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¿Por qué existe algo en lugar de nada? (1)

Emilio de Miguel Calabia el

Una tarde de 1714 en la que Leibniz se aburría y se sentía abandonado por su protector, el elector Georg Ludwig, que se había dicho que era más divertido ser rey de Inglaterra que alimentar a filósofos pelmazos en Hannover, se hizo una pregunta que hasta entonces no se había hecho nadie: “¿Por qué existe algo en lugar de nada?”

Siempre he sabido que el aburrimiento es muy malo. Estoy seguro de que si Leibniz hubiera estado de fiesta, no se le habría ocurrido esa pregunta y los filósofos que le siguieron no se habrían visto obligados a lidiar con ella. En “Why does the world exist?”, Jim Holt intenta ver si él puede responder a la pregunta.  Spoiler: Hasta ahora nadie ha conseguido darle respuesta; ni tan siquiera el autor del libro que comento.

El libro tiene la agilidad de una “road-movie”. El autor cuenta con mucha gracia su aproximación a una serie de filósofos y científicos a los que les hace la pregunta de marras. Así nos enteramos de que el autor de “La fábrica de la realidad”, David Deutsch, vive en medio del caos más absoluto, por no decir directamente que vive en la mierda, con una chica atractiva, que responde al nombre de Lulie. ¿Suena frívolo? Al menos es más entretenido que leer que Newton afirmó que “el tiempo absoluto, verdadero y matemático, por sí mismo y por su propia naturaleza, fluye regularmente sin relación a nada externo.”

También tiene sus momentos de tensión, que demuestran que ser filósofo puede ser una profesión de riesgo. Así sucede en su encuentro con Adolf Grünbaum, que rechaza tanto que podamos conocer lo que hubo antes del Big Bang como las normas de la circulación prudente. “Sin tener en cuenta el tráfico pesado y a toda velocidad a nuestro alrededor, mantenía un monólogo constante al tiempo que intentaba imaginarse el camino.” Spoiler: sobreviven y se pegan una cena regada con abundante vino y champán.

Leyendo el libro, he pensado que la respuesta a la gran pregunta es que el mundo existe para que pueda haber restaurantes, porque la comida está tan presente en el libro que he llegado a pensar que los filósofos utilizan la cosmología como una excusa para reunirse a comer, que es lo que de verdad les interesa. Así Jim Holt toma una ensalada de aguacate en el All Souls College, mientras el filósofo Derek Parfit divaga sobre universos paralelos al nuestro. Holt es capaz de tomarse una “tartine” y un “café crème”en un bar parisino, mientras reflexiona sobre el hecho de que dos grandes filósofos como eran Leibniz y Descartes estuvieran convencidos de que el mundo del ser contingente debía descansar sobre fundamentos ontológicos necesarios. Más tarde se dice si “todos menos él parecen encontrar las bebidas con cafeína más proclives que el alcohol a preguntarse por el misterio de la existencia”. Respuesta de experto: la gran pregunta con el alcohol viene al día siguiente y es: ¿cómo de estúpido me comporté anoche?

Bueno, y después de estas tonterías, vayamos a lo que importa. La ciencia ama la simplicidad. Lo más simple sería que no hubiera nada y sin embargo hay algo: ¿por qué? A esta pregunta yo le añadiría otra, que el libro no trata, pero que siempre me ha intrigado. Asumo que el relato científico sobre el Big Bang que dio origen al universo es verdadero. Aun así, no consigo concebir que toda la energía necesaria para crear el universo de millones de galaxias que contemplamos estuviera concentrada en un espacio infinitesimal.

Adolf Grünbaum cree que es una pregunta ociosa. Para empezar la pregunta parte de unos presupuestos que son discutibles. Asume, para empezar, que la nada es el estado normal de las cosas y que, por ello, es necesario encontrar una explicación a la existencia del mundo. ¿Y si la nada fuese imposible? Empíricamente está claro que el mundo existe, que hay algo, luego más bien habría que demostrar que la nada es una posibilidad. En palabras de Grünbaum: “En lo que se refiere al universo, sin embargo, nunca hemos observado su no-existencia, ni tan siquiera hemos encontrado evidencias de que su no-existencia sería natural. Así pues, ¿por qué debería tentarnos la búsqueda de una explicación de por qué existe?” El Big Bang no implica la nada. Simplemente fue el inicio del tiempo y del espacio. Es el límite al que podemos llegar. No hubo procesos previos al Big Bang por la simple razón de que no había tiempo.

Bede Rundle piensa que el concepto de nada parte de una falacia. Imaginémonos que vaciásemos el espacio de todo lo que contiene. No es la nada lo que obtendríamos, porque aún seguiría quedándonos el espacio. La existencia del espacio sería una necesidad y el espacio no es la nada. Es algo que puedes contemplar y a través del cuál puedes desplazarte.

Aun así, para los enamorados de la nada, ésta tiene sus encantos. Es la realidad más sencilla y tiene el perfil de entropía más simétrico: su máxima entropía iguala a su mínima entropía y es cero. A pesar de Grünbaum, son muchos los filósofos que han caído bajo los encantos de la nada y que no paran de preguntarse cómo el ser, tan asimétrico y grosero, llegó a imponerse sobre la nada.

La física cuántica tiene su aportación que hacer sobre la nada. Sus ecuaciones permiten la emergencia espontánea de partículas en el vacío. El Big Bang sí que habría podido emerger de la nada. La nada sería un estado sin tiempo donde todos los valores de campo son cero. El principio de Heisenberg dice que hay pares de variables en las que cuanta mayor la exactitud con la que medimos una de las dos, menos sabemos de la otra; es imposible que podamos definirlas con exactitud a ambas al mismo tiempo. Aplicado a la nada supondría que dado que conocemos con precisión el valor del campo de la nada, 0, su ritmo de cambio nos es desconocido y es completamente azaroso. O sea, que la nada es inestable y sí que podría dar lugar al universo.

 

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