Dicen los psicólogos que la forma en que percibimos la realidad está determinada por la educación que hemos recibido, las experiencias pasadas y los prejuicios adquiridos. En especial, los prejuicios actúan como filtros a través de los que nos llega una imagen distorsionada de la realidad.
Son creencias erróneas que hemos formado a partir de generalizaciones que no nos hemos parado a comprobar, simplemente las aceptamos sin cuestionarlas y actuamos en consecuencia con ellas. Son un buen caldo de cultivo para la discriminación de cualquier tipo racial, religiosa o sexual. Y llevados al extremo, pueden hacernos caer en él fanatismo.
Casi todos tenemos algún prejuicio, aunque no lo admitamos abiertamente. Por eso se habla de “prejuicios sutiles”, que son aquellos que expresamos en situaciones determinadas, por ejemplo, cuando nos sentimos protegidos por un grupo de personas que piensa igual.
Otro ejemplo cotidiano, es el reparto de tareas según el sexo. Quizá alguno de vosotros al llegar a casa no echa una mano porque en el fondo piensa que eso es cosa de mujeres aunque no lo admita abiertamente. Quizás la excusa para escaquearse sea tener que hacer muy algo importante que no puede esperar.
Ante estos sesgos, es esencial que el cristal con qué miramos, sea lo más transparente posible. Y eso se consigue cuestionando esas etiquetas mentales que son los prejuicios.
Prejuicio (RAE):  Opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal.
Etimológicamente, la palabra “prejuicio” viene del latÃn praeiudicium y significa “juicio previo, decisión prematura”