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Blogs Los cuatrocientos golpes por Silvia Nieto

El día que me encontré a Theresa May

El día que me encontré a Theresa May
Theresa May resigns The Prime Minister Theresa May has announced she will resign on June 7th 2019 03/10/2018 - Birmingham, United Kingdom: Conservative Party Conference- Day Four. The Prime Minister Theresa May dancing to ABBA's Dancing Queen as she arrives on stage to deliver her keynote speech on the final day of the 2018 Conservative Party Conference in Birmingham. (Andrew Parsons / i-Images / Polaris) 24/05/2019
Silvia Nieto el

El año pasado, para terminar un viaje que estuvo bastante bien, pasé un par de días en Londres, aprovechando que un amigo estaba trabajando en una ciudad que yo, aunque alguien se lleve las menos a la cabeza, no había visitado nunca. Llegué hasta allí de una forma un poco peculiar, porque incluso el miedo a los aviones tiene algunas ventajas. Fue en un autobús que cruzó el canal de la Mancha dentro de un ferry, lo que permitió ver los acantilados de Dover desde la terraza de la cubierta. Las gaviotas sobrevolaron nuestras cabezas durante todo el trayecto. El cielo estaba limpio, de un azul luminoso. La brisa marina alegraba el ánimo. Cuando alcanzamos el puerto, el autobús escapó de las entrañas del barco y se dirigió hacia Londres. Las primeras carreteras eran sinuosas y bordeaban prados que tenían de fondo el mar. Tardamos unas tres horas en llegar a la ciudad. La última, cubriendo la distancia entre las afueras y Victoria Station.

Hay algo encantador en conocer un lugar que nunca te ha interesado mucho. Tiene que ver con la sorpresa. Aunque llegué cansada, mi amigo, que fue a buscarme a la estación, me llevó por los alrededores del palacio de Buckingham y a pasear por algunos jardines cercanos, donde de vez en cuando salía al paso una ardilla. Mis primeras impresiones de Londres fueron muy elementales y estuvieron condicionadas por mi conocimiento endeble de otras capitales europeas. De inmediato tuve la impresión de que era una especie de antítesis de París. París es orden, equilibrio, grandes bulevares, uniformidad arquitectónica. Resultado de una reforma del siglo XIX donde las pretensiones sanitarias y estéticas se mezclaron con las políticas. Londres es caótica y cuando se pasea asalta un sentimiento de improvisación.

Los dos días que pasé en Londres fueron divertidos y un poco absurdos, por ejemplo porque me quedé atrapada en un autobús de dos pisos, y consistieron en ver las partes esenciales de la ciudad, todo lo que corre a visitar un turista que llega por primera vez a un sitio, aunque suene poco romántico. Pero lo realmente gracioso ocurrió el último día, horas antes de que cogiera el vuelo de regreso a Madrid. Mi amigo y yo viajamos desde su barrio de las afueras, una zona de chalés adosados construidos con ladrillos rojos, si no me falla la memoria, a la estación, montados en un taxi de los antiguos, un poco destartalado por dentro. Poco antes de alcanzar nuestro destino, mientras cada uno miraba por su lado de la ventanilla, me dijo:

—Ese señor se parece a Theresa May.

Yo giré la cabeza hacia él y lo que vi fue a una persona bastante alta, que caminaba, y me vais a perdonar, como una cigüeña, subida en unos tacones un poco de vértigo y con las piernas encajadas en una falda de tubo. En una mano, mientras pisaba con brío, llevaba un maletín. Lo que me llamó la atención fue que a su lado iba un tipo corpulento. Fijándome un poco mejor, descubrí el pinganillo que estaba enganchado en su oreja. Era el guardaespaldas. Grité algo parecido a esto:

—No, no, no. ¡Es Theresa Maaaaaay!

Theresa May se desvaneció en una tienda pequeña, con un escaparate opaco, un lugar donde comprar móviles con tarjeta de saldo para convertirse en traficante o hacerse la pedicura y pasar la tarde de cháchara. Mientras mi amigo y yo comentábamos absolutamente asombrados lo que acabábamos de ver, el taxista intervino en la conversación y confirmó que nos habíamos cruzado con la primera ministra del Reino Unido, que anunció que se va la semana pasada.

No me atrevo a hacer balance de la obra política de Theresa May. Parece que la mayoría de los analistas coinciden en señalar que el Brexit es un proceso catastrófico para el Reino Unido, aunque me atrevo a aventurar que también fue lo votado por los británicos, a pesar de que en la campaña, parece, se deslizaron numerosas mentiras para empujar a la salida. Dejando esta cuestión a un lado, permitidme que frivolice un poco: May ha sido una de las personas más graciosas de la política internacional, tengo la impresión que primero involuntariamente y luego a propósito, demostrando mucha inteligencia en saber reírse de ella misma. En agosto del verano pasado, la política conservadora hizo un viaje a Kenia, el primero de un primer ministro británico a ese país africano en treinta años. Allí, reunida con un grupo de scouts, intentó imitar sus pasos de baile, dejando al mundo boquiabierto por su coordinación robótica y su poca maña para seguir el ritmo. Meses después, repitió el espectáculo durante un congreso de su partido, cuando acudió a la tribuna mientras sonaba «Dancing Queen» de ABBA. Mención aparte merece su forma de gesticular y la manera que tiene de reírse, que consiste en agitar los hombros con tanta fuerza que parece que va a introducir su cabeza en el cuello como una tortuga.

La echaremos de menos, al menos por las tonterías.

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