Conocí la obra de Henri Zuber por primera vez en una conversación con unos amigos Franceses en Honfleaur, un pequeño pueblo normando, calmo, pintoresco. Puerto pesquero en pleno corazón del municipio, colores pastel y cielo brillante, calvados y mejillones al vapor. Menudo sitio para desembarcar Enrique V. Shakespeare lo dibuja en todas sus facetas y deja que decidamos nosotros, nadie mejor que él para recordar su desembarco en la grácil Francia; “El belicoso Harry se presentaría con la apostura de Marte y veríamos, como sabuesos a sus pies, el hambre, la guerra y el incendio en disposición de ser empleados”. Siempre he recordado las palabras de Shakespeare cuando visito Honfleur, y he estado dos veces allí. Aquello de tanatos tiene bien poco, más bien está hecho para disfrutar de una primavera acompañado por aquel paisaje y un buen vino, no para esperar los bastimentos y la impedimenta de un ejército de conquista basto y medieval. Como se transforman los paisajes con el devenir de los tiempos y los hechos.
Los antepasados de Didier y la dulce Adelie, concentraban buena parte de la conversación. Su protagonista el corso Robert Surcouf y sus andanzas. Además del queso reblochon, reconocer de la tartiflette su delicioso, bacon, con toque de cebolla, pimienta y crème fraîche, era el mejor acompañamiento para la impresionante historia de la que estaba siendo testigo. Y tras todo eso volvíamos de nuevo a las hazañas del marino francés. No podía más que escuchar atento, fascinado por aquellos periplos del bueno de Robert que nos narraban. Resulta que había alguien en la familia, de tercera o cuarta generación que tenía que ver con el célebre marino de Saint Maló. Con libros y documentos en la mano, los que Didier y Adelie atesoran después de años, dan para más de una película. A pesar de lo interesante de Surcouf, el descubrimiento de las acuarelas de Zuber fue toda una impresionante sorpresa. Aquellas pinturas minuciosas, delicadas, en las que asomaban ciudades portuarias, como Río de la Plata, Antibes, Hong Kong o Ciudad del Cabo, entre muelles y mares azules, navíos y tejados cercarnos, bambalinas de nostalgia y papeles amarillentos. Una colección numerosa que aparecía en forma de fascímil y en diversas fotografías digitales de los cuadros del Museo de Bellas Artes de Mulhouse, sobre el que Adelie aumentaba el zoom para deleitarnos con sus explicaciones sobre pigmentos y acuarelas. Descubrir aquellas pinturas, supuso el mismo flechazo que supuso conocer las fotografías de Whistler, curiosamente prácticamente contemporáneas, sobre la mar. Y sus historias.
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Zuber y su época. Zuber y sus circunstancias. Aventuras, cartografía y talento para pintar el mundo.
Si el siglo de las Luces había sentido la pasión del conocimiento, al mismo habían caído rendido el descubrimiento y el dibujo del mundo, elaborando una grandiosa explicación del universo; sondeando las constelaciones, explorando los océanos, organizando la botánica y la zoología. Entre tantas coordenadas que ordenaban el mundo a toda velocidad, aún quedaban hombres que guardaban en sus maletas lápices y colores para inmortalizar el mundo, las lejanas aguas que veían ante sí y que podían retener en sus retinas y retratar con sus carboncillos, eran su objetivo. Especies en extinción. Era el caso de Zuber. Por aquel 1864 los viajes que vivió, aún eran tentativas audaces, acompañadas de expediciones cuidadosamente organizadas, con barcos poderosos cuyas quillas cortan las aguas en los siete mares del mundo, porque ahora si, se trataba de una carrera de llegar más alto y más lejos. Los remanentes del Imperio Francés, sobre el que el acuarelista dibujaría sus bocetos, era un imperio son cientos de islas y archipiélagos localizados en el Atlántico norte, el Caribe, el océano Índico, el Pacífico Sur, el Pacífico Norte y el océano Antártico. Al fin y al cabo, medio Mundo por retratar.
Daba la casualidad que aquellos tiempos en los que Zuber navegaba y dibujaba por el mundo, las potencias europeas se lanzaban a la expansión colonial que siguió al fin de las guerras napoleónicas. Numerosos estudios sobre las nuevas tierras, sobre los nuevos límites, para que los océanos dejen de ser grandes superficies de agua desconocidos y se pudiesen plantar desde París imaginarias tiralíneas que nos hablan de conquista, hegemonía y poder. Hacia 1850, el mar del Sur era un mundo todavía por conocer para los Franceses. Hasta ese momento prácticamente habían estado aquellas rutas de intercambio transitadas por hispanos, sus secretos celosamente guardados por los marinos de los países ibéricos. Hasta no hacía mucho tiempo que el pabellón real de Castilla, ya fuese a bordo del galeón de Manila o desde los puertos de Macao y Timor habían dejado de dominar el océano Pacífico, así como los mares de Joló, China y Japón. Ya hacía tiempo que el capitán Baudin, entre 1800 y 1804, saliendo de Le Havre, recorrerá y explorará las costas de Nueva Holanda (Australia), una punta de lanza de los que vendrán después; Freyecinet, Duperrey, o el propio Dumont d’Urville. Tras los franceses, le sumaremos al británico Flinders en el Investigator, el cual navegará por las costas australianas y la Tierra de Van Diemen a la par que sus homólogos franceses. Nuevos colores controlaban y dibujaban en esta ocasión, el mundo. Tampoco costaba mucho tener algunas acuarelas en la mochila, junto a algún papel enrollado y algo de agua que se puede encontrar en cualquier sitio, era la mejor herramienta para un observador y marino.
Era en esa época cuando las posesiones coloniales de Francia crecían como la espuma. Desde su base en la Cochinchina, los franceses se hicieron cargo de Tonkín y Annam. En 1849 la concesión francesa de Shanghái se estableció, inspirando y dejando la huella de un mestizaje exótico por aquellas latitudes, mestizaje latente que continúa en el presente, es fácil observar aún esos lazos. Francia tenía una esfera de influencia durante el siglo XIX y el siglo XX en el sur de China, incluyendo una base naval en (Guangzhou) de la Bahía, serían precisamente, las acuarelas mas conocidas de Henry Zuber, las que pintaría en su estancia en China. Antes de concluir esta colección, nos deleitaría con buena parte de los puertos del mundo que transitó.
Acuarelas para dibujar el mundo.
La Société d’aquarellistes français , o “sociedad de acuarelistas francés”, le acogió como uno de sus grandes maestros y mira que por aquel entonces estaba Cavani o Lami. Su talento sería reconocido como uno de los grandes. Sus recuerdos del mundo será lo que quedará inmortalizado para la eternidad. El desarrollo de la acuarela iba asociado a lo pintoresco, haciendo que el tema preferido fuese el paisaje, aunque también se utiliza para otras finalidades, por ejemplo apuntes, escenas orientales, estudios y bocetos para posteriores ejecuciones y sobre todo,marinas. Aquellos pigmentos y tintas mezcladas con goma arábiga, incluso con miel para darle viscosidad y unir el colorante a la superficie a pintar eran el campo de maestría de Zuber y los cobaltos y diferentes azules de la mar los bordaba.
Su primer destino como marino fue el Montebello. En 1864, se embarca en la fragata La Thémis, que ha de acompañar al emperador Maximiliano de Austria a México. Las acuarelas de Zuber nos muestran a un Brasil, un Uruguay y una argentina de finales del siglo XIX, una magnífica vista desde la mar de aquellos puertos con un especial matiz, eran transmutado desde el ojo de un marino. Todo un privilegio conocer aquellos horizontes desde un hombre de la mar que tiene el don de los pinceles. En enero de 1865 se embarca en la corbeta Le Primauguet que está en camino de unirse a la marina división de los mares de China, una parte de las fuerzas navales francesas en el Lejano Oriente con base en Saigón, cuyo comandante en jefe y Gobernador de Indochina, es Pierre-Paul de La Grandière. Esto supone un importante punto de inflexión en su obra. De hecho buena parte de sus acuarelas, al menos buena parte de las más conocidas en la actualidad, se debe a los meses que pudo pasar entre la población y los territorios para observar, delinear, pintar, inspirar. Impresionantes dibujos sobre un japón que se asoma al mundo de su voraz aislamiento.
Durante el largo viaje, Zuber anota y hace dibujos de los lugares visitados: Isla de Cabo Verde, Cabo de Buena Esperanza, donde el barco incluso encallará, île Maurice, Singapur, llegando a Saïgon . A partir de ahí se trasladan a Hong Kong para terminar en Yokohama en Japón, donde le Primauguet se une a la escuadra francesa . El 8 de junio de 1866, le Primauguet tiene orden de partir para Shanghai, donde, bajo el mando del vicealmirante Pierre-Gustave Roze se está preparando una expedición francesa contra Corea. En esta época el joven alférez Zuber participa en la topografía y mapeo de la costa de la isla de Ganghwa, cuyo ataque incluimos adjunto abajo en uno de los dibujos que el propio Zuber ilustró. Como recuerda al Alcalá Galiano hispano que dibujo desde Chile a Cánada unos decenios antes. En muchas ocasiones con fines estratégicos y geográficos, la pericia de sus pinceles servirá para decidir como se mueven los peones del mundo. Después de esto, vuelve a Francia vía Java, Sydney, y Nueva Caledonia. Sus cuadernos están llenos de dibujos, bocetos y caricaturas de sus escenas y detalles portuarios y marineros.
Con la flota Francesa en Yokohama
Este período de transición entre los problemas de 1864, que hicieron necesaria la intervención de las flotas combinadas franco-anglo-holandesas y la revolución de 1867/1868. Con este pretexto Henri Zuber tendrá la oportunidad de observar y pintar la vida, las costumbres y la gente de este país como decíamos antes, siempre es su mismo patrón; en ocasiones las cartas, bellas, intimistas, detalladas que nos deja y que escribía a su madre, nos permite conocer de primera mano, el punto de vista de un observador occidental que penetra en el germen de la semilla oriental; “Nada es igual a la tristeza de este barrio donde la vida parece que se ha retirado (en relación al castillo de Yodo). Un silencio sepulcral se cierne alrededor de las casas, tan solo rotó por la reunión de personajes, de los nobles que seriamente discuten acerca de sus caballos o el emplazamiento en camadas”. En los años treinta del siglo XIX, cuando un inglés escribía a alguien en Asia Oriental, su carta, que era llevada alrededor de África por un barco de la East India, necesitaba entre cinco y ocho meses, no recibiendo contestación de la misma hasta cerca de dos años después por causa de los monzones del Índico. Este tipo de testimonios en cortes cerradas para Occidente ostentaban en su momento una notable importancia.
De las acuarelas a los libros de pilotos…el abandono de los pinceles que miran al mar
Thomas Jefferson fundó el US Coast Survey, y en 1874, unos años después en los que Zuber dibujaba el mundo ya la letra impresa y las imprentas rápidas daban el toque de atención a las nostálgicas y románticas acuarelas y marinas. Por aquel entonces ya se publicaban diversos manuales de navegación para los pilotos de la costa este de Estados Unidos con el objeto de ayudarles a la navegación. Las publicaciones del gobierno incluía muchos más gráficos e ilustraciones, e ocasiones a plumilla y sencillas de reconocer, para ayudar al navegante. El romanticismo de observar los principales elementos de una ciudad marinera, como hacia en el siglo XVI Wyngaerde, uno de los dibujantes que mandaría Felipe II para ilustrar sus dominios, eran objeto de hombres singulares que se preocupaban por pintar los rincones del mundo. Así nos encontramos la vista de Montevideo o la ciudad del Cabo, en donde sorprende identificar algunos de sus elementos más característicos, como la “montaña de la mesa”, que a día de hoy sigue asombrando a propios o extraños cuando visitan la ciudad Sudafricana. O incluso la cantidad de palos, la de barcos que descansan en los diques, como nos encontramos en el puerto de Génoa, para nosotros Génova, que tan magistralmente pinta Zuber. Radas, puertos, travesías, incluso los muelles pesqueros de la bretaña o la pintoresca Venecia y sus mercados. En el prolífico Zuber se entremezclaba el pintoresco Mediterráneo con el lejano ultramar. La tremenda sensibilidad y gusto, añadido al tiempo que dedicaba pacientemente para capturar los principales hitos geográficos, estratégicos e incluso urbanísticos que sus ojos captaban y cuyos resultados permitirían conocer a cientos e incluso a miles de kilómetros; el lugar, sus posibilidades, su presente y su futuro. Mientras los hilos del mundo se mueven por otros derroteros, el poderoso proceso de industralización, que tan magistralmente narra Emilio Salgari con sus cruceros pesados que navegan por el golfo de Bengala, dibujan un nuevo horizonte en las aguas de asa travesías lejanas del pacífico. La máquina se impone. En Gran Bretaña, en pleno apogeo de su expansión naval por el mundo, el Almirantazgo comienza a publicar sus propias cartas. De 1829 a 1855, su famoso hidrografista, Francis Beaufort, se enfrascaba en construir la carta del Almirantazgo el estándar mundial. Las editoriales comerciales usaban esta información para publicar cartas de “blueback“, cuyo objetivo era ilustrar a buques mercantes y sus capitanes para tener instrucciones a la hora de navegar por el mundo. Toda acuarela palidece si se expone al sol, los colores permanecen cuanta más calidad tienen los pigmentos, cuanta más fuerza tienen la narración, una que en caso de los pinceles de Zuber permanecerá para el recuerdo, a pesar de que pasen los siglos, sus dibujos y sus recuerdos, sus narraciones sirvieron a un país y a una gloria. Ahora, a la memoria y a una interesante conversación, a intervalos y entre trazos siempre eternos por la belleza del arte, en el noroeste francés.