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Whistler; el realismo mágico de las tabernas y puertos del XIX

Whistler; el realismo mágico de las tabernas y puertos del XIX
Javier Noriega el
“Algunos lo comparaban con Rembrandt, incluso quizás más allá de Rembrandt, como el maestro más grande de todos los tiempos.  En lo personal, yo prefiero  considerarle como el Júpiter y Venus,  el más grande y brillante entre los planetas del cielo de los grabadores. Influyó en todo el mundo del arte consciente, o inconscientemente y su presencia se siente en innumerables de sus obras. Su genio impregnó el pensamiento artístico moderno“.
Martin Hardie
“South of the river you stop and you hold everything”.
Sultans of Swins. Mark Knopfler

 
Cuando se trasladó a Londres en 1859, cerca del Támesis, en la zona portuaria al sur del Tower Bridge, le dió por comenzar a dibujar a grabados del río, de su vida cotidiana, de su fluir, de sus personas y de sus barcos. Sus trazos, característicos de su particular impronta pasarían a la historia, aunque él en ese momento lo desconociera. Formas recortadas que recuerdan figuras japonesa grabadas en madera, un género que gustaba mucho en el París de la época. Ese París que tan bien conocía y en el que había aprendido y dedicado a forjar amistades y enseñanzas. Nada más y nada menos que en el estudio de Charles Glevre, entonces uno de los más famosos talleres de Europa. Compartía lienzos y confidencias con estudiantes que se preparaban para el examen de ingreso a la Escuela de Bellas Artes; con los Monet, Sisley o Bazille. Y tras su enseñanza vino su caminar. 
La primera mitad del siglo XIX los grises docklands del Thamesis experimentaban una revolución. La Ley de muelles del “West Indian” de 1799, otorgaba a la Corporación de Londres el derecho de construir un canal desde Limehouse a Blackwall Reach. Facilitaba muchísimo la cosa a la hora de navegar en torno a la llamada “dog island”, sede curiosamente en la actualidad de ese enorme edificio, el Canary Wharf, que tantas veces he contemplado absorto desde una gran cristalera de Millwall.  El “Canal de la Ciudad”, como se llamaba a aquella infraestructura en su época y que tanto facilitaba el trasvase diario de mercancias por aquel “omphalos” comercial mundial. Había que construir diques de abrigo, muelles de carga y descarga, dragar el río para conseguir mayores calados y hacerlos navegables. El Imperio comenzaba a crecer desde las mismas entrañas de la metropoli. Y Whistler iba a ser testigo de todo ello.
Los canales surgían como atajos urbanos para una ciudad que tejía su actividad comercial en torno al caudaloso y gris Támesis., buen ejemplo de ello es el del Regents Channel, otro de los canales construído en el norte de Londres para conectar Paddington. Buena parte de las mercancías de todo el país transitaban por aquellos ajetreados muelles. “Docklands” repletos de bullicio diario de un ir y venir de pequeñas embarcaciones, marineros, estibadores y tabernas portuarias. Whistler encaraba el futuro artístico de forma preclara y tenía el privilegio de ser pionero en la materia. Frente a los temas grandilocuentes y las escenografías aparatosas del romanticismo, llevaban a sus lienzos sencillas escenas de la vida cotidiana. Que mejor que llevar sus pasos y pinceles a otros nuevos escenarios que surgían en las ciudades marítimas, esas ciudades que eran el albor y la huella, como siempre lo han sido los barcos, de la economía y la sociedad del momento.
El “realismo” surgía como una nueva corriente, una aceptación en la que las artes se apuntaban a narrar lo que veían. La mar y su cultura, como en tantas ocasiones en la historia, aparece como un horizonte, como un caleidoscopio en el que inspirarse para comenzar con una nueva tradición artística.  Si Flaubert apuraba los  tratados médicos para describir la muerte por envenenamiento de su Madame Bovary, Whistler se documentan rigurosamente sobre el terreno tomando minuciosos apuntes sobre el ambiente, las gentes, su indumentaria, o buscan en los libros los datos necesarios para conseguir la exactitud ambiental o psicológica.  Parte del conocimiento de esa época gira el rumbo hacía este aspecto tan detallado de la vida. Tanto las ciencias como las letras dejan de centrarse en sí mismos y pusieron su interés en la sociedad, observando y describiendo objetivamente sus problemas sociales, su cotidianeidad. Al concluir agotados los presupuestos estéticos del romanticismo, una parte de estos se desecharon o se renovaron y en buena parte comenzaron a hacer agua en los muelles olvidados del Thamesis.
Whistler lideraba inconsciente o conscientemente un nuevo movimiento, el del el “arte por el arte mismo». Transgredía las normas establecidas en los encorsetados talleres de pintura del academicismo imperante, esa esclerosis del conocimiento para algunas almas libres como la del americano.  La realidad estaba ahí. Charles Baudelaire , sería uno de los que influenciarían enormemente sobre Whistler. Les transmitía la pulsión de desafiar los confines existentes. De retratar la  brutalidad de la vida y de la naturaleza y de retratar fielmente sus detalles, evitando los viejos temas. Aunque Whistler convive en el tiempo con la edad dorada del impresionismo (expuso con Manet en el Salón de los Rechazados de 1863), la forma de pintar de Whistler pronto saltaría las vallas de aquel impresionismo. Instalado en Londres, defiende una actitud en pro del arte moderno con el profundo significado que habría tras de él. Descartando detalles innecesarios, a través de aquellas barcas o muelles de pescadores nos revela sus recuerdos y experiencias, el ansia de de incorporar las experiencias más directas y objetivas en sus obras. Retratar aquellas maderas, o la mirada pérdida de aquel marino sentado, de pipa en boca, de una manera verídica, objetiva e imparcial era su objetivo.  Su mayor fuente de inspiración será la realidad. El proceso es gradual aunque rápido,  cualquier cuestión puede ser objeto de interés pictórico. Este planteamiento tiene una enorme importancia en un momento en el que la pintura está sometida a las reglas de la crítica oficial, del academicismo imperante. Ante esta situación, los Whistler, Hunt, Napier Hemy, Madrazo, Muñoz DegrainFortuny, Krohg o el gran Sorolla, defienden una pintura sin argumento, una captación simple de la realidad, en la cual lo fundamental es la forma en que se representa la imagen.

Quizás le ayudase en este cometido su vida dispar, como le comentaba a un buen amigo y pintor también él, esta misma tarde. En la vida todo suma y así, después de una curiosa formación militar fallida en West Point, Whistler trabajó como dibujante, cartografiando toda la costa de Estados Unidos . Esta claro que respirar el aire libre de la naturaleza y de la costa iba con él.  Tras una sesión en los talleres, desde muy joven se descubría a sí mismo  dibujando serpientes de mar, sirenas, y las ballenas en los márgenes de los mapas. La mar marcaría alguno de sus horizontes artísticos.  Aprendería  la técnica de grabado, lo cual le resultaría de lo más valioso para su carrera. A través de él, Whistler se introdujo en el círculo de Gustave Courbet , que incluía a Carolus-Duran (más tarde el maestro de John Singer Sargent ), Legros y Édouard Manet. Después de su regreso a Londres, pintó varios más nocturnos en los próximos diez años, muchos acerca de la vida en torno al Thamesis. De hecho eligió una particular vista, la de una orilla del río en el Chelsea, vecino de Fulham y Pimplico para erigir su casa. El lugar desde el cual miraría al mundo, dormiría, pintaría e imaginaria su día a día. En su primer plano, personas paseando a perros, barcazas amarradas cerca de la orilla, pescadores arreglando redes y remachado toneles, recogiendo estachas o marcando el rumbo de aquellas barcazas con aquellos pesados timones.

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En la exposición que podemos visitar en el British Museum y disfrutar hoy en espejo de navegantes,  nos muestra numerosos grabados y litografías que nos narran perfectamente todo esto. Tampoco podemos olvidar a este propósito el magnífico libro, que descubrí tarde, titulado “An American in London. Whistler and the Thames”. Ese nuevo horizonte al que se asomó Whistler.  Sus litografías, algunos drenadas en la piedra, otros extraídos directamente sobre el papel. En la colección de Thames son varios los grabados célebres que nos detallan su brillante trabajo. Otras son sencillamente para el legado artístico, obras maestras, como sus “nocturnos”, los cuales eran una debilidad del de Massachusetts. Brumas que iban desde el Battersea del Chelsea, con sus iglesia y chimeneas industriales apenas visibles en la distancia, y en primer plano una figura, siempre la de un barco. El detalle de hacinamiento de sus  muelles, astilleros, almacenes, tabernas, ferreterías, las fábricas y los corrales de engorde de animales. Thruway y su vertedero, un río repleto de trabajadores residuos, de cadáveres putrefactos de caballos y aguas residuales sin tratar. Todo ello era retratado con sumo detalle. Y para sus colecciones tenía mucho cuidado sobre la impresión de sus grabados y la elección del papel. Al principio y al final de su carrera, se puso gran énfasis en la limpieza de la línea, aunque en su período medio experimentó más con su carcaterístico entintado…

Whistler maestro del grabado, procuró mostrar en las obras una reproducción fiel y exacta de la realidad. Aspiraba, a reflejar la realidad individual y social en el marco del devenir histórico. Y es curioso que eligiese, como hicieron algunos de sus homólogos (especialmente el Noruego Krohg), la dura vida de los pescadores, de los marineros y hombres de la mar para desarrollar su alegato artístico. Mediante el uso minucioso de la descripción, nos mostraba perfiles exactos de los temas, en estos casos de esos diques, tabernas, chimeneas industriales y puertos decimonónicos que eran la puerta de un nuevo mundo.  Mediante el crisol de sus tintas, de sus influjos orientales y de su maestría parisina, la obra de Whistler nos muestra una relación inmediata entre las personas y su entorno económico y social. La historia muestra a los personajes como testimonio de una época, una clase social, un oficio. Los pinceles de Whistler quedan al servicio de transmitir las ideas de la forma más verídica y objetiva posible. Quizás fue lo que siempre hizo en vida. Transmitir la realidad. Y así, solo el gastado paso del tiempo haría que aquellos inmensos almacenes, muelles de estiba y diques, fueran quedando abandonados a merced de los años. A día de hoy, paradójicamente apenas sobreviven algunos nombres románticos como Baltic Wharf, Deadman Wharf,  Phoenix, Albion, Gun maker’s, Metropolitan, Oporto…

 

 

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