La desmedida y acomplejada generosidad de las sociedades democráticas para con los terroristas explica las innumerables vueltas que damos a sus palabras de supuesto arrepentimiento. Y, sobre todo, la emocionada alegría que se llevan algunos por tales palabras.
Ahora, con las de Otegi que ha dicho lo siguiente:
“Decir que si, en mi condición de portavoz, he añadido un ápice de dolor, de sufrimiento o humillación de las víctimas de las acciones armadas de ETA, quiero pedirles desde aquí mis más sinceras disculpas acompañadas de un “lo siento” de corazón“.
Es decir, que se disculpa por sus palabras y no por sus actos criminales ni por los actos criminales del resto de etarras, sean asesinatos, secuestros, heridos, agresiones, amenazas o chantajes.
Y ha añadido sobre los asesinos de ETA:
“Siento un enorme respeto por cuanto que su propia existencia y sacrificio y su aportación adquieren todavía mayor valor en una coyuntura histórica en la que los valores que priman son el individualismo y la insolidaridad. Es en esta coyuntura en donde centenares de mujeres y hombres han sacrificado y siguen sacrificando literalmente su vida no sólo para alcanzar una solución justa al conflicto sino para alcanzar una sociedad justa para todos. Esta actitud merece el mayor de los respetos“.
Es decir, que apoya los crímenes de ETA y a sus autores. Que los reivindica como personas solidarias que se han sacrificado por una causa.
O que estamos donde estábamos, con una ETA que sí parece querer una futura integración en el sistema político y probablemente una renuncia al terrorismo, pero a partir de la reivindicación de ese terrorismo y de sus crímenes. O a partir de la integración del terrorismo en la democracia.
Y este es el problema y lo que la democracia española está haciendo mal, quizá, rematadamente mal. Implorando la integración de los terroristas sin una exigencia clara del fin de la legitimación del terrorismo. Es lo que ha pasado con el caso Bolinaga y ahora con tanta emoción por las palabras de Otegi.
ETA
