Leí hace unos días «Huracán sobre el Sáhara» (Editorial Base, 2010), las memorias de Pablo-Ingacio de Dalmases, que fue director de Radio Sáhara y del periódico La Realidad, los dos medios que trataron de preparar a los habitantes del Sáhara Occidental para la autodeterminación los meses previos a la Marcha Verde, deseo que finalmente fue frustrado. El libro es divertido y no se queda en una enumeración de anécdotas personales ligadas a acontecimientos históricos, sino que nos permite asomarnos al tardofranquismo, cuando el régimen resolvía su doble moral con salidas que a veces resultaban risibles, histéricas.
Dalmases nos cuenta que un día sorprendió al secretario general del Sáhara Occidental, el coronel Rodríguez de Viguri, embelesado por la lectura de las memorias del aventurero francés Michel Vieuchange, que murió por culpa de la fatiga y la disentería causadas por un viaje a través del territorio cuando solo tenía 26 años. El deseo de Vieuchange era alcanzar Smara, una ciudad fundada a finales del siglo XIX por Ma Al-Ainin, un líder religioso opuesto a la colonización de franceses y españoles. Para lograrlo, tuvo que cruzar el desierto, huir y esconderse, y aguantar el agotamiento físico, los pies hinchados, la comida escasa y el desorden de la violencia en ese paisaje árido donde un europeo se hallaba perdido en 1930, el año de la aventura.
Podemos hacer algunas observaciones sobre Vieuchange. Por ejemplo, que había trabajado como asistente en el rodaje de “Napoléon” (Abel Gance, 1927), una de las películas preferidas de Truffaut. O que admiraba a Rimbaud. ¿Por qué decidió jugarse la vida? ¿Deseaba emular a alguna de las figuras a las que admiraba? Hay algo más llamativo. Lo he leído en la edición que tengo de sus memorias, la publicada por la editorial Laertes en 2015. Como se explica en ese libro, la gesta de Vieuchange no tenía una utilidad clara. Carecía de propósito. Vieuchange no necesitaba ir a Smara para negociar una paz con una tribu. No había unas antiguas ruinas que visitar, porque había sido construida hacía cuarenta años, y su interés arqueológico era escaso. Además, los viajes ya no servían para hacer hallazgos geográficos. Los aviones cumplían ese papel.
Vieuchange murió por una gesta inútil, si nos atenemos a la ausencia de fines prácticos de su viaje. Yo creo que la fascinación llega por lo infrecuente que resulta una aventura de ese tipo. Un chico joven, bastante guapo, por cierto, probablemente con una vida hermosa por delante, lo abandona todo para enfrentarse a una prueba difícil. Es el hombre que se bate contra sus propios límites. El hombre que lucha contra un paisaje desértico que niega la vida. Lo importante no era ver Smara, sino salvar toda la distancia que le impedía llegar hasta ella.
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