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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La guerra es glamourosa (1)

Emilio de Miguel Calabia el

Una de las contradicciones de la Humanidad es que hemos rodeado una actividad horrible,- la guerra-, de una mística que la hace hasta apetecible. Eso sí, para que se mantuviera esa mística, cuando hemos reproducido escenas bélicas, hemos procurado que no se viesen la sangre y los miembros mutilados.

Los romanos, que sabían tanto de hacer la guerra, daban a sus aspectos más desagradables un tono casi hasta filosófico y estético. La estatua del gálata moribundo, que es una réplica de otra hecha hacia el 220 a.C. en Pérgamo, muestra exactamente lo que digo. En ella vemos a un gálata herido de muerte; está tendido en el suelo, pero aún incorpora el torso, apoyándose sobre las manos, como si no quisiera morir todavía. La cabeza del gálata mirando hacia el suelo desprende una sensación de tristeza… Pero todo está en los ojos del espectador. Si dijera que la estatua se titula “El filósofo Diógenes, preparándose para echar la siesta”, colaría y el espectador se autoconvencería de que está viendo a Diógenes considerar brevemente la ironía de la vida antes de tumbarse.

Las miniaturas medievales europeas transmiten una sensación del campo de batalla más realista. En ellas vemos a caballeros caídos, cabezas abiertas de un hachazo, sangre que mana de las heridas. Pero el tono general de las miniaturas tiene algo de manga japonés un poco sangriento. El artista medieval no sabía representar bien el movimiento ni la distancia y la impresión que da es de viñeta de tebeo, donde la gente se muere de mentirijillas, porque es pasmoso el gesto impávido del caballero al que le acaban de degollar.

Del Barroco son características las grandes escenas bélicas en las que en primer plano se ve cabalgando ufano al general, dando órdenes y al fondo los cuadros de picas y los bombardeos artilleros. Todo es tan aséptico que parecen más las instrucciones de un juego de guerra sobre cómo colocar las tropas que una batalla real con sus muertos y demás.

La epopeya napoleónica dio para muchos cuadros coloridos y épicos. Los uniformes eran tan bonitos que casi daba gusto que te mataran embutido en uno de ellos. En muchos de los cuadros hay muertos en primer plano, lo que le da una nota de realismo, pero esos muertos son parte del decorado. En “Napoleón en el campo de batalla de Eylau” de Antoine-Jean Gros hay muchos muertos, pero todos son rusos, así que importa menos. En todo caso, la atención del espectador no se dirige a esos muertos en primera fila, sino a Napoleón, que está en el centro del cuadro, mandando, que era lo que más le gustaba hacer. Uno podría pensar que en las guerras napoleónicas sólo morían los no-franceses y que lo hacían con la alegría de saber que su muerte añadiría unas gotas a la gloria de Napoleón.

 

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