El 20 de abril de 1741 todavía no es una efeméride con reconocimiento pleno. La búsqueda en Google de este día arroja resultados en su mayoría referidos a la canción de igual título de Los Celtas Cortos, y apenas un par de referencias recuerdan aquella batalla librada en Cartagena de Indias en 1741, uno de los acontecimientos históricos más importantes del siglo XVIII. Sin duda, hace algunos años, esta búsqueda no hubiera dado ningún resultado, pero el movimiento de recuperación de la memoria de Blas de Lezo ha rescatado también del olvido aquella batalla. El episodio bélico, identificado para siempre, con la biografía del marino vasco, se relata ahora obviando a otra figura esencial en el combate: Sebastián de Eslava y Lasaga, virrey de Nueva Granada, teniente general de los Reales Ejércitos y principal artífice de la humillante derrota de los ingleses, como máximo responsable del mando militar en la plaza de Cartagena de Indias.
A pesar de la complicada relación que existió entre Blas y Sebastián, un personaje no se entiende sin el otro, porque los dos juntos alcanzaron la victoria. En aquella batalla, coincidieron dos militares brillantes, con personalidades tan complicadas como distintas. Ambos tenían a gala una hoja de servicios en regimientos o cuerpos privilegiados –como el de Guardias Españolas y la Armada– y por ello rivalizaban continuamente.
Frente a un Blas de Lezo franco, sincero, impulsivo, directo, visceral y vehemente, descubrimos a un Eslava retorcido, controlador, inquisidor, frío y desapasionado. Estas cualidades influyeron y marcaron su comportamiento, durante y después de la batalla. Estas peculiaridades les distinguían, pero también muchas actitudes les unían: ambos eran religiosos, trabajadores, orgullosos, prudentes y valientes, con una clara inteligencia y un fuerte carácter.
La convivencia fue, sin duda, difícil. Lezo acató las decisiones de Eslava, su superior jerárquico; ante todo, era un buen militar, conocedor de su oficio. Pero le costó asumir la llegada de otro teniente general, menos antiguo y con mayor autoridad; y siempre pensó que Eslava planteaba la defensa de Cartagena de Indias desde una perspectiva exclusivamente terrestre, a veces desenfocada. Entonces, como ahora, las discrepancias, los desencuentros y las luchas de poder entre la Marina y el Ejército existían, pero también entonces, como ahora, se alcazaba un equilibrio que garantizase las acciones conjuntas y la defensa de los intereses generales. Que existieran discrepancias patentes, no justifica que entonces se acusara a Lezo de incompetente o cobarde, ni justifica que en el presente se califique a Eslava en los mismos términos. Esa perspectiva, en extremo simple y banal, niega una evidencia: Eslava, aunque errado en alguno de sus planteamientos y, sobre todo, en su trato con Lezo, fue un gran militar, con una excelente hoja de servicios.
Finalizada la batalla de Cartagena de Indias, Blas de Lezo fue injustamente olvidado, mientras hoy, 278 años después, Eslava no tiene un justo reconocimiento. Sirva este acercamiento a su biografía y su personalidad para desmentir las exageraciones que buscan convertir la defensa de Cartagena en un conflicto maniqueo, donde Lezo es el único héroe y Eslava, el antihéroe.
Sebastián de Eslava, hijo de Gaspar de Eslava y Berrio y Rafaela de Lasaga Eguiarreta, vino al mundo en 1685 en Enériz (Navarra) y fue bautizado el 19 de enero en la iglesia parroquial. De aquel matrimonio nacieron cinco hijos, todos en la misma localidad. José Fermín y Agustín siguieron la carrera eclesiástica, mientras que Rafael y el propio Sebastián la de las armas. El tercero, Francisco Martín heredó el mayorazgo de su madre. Eslava procedía de una familia de hidalgos navarros, siempre vinculada a la administración del reino de Navarra. Su bisabuelo y su abuelo formaron parte del Consejo Real; su padre pudo ocupar algún cargo mientras permaneció en Italia, aunque el único del que se tiene constancia documental es el de regidor en el ayuntamiento de Enériz.
Los méritos en campaña de Eslava le valieron el ascenso desde la nobleza media de origen a la nobleza titulada, logrado cuando en 1716 fue nombrado caballero de la Orden de Santiago. Esos mismos méritos, le convirtieron en el único militar del siglo XVIII que, tras desempeñar el puesto de virrey en América, ocupó el cargo de ministro en España. Más de 40 años de servicio transcurridos en los escenarios de las campañas de la Guerra de Sucesión y en las guerras de Italia.
Su vocación militar fue temprana. En 1701 ingresaba en el ejército y, en 1704 como cadete de las Reales Guardias de Corps asistió al sitio de Gibraltar. Un año más tarde, ya como teniente del Regimiento de la Real Guardia de Infantería o Guardias Españolas –una unidad de combate y cuerpo de élite con especial fidelidad al rey– que tuvo una destacada intervención en Italia. En 1711 era mayor de brigada y ayudante mayor de Guardias Españolas, y en 1715 pasó destinado como ayudante mayor en la compañía de Juan Diego de Castro, en el regimiento del marqués de Aitona.
En 1718, con el grado de capitán, pasó a Cataluña. Ya en esta etapa de su vida, mostró la frialdad de carácter que exhibiría durante la defensa de Cartagena de Indias; precisamente esta faceta de su personalidad es la que llevó al marqués de Aitona a encargarle la redacción de los informes sobre los oficiales propuestos para incorporarse a las Guardias Españolas, pues, a decir de su coronel, Eslava carecía de apasionamiento.
Entre 1718 y 1720, como coronel del Regimiento de Infantería de Asturias, pasó a la expedición de Sicilia bajo las órdenes del marqués de Lede; entre las diversas acciones sobresalió su actuación en la batalla de Francavilla. Esa intervención le valdría una encomienda en la Orden de Calatrava, que en 1739 renunciará a favor de su sobrino Gaspar de Eslava, primer teniente de Guardias Españolas en el ejército de Lombardía.
Entre 1720 y 1737, año en el que pidió el relevo del cargo por problemas de salud, ejerció como inspector de los regimientos de Infantería de Aragón, Navarra y Guipúzcoa. Durante esta etapa percibió dos sueldos, uno como inspector y otro como coronel. En el año de 1731 fue nombrado interinamente inspector de Infantería del Principado, para después recibir el mando del regimiento de Castilla y la inspección de los regimientos de Lombardía, Nápoles y Borgoña, embarcando con todos ellos en Barcelona hacia Italia.
En 1732 recibió el ascenso a brigadier, grado con el que permaneció en Italia, encargado de los asuntos del entonces infante don Carlos, futuro Carlos III, mientras éste emprende viaje a Parma y Plasencia. En 1733 recibe el empleo de inspector de Infantería. Ante esta situación, Patiño le consultó sobre la viabilidad de que compaginara este empleo con el de encargado de los asuntos del infante. Su respuesta fue afirmativa. Eslava se veía capaz de compaginar ambos empleos, como había demostrado durante quince años de servicio en el Ejército simultaneados con otros trece años de servicio como inspector. Así afirmaba que, esta experiencia le había aportado bastantes luces y alguna inteligencia para desempeñar dicho cargo con menores fatigas que otros, al tiempo que recordaba como su destino en Florencia no había causado perjuicio ni al rey ni al infante.
Pero en 1734, cansado de la inspección y del trabajo como hombre de confianza del infante don Carlos, solicitó continuar su carrera en la Armada. El rey, al entender que su labor en Italia no había terminado, denegó su petición no sin compensar la negativa con el ascenso a mariscal de campo. Esta condición de marino frustrado puede ser una de las claves para comprender su duro trato y descalificación de la gente de mar, y especialmente de Lezo, durante la defensa de Cartagena de Indias. En 1735, con el grado de mariscal de campo pasó a Lombardía para asumir el empleo de inspector de aquel ejército.
Posteriormente, en 1737, a petición propia ante el secretario de Guerra Ustariz, fue relevado del cargo de inspector de Infantería, al que había accedido por petición de Montemar, y un año más tarde fue nombrado gentilhombre de cámara de S.M., como ayo del infante don Felipe. Este puesto cortesano le colocó en la mejor posición para alcanzar el virreinato de Nueva Granada cuando fuera reinstaurado. Sin duda, Eslava fue un hombre apreciado en la Corte, como demuestra el hecho de que mantuviera el sueldo de inspector, al que había renunciado, junto con el de mariscal de campo, hasta su ascenso a teniente general en 1739.
El virreinato de Nueva Granada fue reinstaurado por Felipe V para centralizar la administración de los asuntos de la guerra y fortalecer la defensa del Caribe ante la amenaza de los navíos ingleses. Cuando el rey tomó esta decisión, pidió al Consejo la proposición de candidatos. Finalmente, la recomendación recayó en Sebastián de Eslava por «su buen juicio, experimentada capacidad y conducta, desinteresado, de edad competente y genio providencial y una gran consecuencia en sus discursos». Su trayectoria en el campo de batalla, unida a su inteligencia y a una red de relaciones políticas y sociales con la élite del poder y las altas esferas de la Administración, le valieron el nombramiento en 1739 de virrey, gobernador, capitán general del Nuevo Reino de Granada y presidente de la Audiencia de Santa Fe, dotado con facultades para que se respondiera ante él como si del propio rey se tratara y con potestad para reclamar condena para quien no lo hiciera. Como militar había alcanzado un alto cargo político gracias a la recién inaugurada política de los Borbones de permitir el ascenso de los militares a los puestos relevantes de la alta Administración española.
Tras la batalla de Cartagena de Indias, después de defenestrar a Lezo con el apoyo de sus amigos Campillo y Ensenada, y gracias a su hábil política de relaciones institucionales se consagró como líder ejemplar y único héroe de la batalla. Pero, atrapado en una ciudad, que se le hacía intolerable, dedicó todos sus esfuerzos en regresar a España, aun a costa de renunciar a otro destino. No sería hasta 1750 cuando lograra abandonar la plaza.
Eslava fue un hábil político con influyentes amistades. Entre 1749 y 1751 se mantuvo como el hombre clave para Ensenada en los temas americanos, con un papel esencial en la definición de la postura del gobierno ante el motín de Caracas contra la Compañía Guipuzcoana. La colaboración entre ambos tuvo su máxima expresión entre 1752 y 1754, cuando Eslava presidió la Junta Extraordinaria de Indias que asesoró al ministro en la formulación de un plan reformista para el conjunto de los territorios americanos, contemplando la continuidad del derecho de visita a los navíos extranjeros. Hacia 1754 cuando el marqués de la Ensenada ya había sido destituido, Eslava continuó su carrera política al amparo de la reina Bárbara de Braganza y sustituyó a Ensenada como secretario de Guerra. Pese a su permanencia, todo parece indicar que, con su avanzada edad y su precario estado de salud, su labor fue inoperante. En opinión del marqués de la Victoria, «tras la muerte de Eslava el estado de la tropa y de los medios materiales tanto del ejército como de la marina estaban en un estado ínfimo».
Murió en Madrid, en 1759, a los 74 años de edad. La Gaceta de Madrid le recordó con estas palabras: «En todos sus empleos dio pruebas del singular celo, valor y conducta con que supo corresponder a la alta confianza de SM y hacer agradables sus servicios de 57 años en el Ejército. La pérdida de este Ministro ha sido seguida del general sentimiento debido a su notoria integridad y desinterés».
Sin embargo, La Gaceta, que se hizo eco de multitud de noticias menores, nada dijo de la muerte de Blas de Lezo. Solo una breve cita en el Mercurio Histórico y Político, que tanto en su edición francesa como española, escribió en diciembre de 1741: «Según los avisos de la América, Don Blas de Lezo ha muerto de enfermedad […]».
Por Mariela Beltrán García-Echaniz y Carolina Aguado Serrano
Autoras de La última batalla de Blas de Lezo
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