Se nos dice que Jesús caminó sobre las aguas. Con toda modestia, y sin comparaciones odiosas, yo también puedo presumir de haber caminado descalzo sobre brasas ardientes, tal como hacen todos los años por San Juan los mozos de San Pedro Manrique, en Soria, y en otros lugares del mundo.
En mi reciente novela, ‘El Maestro Imperfecto’, relato en detalle los orígenes de esta viejísima tradición universal, que en la India, por ejemplo, tiene resonancias místicas y quienes se aventuran a participar en ella han de pasar cuarenta y ocho horas ‘en capilla’, célibes, en silencio, en ayuno total, encerrados en sí mismos y sumidos en frecuentes meditaciones. Durante ese tiempo son debidamente instruidos por expertos sobre las capacidades de la mente humana, la actitud con que deben enfrentarse el desafío y la técnica que debe guiar sus pasos sobre el fuego.
La noche de autos, tras una prolongada meditación junto al mar, los pocos voluntarios que nos habíamos prestado dejamos nuestros miedos y cuidados en la arena de la playa olvidados y nos dirigimos en fila india a la hoguera, acompañados por el incesante retumbar de los tambores y dulzainas que los músicos indios hacían sonar con entusiasmo. Abrían la marcha los expertos, y después seguíamos los novatos con el torso al aire y unos sencillos pantalones de algodón remangados hasta la rodilla.
La muchedumbre nos iba abriendo paso como si fuéramos reos camino del cadalso. Para algunos aquello era un acto de fe y para otros, un simple acto de valor. La verdad es que todo se reducía a vencer el miedo instintivo que lleva a encoger el pie cuando entra en contacto con las brasas. Lo más importante, repetían los expertos, era que toda la planta se apoyara sobre ellas con la misma firmeza y determinación con la que un viñador pisa las uvas en su lagar. Si el miedo llevara a algún marchador a encoger instintivamente el pie, las ampollas y quemaduras en el mismo estaban garantizadas. El secreto de la marcha no era otro que caminar ‘apagando’ los rescoldos con todo el peso del cuerpo cargado sobre el pie. Cuando se trata de caminar sobre brasas no hay nada mejor que el paso vivo y firme de la legión. Quienes adoptan un paso de torero recreándose en la suerte, son firmes candidatos a sufrir ampollas y laceraciones.
He de confesar que, desde esa experiencia, mi mente inquisitiva no paró de indagar hasta dar con una explicación racional y plausible del fenómeno. Así supe que rituales semejantes se llevan a cabo desde tiempo inmemorial en distintos lugares del planeta. Tanto en la India como en China, en Malasia, en Japón, en Bulgaria, en Grecia y en algunas islas del Pacífico Sur, existe una tradición que renueva inexorablemente el rito cada año. En el mundo cristiano suele hacerse en la noche de San Juan. En Soria, por ejemplo, desde que la memoria recuerda, los mozos de San Pedro Manrique caminan descalzos esa noche sobre los rescoldos ardientes de una hoguera, llevando, en ocasiones, a sus novias o hijos cargados a la espalda para que sus pies apaguen mejor los rescoldos.
Pero a una mente inquisitiva no le bastan la tradición y la fe, así que, buscando alguna explicación plausible del fenómeno, di con un físico de la Universidad de Boulder, Colorado, un tal John R. Taylor, quien había decidido, años atrás, llevar a cabo el experimento en el propio departamento de física de su universidad. Cuando sus pies desnudos marchaban sobre las brasas, la temperatura de éstas se acercaba a los ochocientos grados. Sin embargo, no se quemó porque, en sus propias palabras, “lo importante no es la temperatura, sino el calor transferido”, dos conceptos que parecen confundirse, pero que son diametralmente distintos. Si abrimos un horno, la temperatura del aire, del pan y del hierro de la base es la misma. Sin embargo, los efectos de tocar el aire, el pan o el hierro son totalmente diferentes. Se puede mantener la mano en el aire caliente del interior del horno durante unos segundos sin el menor problema; se puede tocar el pan brevemente sin quemarse, aunque no más de uno o dos segundos; pero un simple roce contra el hierro ya produce quemaduras. La principal diferencia entre los tres elementos estriba en su capacidad calorífica y su conductividad. La capacidad calorífica del aire es mínima, por tanto tiene poco calor que transmitir a la mano. Además, su conductividad también es baja, ya que el calor más alejado se transfiere muy lentamente. En el otro extremo, el metal tiene gran capacidad calorífica y alta conductividad. De esta manera, dispone de mucho calor para transmitir a la mano, y además el calor más alejado del punto de contacto se suma rápidamente. El pan representa el punto medio entre ambos fenómenos.
Quien quiera más detalles sobre el particular los encontrará en mi novela ‘El Maestro Imperfecto’
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