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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

¿Qué hace una alianza militar como tú en un vecindario geoestratégico como éste? (2)

Emilio de Miguel Calabia el

(Una de las primeras salidas de la OTAN al exterior)

La primera prueba de fuego de la OTAN en la posguerra fría fue la guerra de Bosnia. Pienso que para la OTAN se trataba de demostrar su capacidad para jugar el nuevo papel que se había atribuido. La OTAN consiguió sus objetivos y forzó a que los beligerantes se reuniesen en Dayton para negociar la paz. Más adelante, cuando se produjo la crisis de Kosovo en 1999, nuevamente fue la OTAN quien aseguró con sus bombardeos que Serbia cesase en su agresión. La OTAN había demostrado, pues, su capacidad, pero en el proceso se advirtieron dos fallas, que se repetirían más adelante en Afganistán y Libia: 1) La dificultad de los europeos en ponerse de acuerdo entre sí; 2) La necesidad del liderazgo norteamericano para que las operaciones tuviesen éxito.

A lo largo de la década de los 90, fue imponiéndose la idea de que la OTAN tenía que hacerse global y comenzar a mirar fuera de Europa. Los principales impulsores de esta idea fueron los EEUU, cuyos intereses de seguridad se estaban desplazando hacia Asia-Pacífico. En diciembre de 1997 la Secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright advirtió que EEUU y Europa tendrían en el futuro que hacer frente a retos más allá del continente europeo, que les obligarían a colaborar con el mismo grado de solidaridad que habían mantenido hasta entonces en Europa. Warren Christopher, el predecesor de Albright, y William Perry lo expresaron con mayor claridad aún en un artículo de opinión que publicaron el 21 de octubre de 1997 en The New York Times con el título “La verdadera misión de la OTAN” (“NATO’s true mission”): “… el peligro para la seguridad de sus miembros no es primordialmente la agresión a su territorio colectivo, sino las amenazas a sus intereses colectivos más allá de sus territorios. Trasladar el énfasis de la Alianza de la defensa del territorio de sus miembros a la defensa de sus intereses comunes es el imperativo estratégico.” Tal vez fuera la dirección inevitable que debía emprender la Alianza, pero en el proceso estaba perdiendo concreción.

La primera manifestación institucional del deseo de salir fuera de su marco geográfico tradicional vino con la Cumbre de Madrid de 1997, en la que se creó el Consejo de Partenariado Euro-Atlántico (CPEA). El Consejo vino a reemplazar al Consejo de Cooperación del Atlántico Norte y se concibió como un foro de diálogo y consultas bilaterales sobre cuestiones políticas y de seguridad entre los miembros de la OTAN y sus socios. A modo de ejemplo, dos de los temas tratados en el CPEA fueron Kosovo y Afganistán. Otros temas de los que se ha ocupado son la gestión de crisis, el control de armamentos, la lucha contra el tráfico de seres humanos, el terrorismo internacional… El CPEA se abrió a la membresía de Rusia y todas las ex-repúblicas soviéticas. La idea puede que sonase bien en principio, pero a la larga se vio que una institución con miembros tan dispares como Croacia y Belarus y cuya aproximación a la OTAN iba desde un deseo ávido por ingresar hasta una profunda indiferencia, no podía funcionar adecuadamente.

Los atentados contra las Torres Gemelas y los posteriores de Madrid y Londres mostraron que no se habían equivocado quienes afirmaban que ahora las principales amenazas a los intereses de la Alianza y sus miembros provenían de fuera del área euro-atlántica. Es el momento en el que se consagra la expresión “nuevas amenazas a la seguridad”. De pronto, la idea de otro Estado agrediéndote militarmente había dejado de ser la amenaza más plausible y más preocupante. Por cierto, que los atentados del 11-S dieron pie a que por primera vez la OTAN invocase el art. 5 del Tratado, que dice que un ataque contra un aliado se considerará como un ataque contra todos los aliados. Sorpresas te da la vida: lo más probable es que quienes redactaron ese artículo en 1949 estuvieran pensando en una agresión contra un Estado europeo, que forzaría a EEUU a intervenir. Por cierto, que la Administración Bush, de tendencia claramente unilateralista, no vio la invocación del art. 5 como un regalo, sino como un riesgo: el riesgo de que la intervención de la OTAN coartase su libertad de acción

Tras el 11-S, la OTAN aceleró su marcha hacia la globalidad y su implicación en Asia. En 2002 creó el Consejo OTAN-Rusia como mecanismo de consultas y cooperación entre la OTAN y Rusia. Se trataba de reconducir unas relaciones que habían quedado tocadas tras la incorporación a la Alianza de varios Estados de Europa central y oriental y tras el ascenso de Vladimir Putin al poder. En 2004 la OTAN estableció la Iniciativa de Cooperación de Estambul para desarrollar relaciones más estrechas con los miembros del Consejo de Cooperación del Golfo. Kuwait, Bahrain, Qatar y los Emiratos Árabes Unidos se incorporaron a la iniciativa; Omán y Arabia Saudí optaron por no adherirse y por cooperar con la OTAN caso a caso. La creación de esta Iniciativa hay que ponerla en el contexto de la invasión de Iraq y de la asunción de responsabilidades por parte de la Alianza en Afganistán. Ambas hacían imprescindible el apoyo logístico y político de los Estados del Golfo Pérsico. El trasfondo de la Iniciativa pone de manifiesto quien lideraba el movimiento hacia una OTAN global: EEUU.

La intervención de la OTAN en Afganistán merece un capítulo aparte, ya que se trató de la operación más ambiciosa nunca emprendida por la Alianza. Que no saliera como se esperaba cabe atribuirlo a errores de cálculo en sus inicios, que nunca pudieron ser rectificados posteriormente.

En agosto de 2003, la OTAN decidió asumir la responsabilidad de ISAF, la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad, establecida por la Resolución 1386 del Consejo de Seguridad de NNUU. Las motivaciones detrás de esa decisión fueron muy variadas: 1) Facilitar la generación de fuerzas para ISAF; 2) Dar una misión a la OTAN que demostrase tanto que seguía siendo relevante, como que podía efectivamente jugar un papel global; 3) Tapar las grietas y la mala sangre que había causado la renuencia de varios de sus miembros a apoyar a EEUU en la invasión de Iraq; 4) Complementar los esfuerzos de EEUU, que en aquellos momentos tenía su atención fija en Iraq. Dos problemas lastraron a la OTAN desde el primer momento: 1) Las FFAA de los Estados miembros y la propia Alianza estaban orientados principalmente a la lucha entre Estados en el continente europeo, no a labores de contrainsurgencia en un país lejano y tan peculiar como Afganistán; 2) Los desacuerdos entre los aliados sobre la naturaleza de la operación en Afganistán. Para unos se trataba de una operación de mantenimiento de la paz, pura y dura, mientras que para otros lo esencial era llevar la estabilidad y la reconstrucción al país. Una consecuencia de estos desacuerdos fue el distinto nivel de actividades militares asumido por cada uno de los países.

En Afganistán la OTAN tuvo ocasión de colaborar con varios Estados afines de Asia-Pacífico. Australia desplegó, entre otros, a tres escuadrones del Regimiento de Servicios Especiales Aéreos y a un regimiento de ingenieros de combate y realizó labores de reconstrucción en Uruzgan, donde estaban desplegadas las fuerzas holandesas. Nueva Zelanda desplegó un total de 3.500 efectivos a lo largo de casi 20 años de presencia en el país y mantuvo un equipo de reconstrucción provincial. Japón, por su parte, ofreció apoyo logístico y contribuyó financieramente al Fondo de Ley y Orden creado para fortalecer las actividades de la policía.

 

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