Una barra de cinco kilos de peso, más de un metro de largo y 2,5 centímetros de grosor atravesó su cabeza, entró por su mejilla izquierda y salió por la parte superior del cráneo impulsada por una explosión de pólvora. El joven quedó tendido en el suelo, algo aturdido, pero ni siquiera se desmayó. “Aquí tiene trabajo, doctor”, bromeó con el médico que le atendía. Tenía 25 años, trabajaba en el ferrocarril de Nueva Inglaterra y a pesar del agujero de su cabeza y la pérdida del ojo izquierdo, no parecía tener otros daños importantes. Podía andar, hablar y su inteligencia estaba intacta…
Algo increíble si se tiene en cuenta cómo ocurrió el brutal accidente. Se llamaba Phineas Gage y era una persona amable, competente y responsable que, como capataz, tenía a su cargo a varios operarios. Su trabajo consistía en abrir el camino hasta Canadá de la futura línea de ferrocarril con explosivos. Entre sus funciones estaba la de colocar cargas en agujeros taladrados en las rocas para removerlas. Rellenaban el agujero con pólvora, colocaban un detonador y lo tapaban con arena, que después Gage aplastaba con una barra de hierro.
Pero la mañana del 13 de septiembre, mientras trabajaba, algo falló. Probablemente el operario encargado de poner la arena sobre la pólvora se olvidó, detonó antes de tiempo y la barra de hierro que utilizaba voló por los aires y atravesó la cabeza de Gage.
Phineas Gage sobrevivió, pero como un hombre diferente y ahí radica la principal importancia de este caso, que ha pasado a los anales de la medicina. Gage había sido una persona responsable, inteligente y socialmente adaptada, uno de los favoritos entre sus compañeros, explicaba en un artículo publicado en Science en 1994 el neurocientífico y premio Príncipe de Asturias Antonio Damasio, que ha estudiado a fondo su caso.
Los signos de un cambio profundo en la personalidad eran ya evidentes durante la convalecencia bajo el cuidado de su médico, John Harlow. Pero con el paso de los meses se hizo evidente que la transformación era no sólo radical sino difícil de comprender. En algunos aspectos, Gage se recuperó completamente. Parecía ser tan inteligente como antes del accidente; no tenía ninguna secuela de movimiento o habla; no había sido afectada ni la memoria ni la inteligencia en el sentido convencional, relata Damasio.
Pero se convirtió en un tipo irreverente y caprichoso. Su respeto anterior por las convenciones sociales había desaparecido. Sus abundantes palabras soeces ofendían a quienes le rodeaban. El sentido de la responsabilidad que le caracterizaba había desaparecido también. No se podía confiar en él. Sus jefes, que le habían considerado “el más eficiente y capaz” en su “empleo”, después del accidente tuvieron que despedirle. En palabras de sus amigos y conocidos, “Gage ya no era Gage”.
¿Qué había pasado? Aunque tras su muerte, 13 años después de la explosión, no se le hizo la autopsia, las medidas del cráneo de Gage, que se conservó, y las técnicas de neuroimagen modernas permitieron reconstituir el accidente y determinar la probable ubicación de la lesión. Había daños en las cortezas prefrontales derecha e izquierda, lo que provoca, según se sabe ahora por los casos actuales con lesiones semejantes, un defecto en la planificación, en la toma racional de decisiones y el procesamiento de las emociones. Además, parecía, como apuntó Damasio, que la emoción participa y es importante en toma de decisiones. Y otro dato más se dedujo de este famoso caso: fue la primera evidencia de que las normas éticas y sociales quedan grabadas también en esta zona del cerebro.
Resumen del caso Gage en Odisea
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