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Blogs Cosas del cerebro por Pilar Quijada

“Cara de póquer”

Cuando intentamos disimular una emoción en nuestro rostro aparecen pequeños detalles que nos delatan

“Cara de póquer”
Pilar Quijada el

No nos crece la nariz como a Pinocho, pero nuestro rostro nos delata, aunque de forma más sutil, cuando fingimos una emoción que no sentimos. Mostrar nuestras emociones no siempre es lo más conveniente. Imagina un jugador de póquer que ante una buena jugada esbozara una sonrisa de satisfacción. Probablemente sus adversarios sospecharían que tiene buenas cartas y le resultaría más complicado sacar provecho de la situación. En este caso es fundamental poner cara de póquer y no dar muchas pistas a los jugadores rivales.

Mentiras aprendidas

Este texto se publicó en ABCnClase en 2004, como parte de una serie de artículos sobre Psicología, dirigido a escolares de la ESO. Estos artículos merecieron el Premio de Periodismo Escrito del Colegio Oficial de Psicólogos de Madrid. La ilustración de Pinocho es de Mar Ferrero.

A lo largo de la evolución hemos aprendido a disimular nuestros sentimientos en determinadas ocasiones, pero no lo hacemos de forma tan perfecta que pase desapercibido a un buen observador.

Las emociones auténticas se reflejan en nuestro rostro por medio de músculos que se mueven de forma involuntaria. Por el contrario, cuando fingimos una emoción o la disimulamos, lo hacemos de forma consciente y estamos poniendo en marcha músculos voluntarios. Pero los músculos que se mueven de forma voluntaria no reproducen tan fielmente las emociones como los involuntarios. Por eso, las expresiones fingidas suelen ser ligeramente diferentes: son asimétricas, duran más que las genuinas y no van acompañadas de otros indicadores de la emoción, como los movimientos corporales o la conducta no verbal.

Como explicaba el psicólogo Paul Watzlawick, uno de los principales autores de la teoría de la comunicación humana, podemos comunicarnos de dos formas: mediante palabras (comunicación verbal), y mediante gestos (comunicación no verbal). Por tanto, la comunicación no se limita simplemente a las palabras que decimos. También es importante la comunicación no verbal, es decir, el lenguaje corporal que acompaña a lo que decimos: los gestos que hacemos con la cara, la posición de los brazos, la mirada, etcétera. Y cuando lo que estamos diciendo no “cuadra” con lo que nuestro cuerpo expresa y esto hace desconfiar instintivamente a quien nos escucha. De ahí que mentir no sea tan fácil… Ya lo dice el refrán: las mentiras tienen las patas muy cortas.

 Una mentira cada 8 minutos

Augusto Ordóñez, en Pixabay

¿Quién no ha mentido alguna vez? Según un estudio realizado por psicólogos de la Universidad de Los Ángeles, en California, hasta las personas que se consideran más sinceras mienten.

Para demostrarlo, grabaron las conversaciones de 20 voluntarios y después comprobaron las falsedades que había en las grabaciones. El resultado fue que hasta los participantes más sinceros habían mentido nada menos que una vez cada 8 minutos.

 El autobús que se retrasó (cuando en realidad se nos pegaron las sábanas) el examen que no tuvimos tiempo de estudiar a fondo (aunque sí pudimos ver nuestro programa favorito) y tantas otra mentirijillas que alegamos como excusas, forman parte de nuestra vida diaria…

Quizás sorprenda saber que quienes recurren con más frecuencia a estas estratagemas, según el estudio anterior, son las personas que tienen más relaciones sociales, como los comerciales, abogados, psicólogos, periodistas y políticos.

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