El mundo democrático está encantado con el acuerdo entre Trump y Kim Jong-un. Lo que indignaba a una buena parte de los autoproclamados demócratas es que Trump estuviera enfrentado a uno de los dictadores más sanguinarios del planeta, por lo que todo son parabienes en los medios de comunicación y entre los lideres de opinión. Importa que el dictador norcoreano desista de amenazar con misiles a Occidente o a sus vecinos, pero no importa que mantenga una atroz represión sobre los norcoreanos.
Si este es el sentir mayoritario de las élites democráticas, se entiende que algunos dirigentes se hagan entusiasmados selfies con el represor. Por ejemplo, los de Singapur,que no es una democracia (Freedom House la califica de “parcialmente libre” en su último informe), pero sí un país que presume de modernidad.
Pues así se fotografiaban su ministro de Exteriores y su ministro de Educación (más arriba) con el dictador, tal como recogía ayer la portada del Daily Telegraph. Y me parece que no hay ningún Garzón procesándolo por crímenes contra la humanidad. Al contrario, hay cola para hacerse selfies con él.
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