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Blogs Cosas del cerebro por Pilar Quijada

Vamos a contar mentiras

Pilar Quijada el

Hasta las personas más sinceras mienten una vez cada ocho minutos. Un estudio de la Universidad de Granada señala que cada vez que engañamos se nos enfría la punta de la nariz y puede detectarse mediante una cámara de infrarrojos. Como no podía ser menos, a esta peculiar reacción la han llamado “efecto Pinocho”. Sin embargo, las personas acostumbradas a mentir, capaces de pasar la prueba del detector de mentiras, probablemente también burlarían esta técnica aplicada por primera vez al campo de la Psicología.

¿Quién no ha mentido alguna vez? Según un estudio realizado en 2004 en la Universidad de Los Ángeles, California, hasta las personas más sinceras lo hacen. Los psicólogos que hicieron la investigación grabaron las conversaciones de 20 voluntarios y después comprobaron las falsedades que había en las cintas. El resultado fue que hasta los participantes más sinceros habían mentido nada menos que una vez cada ocho minutos. Y eso que no se fijaron en las omisiones (lo que no decimos), que no deja de ser otra forma de mentira, aunque más sutil y aceptada.

Al parecer, quienes recurren con más frecuencia a la mentira, según este estudio, son las personas que tienen más relaciones sociales, como vendedores, abogados, psicólogos y periodistas. Una pena que los investigadores no incluyeran en su pequeña muestra a ningún político…

Ahora otro estudio, esta vez de la Universidad de Granada (UGR), ha descubierto que, al parecer, cada vez que mentimos, la temperatura de la nariz desciende. Y para demostrarlo no han necesitado ir tocando las narices a la gente. Lo han hecho de forma más cordial y elegante, mediante una cámara termográfica: un dispositivo de exploración infrarroja que se utiliza para convertir el calor emitido por la superficie de la piel en un espectro de colores que indica el aumento o disminución temperatura. La termografía  experimentó su mayor desarrollo a raíz de la Segunda Guerra Mundial, con el impulso de las investigaciones militares para detectar al enemigo mediante objetivos de visión nocturna, que llevaban a cabo en el ejército de Estados Unidos y que hemos visto en el cine.

La termografía se utiliza también en medicina, porque en el cuerpo hay un alto grado de simetría térmica y la temperatura asimétrica puede delatar patologías, como, por ejemplo, un tumor de mama. Ahora, los investigadores de la UGR Emilio Gómez Milán y Elvira Salazar López, del departamento de Psicología Experimental, han aplicado por primera vez esta técnica al ámbito de la Psicología, obteniendo resultados novedosos. Gracias a esta técnica han podido “detectar”, por ejemplo, el deseo y la excitación sexual tanto masculina como femenina, delatados por un aumento de la temperatura local en la zona pectoral y en la zona genital. Con su trabajo han demostrado también que, a nivel fisiológico, hombres y mujeres se excitan en el mismo tiempo, aunque subjetivamente las mujeres indiquen no estar excitadas o estarlo menos.

Pero lo que estos días ha tenido más repercusión es que con esta cámara infrarroja se puede capturar también a los mentirosos. Y es que, aseguran los investigadores, ante situaciones en las que realizamos un esfuerzo mental, ya sea para enfrentarnos a tareas difíciles o para mentir, se producen cambios térmicos en la cara. En concreto, cuando mentimos se nos enfría la punta de la nariz. Si este efecto fuera acumulativo, al final del día, el apéndice nasal de más de uno debe estar próximo a la congelación, si nos atenemos al estudio de la Universidad de Los Ángeles mencionado al principio, que contabiliza ocho mentiras por hora.

La sede de los sentimientos

La responsable de los cambios de temperatura del apéndice nasal es una estructura cerebral llamada ínsula, una parte de la corteza cerebral oculta bajo el surco central del cerebro, una “hendidura” que separa el lóbulo temporal del  frontal y el parietal. La ínsula se considera un quinto lóbulo cerebral y es, en palabras del premio Príncipe de Asturias en Investigación Antonio Damasio, un sustrato importante de los sentimientos. Se considera a esta estructura como fuente de las emociones sociales, (tales como lujuria y disgusto, orgullo y humillación), culpa y expiación, del sentido moral, la empatía o la capacidad de responder emocionalmente a la música.

Además, la ínsula recibe información de receptores en la piel y órganos internos. Estos receptores son células nerviosas que se especializan en detectar  calor, frío, picor, dolor, sabor, hambre, sed, dolor muscular, sensaciones viscerales y la necesidad de respirar. La ínsula interviene también en la detección y regulación de la temperatura corporal, “de manera que hay una gran correlación negativa entre la actividad de esta estructura y la magnitud del cambio térmico: a más actividad de la ínsula (a mayor sentimiento visceral), menor cambio térmico se produce, y viceversa”, destacan los investigadores. Además, la termografía sirve para evaluar las emociones (ya que el patrón térmico facial es diferente), y para determinar el contagio emocional.

El arte de engañar a los demás

Parece que, gracias a la termografía, la impunidad de los mentirosos tiene los días contados. ¿O tal vez no…? Desgraciadamente, las personas que más mienten son las que mejor controlan sus emociones, y han sido capaces de burlar el polígrafo, conocido popularmente como “máquina de la verdad”.  Este supuesto detector de mentiras, registra la alteración de constantes como e pulso, la tensión arterial o el sudor, que se producen como consecuencia de la tensión emotiva que provoca haber mentido. Pero estas alteraciones pueden estar también provocadas por le miedo.

Hay personas que mienten con toda naturalidad, porque están habituados a ello. De ahí que un polígrafo pueda no percibir ninguna señal de alteración si quien ha mentido sabe controlar muy bien su estado emocional. Por el contrario puede poner bajo sospecha a una persona inocente que dice la verdad si sus constantes se alteran por la presión del interrogatorio, la sospecha que cae sobre él o las posibles consecuencias a las que se enfrentará.

“Quienes han mentido muchas veces y han tenido éxito en sus numerosas farsas engañarán con más facilidad al ir comprobando que su estrategia es eficaz y pasa desapercibida en su entorno. Estos éxitos van reforzando su sensación de ser especialmente hábiles en el arte del engaño, lo que les permite actuar con más seguridad y disminuir las señales externas de nerviosismo o miedo”, como explica Teresa Baró en “La gran guía del lenguaje no verbal“, editada por Paidós.

En realidad, mentir es más difícil para las personas que no tienen el hábito de hacerlo, en definitiva para las personas más honestas. Probablemente las que se delatarían frente a un polígrafo o una termografía. Sin embargo, los “mentirosos de guante blanco” saldrían airosos de ambas situaciones.

Reflejado en el rostro

Sin embargo, aunque no nos crezca la nariz como a Pinocho, ni se nos enfríe, en nuestro rostro sí aparecen pequeños detalles que nos delata. A lo largo de la evolución hemos aprendido a disimular nuestros sentimientos, porque mostrarlos no siempre lo más conveniente. Sin embargo, no lo hacemos de forma tan perfecta que pase desapercibido a un experto observador.

Las emociones auténticas se reflejan en nuestro rostro por medio de músculos que se mueven de forma involuntaria y automática. Por el contrario, cuando fingimos una emoción o la disimulamos estamos poniendo en marcha músculos voluntarios, porque lo hacemos de forma consciente y premeditada.  

No es fácil producir una expresión facial de una emoción cuando realmente no sentimos lo que pretendemos expresar. De hecho, un antigua observación hecha por un el médico francés Duchenne, considerado un pionero en la neurología y la fotografía médica, sugiere que las sonrisas de felicidad genuina, en contraposición con las sonrisas falsas o las sociales, que se hacen para felicitar a alguien, implican la contracción de un músculo cercano a los ojos, conocido como músculo de Duchenne. Por cierto, que en las termografías realizadas por los investigadores de Granada, el músculo de Duchenne se calienta cuando mentimos.

Dos trastornos neurológicos confirman la movilización de músculos diferentes en las emociones genuinas y las fingidas. Las personas aquejadas de un tipo de parálisis facial denominado intencional, no pueden mover voluntariamente los músculos faciales, pero sí puede expresar una emoción genuina con esos músculos, activados de forma involuntaria. En cambio, quienes padecen otro tipo de parálisis facial, denominado en este caso emocional,  debida a una lesión en la ínsula, pueden mover los músculos faciales de manera voluntaria, pero no pueden expresar emociones con el lado afectado. Estos dos síndromes indican claramente que los mecanismos cerebrales responsables de la expresión involuntaria y automática de las emociones son diferentes de los que rigen la expresión fingida.

Otro dato interesante es que el hemisferio derecho tiene un papel más importante en el reconocimiento de las emociones a partir de la voz y de la expresión facial de las emociones. Cuando mostramos emociones mediante los músculos faciales, el lado izquierdo de la cara suele mostrar una expresión más intensa, ya que el control motor de la musculatura es contralateral y por tanto el hemisferio derecho actúa sobre el lado izquierdo de la cara.

Mejor que mil palabras

Los expertos estiman que alrededor del 65% de lo que comunicamos a otras personas lo hacemos a través del lenguaje no verbal o lenguaje corporal. Esto significa que si lo que decimos no está avalado por lo que nuestro cuerpo expresa tendremos poca credibilidad para los demás. Bien puede decirse que una imagen (lo que nuestro cuerpo expresa) vale más que mil palabras que digamos.

Sin embargo, no es fácil detectar de forma consciente esas asimetrías en la expresión genuina de las emociones, y por tanto la posibilidad de que nos estén mintiendo. Pero sí que experimentamos con algunas personas que nos producen “malas vibraciones”. Se trata de una sensación vaga difícil de expresar con palabras. Es una intuición basada precisamente en la interpretación inconsciente de ese lenguaje corporal que nuestro cerebro recoge y nos transmite en forma de incomodidad.

En realidad, tres o cuatro minutos después de conocer a una persona ya nos hemos formado una primera impresión de ella, que tiende a ser bastante realista. ¿En qué nos fijamos? En ese tiempo tan corto, lógicamente no podemos conocer su manera de pensar, por lo que es su lenguaje corporal el que suministra buena parte de esa primera impresión.

Los ojos y las manos son importantes a la hora de transmitir veracidad. Si nuestro interlocutor no nos mira mientras nos habla, desconfiamos de él. El lenguaje de las manos también es importante. No es casual que al saludar enseñemos la palma de la mano. Transmite sinceridad. Por el contrario, esconder las manos provoca desconfianza.

Cuando alguien miente, aunque puede estar expresándolo en su cara, es de forma tan fugaz, que es  difícil de apreciar para la mayoría de las personas. Y es que las microexpresiones de las emociones genuinas duran apenas un cuarto de segundo.

A pesar de todo, casi todos caemos en el juego social de la mentira. La mayoría de nosotros la practicamos al menos ocultando información. Omitimos informaciones que pensamos que nos pueden perjudicar. Mostramos ante los demás nuestra mejor cara: “Parte de nuestro discurso, aunque verdadero, oculta una información que el otro necesitaría conocer para poder juzgar correctamente la situación”, como señala Teresa Baró.  

Tal vez lo  mejor sea dejarse llevar por la intuición, una sensación que ha ganado puntos, desde que Damasio propuso su teoría del “marcador somático”, que sostiene que la activación emocional puede influir y condicionar la actividad de los procesos cognitivos superiores. Las “vibraciones” que nos transmiten las personas o las situaciones nos ayudan a clasificarlas de forma rápida e intuitiva. Tendemos a evitar las que han sido marcadas por sensaciones viscerales desagradables y seleccionamos las que han sido marcadas positivamente. Un “polígrafo” rudimentario pero eficaz, que incluso nos sirve para tomar decisiones, reduciendo el número de alternativas posibles e incrementándose la velocidad de elección

Investigación
Pilar Quijada el

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