Cuenta Sempé en las entrevistas que siempre trabaja desde la imaginación, que no se dedica a reproducir en sus dibujos escenas que haya observado durante un paseo o parado en la calle. No sé si dice la verdad, porque también ha admitido que es un gran mentiroso. Sea como sea, en «Âmes soeurs» (Éditions Denoël, 1991), uno de sus libros, se dedica a describir los encuentros y desencuentros de varios personajes que sufren por temas amorosos o por sus amistades. Un texto breve acompaña a los dibujos. Los bulevares de París y sus casas son los escenarios de algunas de las historias. Mi preferida es una en el que una chica, a la que no le vemos la cara, llora en un sofá, abrazándose las piernas. Un hombre la observa de pie, con el rostro serio y los puños apretados. A su lado descansa un ramo de rosas, depositado sobre la mesa. Leemos: «Si no ella no quería verme desde hacía algún tiempo, era porque me había engañado. Ella solo era, me decía, una niña malcriada. Lo que le hacía falta, añadía, era que un hombre le hiciera sufrir. Decidí marcharme, y, tranquilamente, arrojé por la ventana el enorme ramo de rosas que le había enviado. Las espinas me arañaron parte de la mano izquierda. Sentí malestar, el brandy que me dio me causó una náusea. Pensaba: “¿La estoy perdiendo?”». Lo que más me gusta es que el personaje que ha obrado mal tenga voz, y que el que ha sufrido por sus actos reaccione sin odio. Lo que más me gusta de Sempé es que retrata a los seres humanos desde la ternura y no con desconfianza, violencia o pesimismo. Es un descanso más que una postura ingenua.
Sempé respondió esto cuando le preguntaron si era un moralista: «No me gusta demasiado esa idea, me parece que supone un juicio sobre los otros, una condena desde lo alto, y no soy así. Soy un humorista (…) y no me excluyo de la humanidad que dibujo. Estoy cerca de mis personajes, son mis semejantes. Riéndome de ellos, me río de mí mismo». (Télérama, 6 de marzo de 2009)
Y esto otro, cuando le preguntaron si era un tipo nostálgico: «La palabra siempre me ha hecho reír. ¿Conoce usted a un artista, cruce o placita que no sea nostálgico? Todo es nostálgico. Admiro al que dijo: “El hombre es un animal inconsolable y feliz“. Somos las dos cosas. Mire a esta buena mujercita sobre la pila de libros [se refiere a una fotografía de Marguerite Duras]. Escruta el horizonte porque, bajo mi punto de vista, siempre busca. (…) ¿Y yo qué busco? Seguir, querida mía… Busco seguir». (Le Monde, 20 de octubre de 2011)
Volvamos a echar un vistazo a «Âmes soeurs». Un nuevo dibujo. El viento arroja los visillos de una casa sobre una butaca. Un pasillo iluminado. Al fondo, un hombre que parece observarse en el espejo. Sobre la mesa hay comida de encargo y botellas abiertas. Leemos: «Permanecía, permanecía encerrado. El dolor se debe vivir solo. Qué cosa tan extraña es la tristeza. Conmociona hasta los rasgos de un rostro. El mío se había demacrado, lo que me daba una gravedad, incluso una profundidad, que me sorprendía. Ella me lo había dicho: “Cuando estás triste, tu cara se ahonda, y tu mirada, vuelta hacia el interior, aspira, atrae irresistiblemente…” (…) El dolor se debe vivir solo, es verdad. Pero no necesariamente encerrado. Nos podemos sentir solos en medio de los demás».
¿Termina este texto, tan de domingo, con una conclusión oscura? Prefiero que no. Última imagen: una fiesta. Un grupo de personas charla. En un sofá, un hombre toma la mano de una mujer, que parece corresponderle con entusiasmo. A su lado, un tipo que está solo, y que suponemos interesado en la señora que tiene a poca distancia, levanta su copa, se cruza de piernas y sonríe. Leemos: «Lo importante, pensaba, es no perder el prestigio». Mantener la compostura, reírse de nuestra mala suerte. ¿Quién no se ha visto en una situación así?
En la portada de «Âmes soeurs» vemos dos bloques de pisos en una calle a oscuras. Separadas por unos metros, solo en dos ventanas hay luz. «Âmes soeurs» se traduce como «almas gemelas».
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