cubierta y rumbo en aguas portuguesas a la Inglaterra. Recuerda poderosamente a la literatura de los mejores marinistas e incluso a los trepidantes informes de algunos oficiales de la batalla de Trafalgar.
Quien quiera conservar el sabor completo de la lengua de la época, es fácil hacerlo, al echarle un vistazo a las reproducciones de los diferentes originales que existen sobre la batalla y que tienen a sus protagonistas directos en las cubiertas. Un completo entramado de legajos se encuentra conservado en la The Newberry Library de Chicago, basado en las informaciones de un oficial francés. A pesar de todo, es curioso observar, como con tantísima documentación de primer orden para el estudio de la batalla, que esta sin embargo sea tan, tan desconocida. Es así para el público en general o incluso para las publicaciones especializadas. Afortunadamente en España tenemos los recientes estudios de los historiadores Francisco Montoro y Miguel Ranea, que recogen en un revelador y reciente ensayo, una amplia cantidad de testimonios sobre la Batalla, así como los anteriores estudios de los malagueños Francisco Cabrera Pablos y Olmedo Checa, entre otros. La documentación aportada por el almirante y ex director del museo naval de Madrid, D. Jose Ignacio González-Aller, providencial como siempre, para atender a muchos de los elementos y detalles significativos de la batalla. Cesáreo fernández Duro, fuente obligada. A pesar de esta luz que vierten los autores, y a pesar de ser unos de los hechos militares más trascendentales en la historia naval de España y en sus propias aguas (Gibraltar sigue en poder de los británicos, entre otras cosas por consecuencia de esta batalla) mucha gente aún desconoce que pasó. Y la batalla tuvo tela. Pasemos a ella y juzguen por ustedes mismos, después de conocerla en profundidad tras su investigación, podemos dejar bien claro que fue una d las batallas navales más importantes de la historia de España. Después de encontrar aquí y allí retales, es curioso que aún sigue sorprendiéndonos vivamente. Tal día como ayer, hace 309 años, la costa de Málaga se despertaba con noticias dispares, incierta, teñida de rojo y posiblemente con muchos marinos inertes llegando a las cosas del litoral…
En aquel verano de 1704, la situación geopolítica del Mediterráneo ya tenía claro el escenario. Sus aguas cercanas se llenaban periódicamente de barcos de Inglaterra y Holanda, esperando el momento propicio parar abrir un frente por el sur peninsular. El objetivo; luchar por la posesión de Gibraltar. Por lo tanto, la descripción de los acontecimientos que condujeron a la batalla puede comenzar desde el día, en el que la alianza conquistó el Peñón en el 4 de agosto 1704. Es importante esta lectura. A este propósito, existe un cuadro, pequeño y anónimo en el Museo naval de Madrid (ese bendito lugar que nos relata desde hace más de un siglo y medio nuestro pasado, y nuestra mar) que encierra un importante significado. Como si se tratase de una vieja novela. Solo que ahora se trata de historia. El pintor de aquella escena, en la que sobresale el rojo y la silueta de un navío del temprano siglo XVIII, lo tenía claro. La batalla naval de Vélez y la toma de Gibraltar eran dos episodios unidos, uno iba con el otro. Aquella era un solo cuadro que contaba al menos dos historias. Y así gráficamente estaba dispuesto en aquel pequeño cuadro, que rezaba “batalla Málaga”, y en cuya parte izquierda del cuadro mostraba cartela que dice: Año de 1704, mostrándonos la Baia de Gibraltar, las Trincheras del Sr. Marqués de Villadarias, la Batería de la Puerta de Tierra y el El Muelle Viejo. Correlativo a este, se pinta la sucesión de hechos que dió lugar a esta toma de Gibraltar, que no era otro que el del enfrentamiento de las dos armadas, ubicadas ambas en líneas y en paralelo, haciendo fuego ampliamente ambas de toda su artillería. El cuadro reflejaba perfectamente la batalla frente al litoral de Vélez-Málaga. Allí estaban representadas fielmente todas las bocas de bronce escupiendo fuego unas sobre otras, desatando la mayor batalla que estas costas recuerdan.
El almirante Rooke llevaba tiempo ejecutando como hábil cirujano, certeros y eficaces estoques sobre lugares estudiados. Su objetivo, tomar las plazas fuertes de un lado y otro de la llave del mediterráneo. Astuto que era el chaval. Así después de repetidos y fallidos intentos sobre las defensas de Ceuta, tuvo que retirarse con su poderosa flota. Si hubiesen conseguido la plaza, la hegemonía sobre las puertas del Mediterráneo se hubiese dado sobre las dos orillas. Casi nada. La posesión de Gibraltar, ha sido, es y será una ventaja tan estratégica para la alianza anglo-holandesa, que inmediatamente cambió las estrategias de guerra de todos los beligerantes en aquella guerra de Sucesión. Para la alianza el objetivo estratégico primordial era mantener a Gibraltar. Para los franceses y Españoles, el objetivo estratégico era la reconquista de Gibraltar. Poco después de la conquista, los dos objetivos dependían casi directamente en el control de acceso de Gibraltar al mar. Quien perdiese o ganase aquella condición se llevaría la victoria. Eran las reglas del juego.
Enfrente y apresurados, menos de una semana después de la captura de Gibraltar, el almirantazgo inglés recibe despacho. La flota francesa bajo el mando de Toulouse y d’Estrées se aproximaba para reconquistar Gibraltar. Dejando a la mitad de sus marines para defender el importante bastión conquistado (y que así no le ocurriese lo que pasó con las tropas Españolas, ya que en el momento de su conquista tan solo se encontraba defendida por 57 soldados regulares y 150 hombres de milicias). Ante esto, y una vez desembarcada la tropa de infantería, Rooke decide salir con la flota anglo-holandesa para enfrentarse al adversario. Estaba listo para que se diese una de las batallas navales más numerosa sobre lo mares. Y si bien, como dijimos antes, la batalla apenas es conocida, impresiona y resulta sorprendente ver como cuatro naciones aportan armadas, y por tanto los mejores barcos que conocían sus astilleros. La batalla decisiva tendría órdenes en cuatro idiomas. Cuatro eran las banderas de guerra y las tradiciones militares que enarbolarían enseñas. Entre los hinchados velámenes, sería posible observar aquel espectáculo de más de 130 navíos de guerra en paralelo y en línea. En muchos casos, lo mejor de cada casa. Las fuentes nos hablaban de un espectáculo impresionante, y a tenor de los datos no se equivocaban. Con estos datos en la manos nos encontramos, con una de las más numerosas de Europa, y en un momento de cambios tecnológicos a tener en cuenta, donde no sólo la táctica de enfrentarse en línea era reciente (con la necesidad de navíos de porte que puedan aguantar dicho bombardeo), sino que se produce una sofisticación de la guerra en múltiples campos. Simbólica son las ordenanzas del mismo año en el que se decretan el uso de fusiles y bayonetas, abandoáandose los mosquetes y picas que dominaron los campos de batalla durante siglos.
El porte de algunas de las naves impresiona. Especialmente una de las capitanas Francesas, Soleil Royal, donde consta que se encuentra artillada con más de 130 piezas. Batalla considerable , y ahí esta, sin pena ni gloria en los anales. Si atendemos a Lepanto (1571), Armada invencible (1588), Trafalgar (1805) y Navarino (1827) (cuatro de las batallas navales más conocidas de época moderna), nos encontramos que en número de naves tan sólo la armada liderada por Don Juan de Austria en Lepanto y la catástrofe de la invencible, superan al enfrentamiento en aguas del mar de Alborán. La flota de don Juan de Austria se hizo a la mar con 230 naves tripuladas. Mientras que los turcos mandaban armada de 271 barcos. En la conocida Invencible, sobre la cual ya hemos trabajado (y lo seguiremos haciendo) en espejo de navegantes, nos encontramos con 130 naves (la mayoría de ellas de carga), pero con un total aproximado de 4400 cañones por ambos bandos. En la batalla de Velez-Malaga, ya solo uno de los bandos casi sumaba con sus 3614 cañones esa cifra.
Sobre la batalla más conocida de la historia, Trafalgar, las pérdidas humanas franco-españolas alcanzaron a unos 3 mil muertos y mil heridos (la de 1704 ya de por si tuvo el doble de bajas). Si atendemos a los datos de navarino, las flotas francesa, británica y rusa, mandadas respectivamente por los almirantes Henri-Daniel de Rigny, Edward Codrington y Loguin Petrovitch Heyden, se reunieron en el Mediterráneo dispuestas a asestar un golpe decisivo. Para este “golpe decisivo” esta escuadra aliada se componía de 10 navíos de línea,10 fragatas y seis barcos menores. Sin embargo Navarino si paso a la historia. La batalla naval de Málaga, apenas recordada, salvo en las vitrinas, con algunas medallas conmemorativas que se exponen en las mismas, y algunas librerias remotas. Es lo que tiene la historia. Sin embargo para los que allí presenciaron semejante infierno, quedarían grabadas en sus retinas. Para el resto de sus vidas.
Y allí estaban. Todas la naves dispuestas una enfrente de las otras. El impresionante Soeil Royal, con Langeron al frente, avistando al Albermale de Callenburg. Las insignias del jefe de la flota, las del conde de Tolosa, en su impresionante Foudrayant, frente a la par del Royal Catherine de Rooke. Como mandan los cánones. Las naves señeras mirándose, vigilandose una a la otra, pues iban a participar en encarnizada batalla. Había llegado el día. Atrás quedaban los días de navegación por el Mediterráneo para arribar al sur, y llegó el momento que estaban buscando.La escuadra francesa había salido de Tolón apresuradamente y en Málaga se habían unido algunas galeras españolas mandadas por el conde de Fuencalada, única fuerza disponible. Se componía pues la escuadra franco-española de 51 navíos de línea, 6 fragatas, 8 brulotes y 12 galeras, sumando un total de 3.577 cañones y 24.277 hombres. La escuadra anglo-holandesa al mando del almirante Rooke estaba compuesta por 53 navíos de línea, 6 fragatas, pataches y brulotes, con un total de 3.614 cañones y 22.543 hombres. Y ambas masas de velas, jarcias, cascos bruñidos, pólvora y voluntades se aproximaba la una a la otra. Y los comienzos, fueron claves para el desarrollo de la batalla. Como siempre. El 20 de agosto, la flota inglesa regresa a Gibraltar después de que se fue a la costa de Berbería a reponer el agua. El viento viene de levante. A pesar de enviar algunas naves a vanguardia, la flota enemiga había sido vista 10 millas a barlovento. Se celebra por tanto consejo de guerra urgente, y se decide por parte inglesa navegar al este con el fin de enfrentarse al enemigo. Por fin, los días 22 y 23 la flota franco-hispana es localizada, y tras realizar diferentes maniobras de aproximación por parte del francés, con cautela, con el mismo detenimiento que el ingles buscaba al adversario. Rooke hace ostensibles señas de preocupación porque el enemigo podía tratar de obtener el barlovento de la flota de la Alianza con la ayuda de sus galeras. Es lo que tenían la fuerza de los remos. La impaciencia sembró el parecer a los dos bandos en los movimientos iniciales y de avistamiento Y el bando británico comenzaba con una importante penalización. Es bien sabido (y suponemos que la inteligencia franco-hispana lo tendría en cuenta) que muchos de las naves británicas habían sido utilizados en bombardeo contra Gibraltar y posteriormente, como mencionábamos, contra Ceuta. Luego tenían básicamente menos pólvora y munición. Bastante menos.Teniendo en cuenta esto, se diseña una estrategia. Estaban a distancia de tres leguas, y “sólo entonces”, tras la persecución que el francés había dado al inglés desde que salieran de Tolon, “dio feñas que quería pelear, poniendo todos sus navíos en línea de batalla, que consistia en cincuenta y dos baxeles y venticuatro galeras, dispuestos con tal orden, que los más poderosos se hallavan en el medio, y los de menos fuera en la vanguardia, y retaguardia, juntamente con las galeras, que deverían acudir adonde fuese mayor el peligro. En medio estaba el Conde de Tolosa, con la escuadra blanca, y en la retaguardia, la azul”.
Y así nos encontramos a primera hora de la mañana y con las primeras luces del día, con que la escuadra combinada de Inglaterra y Holanda presentando su defensa en línea. La retaguardia estaba formada por 20 buques bajo el mando del almirante holandés Callenburg. Una vanguardia de 27 naves, comandadas por Cloud, Shovel y Leak, y un cuerpo central de 18 naves bajo la bandera del eje central de la batalla. El del propio almirante Rooke. En total 65 navíos, sin contar con las naves indispensables para el apoyo logístico y de aprovisionamiento. La parte franco-hispana, presentó línea similar (la blanca y azul a la que aludían las fuentes) como era de esperar. En la retaguardia el marques de Langueron con 17 naves. El cuerpo central, y aceptando el reto del británico, el conde de Tolosa con 16 naves. A la vanguardia, el marqués de la Villete, con otras 16 naves. Las galeras españolas al mando del duque de Tursi también querían contar para el ataque, pero tenían un problema. Las inclemencias del tiempo. Y con esa ola, si se disponían a sotavento…Y ahí es donde les llevó el inglés . La ley de Murphy y el movimiento de Rooke, les relega a no disponer del viento a favor. Y eso era un problema para las galeras. Su remos no podían. Y aquello era un contratiempo menos para Rooke, cuyas galeras suponían, como dijimos, un serio contratiempo para sus planes. Todo empezaba como él quería. Además tenemos que recordar que sus infantes de marina, especialistas en el cuerpo a cuerpo, en buena parte estaban guardando la plaza de Gibraltar. Algo que por supuesto desconocía el conde de Tolouse. Como siempre al otro lado de la colina. Es lo que tiene el arte de la guerra. Y en el comienzo del enfrentamiento las líneas están cambiadas. Quizás el francés, quería cortarle la línea de suministro y de huída al Gibraltar… pero por lo pronto se ponía de cara al viento. Viniendo del este, la flota franco-hispana término a poniente. Era lo que había. “Sucedió empero que poco después de las diez horas, quando ainda no llegavamos a tiro de cañón, largo la armada enemiga impensadamente todo el paño, y hazer alguna diliegencia por fe alexar de nos para barlovento,que resulto que nuestro general hizo disparar un cañon al de Francia, que por esto en la mar señal de desafío, era obligado a esperar y pelear, por no incurrir en la nota de cobarde; mas el haziendose desetendido, se vió obligado nuestro general a arbolar vandera de batalla…y alí empezo un rezio combate, y se continuó con valor de ambas partes por espacio de tres horas, en que la vanguardia del enemigo empezo a retirarse y la retaguardia fue tambien retirando de los holandeses antes de la noche”…”La noche nos aparto y dio al enemigo alejarse de nos a sotavento, y se acabo en aquel día la batalla”…
Y así estuvieron largándose estopa durante horas. Practicamente a lo largo de todo el día, desatando fuego e ira. En tierra, en aquella línea de costa lejana, las iglesias temerosas rezan para que se apacigue la batalla y surgiesen de entre las aguas victoriosas, las tropas católicas. La falta de pólvora desencadenará que algunas naves abandonasen la línea. Finalmente habían pasado prácticamente todas las horas de luz de un largo día de verano andaluz. Horas y horas dándose el uno al otro, con toda la fiereza que podían acaparar. Y así, entre el batir de la artillería era posible ver como alguna nave británica se retiraba de la línea. A partir de una cita de un consejo de guerra en Deptford sabemos que por lo menos el Montague y Kingston se retiraron del fragor de la batalla. El capitán de la Montague fue mal informado por un teniente. El Kingston tenía agua en la bodega, y después de que había sido bombeada, mmbos capitanes fueron absueltos, al igual que los demás, que nadie llegase a la conclusión de haber abandonado la línea. Cuestiones de estrategia y de deber.
A pesar del fragor de la batalla, los miles de cañonazos y también las miles de muertes, todo tuvo un final. La escuadra franco-española terminó con 3.048 bajas, entre ellos dos almirantes muertos y tres heridos, uno de éstos el general en jefe conde de Toulouse. Las de los anglo-holandeses fueron de 2.719 bajas, de ellos dos altos jefes muertos y cinco heridos. Un total de 5767 de almas. Respecto a los naufragios, estos son difíciles de determinar.Algunas fuentes nos hablan de algunas galeras fueron hundidas. En otros manuscritos, que al menos cinco naves anglosajonas, fueron a pique. Entre ellas la capitana holandesa. Escritos italianizantes ellos. Los informes de los oficiales británicos, escritos en puño y letra tras la batalla, no mencionan las pérdidas. Disparidad de opiniones. Parece que ni un solo buque se hundió o capturó a ambos lados, pero ambas armadas se quedaron apenas en condiciones de navegar y los heridos de ambos bandos, altísimos. Tanto los franceses como los británicos estuvieron dos días decidiendo que hacer finalmente. L decisión fue la de no seguir participando en la batalla. Practicamente no podían. Les faltaban buena parte de los marinos y los hombres de armas. También las ganas, normal tras aquel infierno. Ambas flotas decidieron volver a puerto con lo que les quedaba.Si tuviésemos una reflexión sobre tan importante batalla, tendríamos que tener en cuenta, que los británicos tenían un número significativamente mayor de víctimas y los buques altamente dañados, en particular sus mástiles. Esto es lo que sirvió para que los franceses interpretando erróneamente la prudencia de la flota británica, gritaron en sus cubiertas como victoria general. Y de esa guisa, los franceses volvieron a Toulon cantando victoria. La realidad sin embargo fue otra. Y es que la frota francesa, al retirarse a Toulon, convirtieron lo que había sido un punto muerto táctico en una victoria estratégica anglo-holandesa. Especialmente por una sola cuestión. Gibraltar no fue conquistada. Ni lo sería. Y ese era el objetivo de aquella armada; la hegemonía de los mares y la aniquilación del enemigo. Ambas cosas no se consiguieron, pero en ocasiones, ya sabemos cuales son, fueron y serán los caprichos de la historia.
“Distinguióse en la acción Lezo, aquel guardamarina del que hablábamos al principio del relato, por su intrepidez y serenidad; la tuvo en tal grado que habiéndosele llevado la pierna izquierda una bala de cañón, siguió puesto de combate, mereciendo el elogio del gran almirante francés. Por su comportamiento, fue ascendido a alférez de navío”. Pero esa, esa quizás sea otra interesante historia para contar en espejo de navegantes…Otra de las historias que esconde la mar, y que le llevaron a muchos puertos. Y a muchos mares. A esa infame y cruel batalla librada frente a las cosas de Vélez-Málaga sobrevivió. Mas no su pierna. Ni su recuerdo. Pero ya sabemos como el decía, “en cada una de las batallas, me dejó lo mejor de mí”. Cuestiones de convicción.