Emilio de Miguel Calabia el 12 abr, 2024 El mismo día que descubrí en “L’Afghanistan en partage: les thés vertes de l’Ambassadeur” de Regis Koetschet que había una gran poetisa afgana llamada Nadia Anjuman, me enteré también que había muerto asesinada a golpes por su esposo, cuando sólo tenía 25 años. Nadia creció en el Afganistán de la guerra y la ocupación soviética y pasó su adolescencia en el Afganistán de los talibanes. En una reminiscencia de “Leer a Lolita en Teherán” de la iraní Azar Nafisi, Nadia y otras compañeras se reunían tres veces a la semana en una escuela de costura, que no era más que una tapadera para estudiar literatura. Si las hubieran sorprendido, el castigo habría sido la prisión, las torturas y acaso la horca. Aparte de esas clases, a Nadia le gustaba escuchar los programas culturales de la BBC y escribir sus poemas a medianoche, cuando la familia dormía. La caída del régimen talibán en 2001 le permitió matricularse en la Universidad de Herat para estudiar literatura dari (el dari es una variante del persa y era el idioma de Nadia). Herat, donde nació, estudió y murió, es una ciudad reputada por sus poetas. Hay un dicho que dice que en Herat no puedes estirar una pierna sin darle una patada a un poeta. Nadia, como la mexicana Sor Juana Inés de la Cruz en su día, no se quería casar. Era consciente de las cargas que le impondrían el matrimonio y someterse a un marido. El matrimonio le impediría dedicarse a su pasión por la poesía. Nadia rechazó a distintos pretendientes que le presentaron sus padres, hasta que llegó Farid Ahmad Majid Mia, licenciado en literatura por la Universidad de Herat y que trabajaba en la biblioteca de la facultad. Mia se ganó a los padres con regalos y zalamerías. Probablemente los padres pensasen que una mujer soltera no estaba bien y esta vez la presionaron para que aceptase a Mia. Uno de los dramas de las mujeres afganas es que son tratadas como las sirvientas de la familia y no es raro que, como en el caso de Nadia, tengan que aceptar vivir con la suegra. En general, si hay conflicto entre nuera y suegra, el marido inevitablemente tomará el partido de su madre. Las relaciones entre Nadia y su suegra fueron tensas. A la suegra, y por extensión al marido, no les gustaba que Nadia escribiera poesía. Lo consideraban una vergüenza para la familia. En 2005 publicó el único libro de poemas que pudo publicar en vida, “Gul-e-dodi”, “Flor roja”. El 4 de noviembre de 2005 Nadia y su marido tuvieron una pelea porque ella quería salir a visitar a familiares y amigos, como era tradicional por esas fechas, y su marido se lo prohibió. La pelea pasó a más y el marido le dio una paliza mortal. Lo que la mató fue el golpe que le dio en la cabeza. Horas más tarde, Nadia seguía inconsciente y el marido la llevó a un hospital. Según el conductor del rickshaw que les llevó Nadia ya estaba muerta. No me apetece meterme en la casi nula investigación policial y en cómo el marido prácticamente se fue de rositas. Como el karma siempre llega tarde o temprano, el padre que había insistido a su hija para que se casara con ese canalla, acabó muriendo de pena al ver que no se haría justicia a su hija. La mayor parte de los poemas suyos que he leído hablan de prisión, de desesperanza, aunque aquí y allí saltan chispas de alegría. Uno de esos raros poemas de esperanza es “Rica”, que por cierto lo escribió antes de su matrimonio, que dice: “Un día mis pensamientos, en lugar de frío traerán fuegos artificiales. Un día mis ojos estarán completamente abiertos (…) Un día cantaré elogios al espíritu de fuego con canciones calmadas de lluvia. Ese día escribiré un poema rico y exaltado con la dulzura del fruto de un árbol y la belleza de la luna”. Otro poema de esperanza, escrito cuando tenía veinte años y creía que tenía toda la vida por delante, es “Corazón infantil”, que empieza: “Cada mañana mi corazón está impaciente añora la soledad de la noche, se vuelve cansado y sin alegría fastidiado por el día y sin embargo en la tarde canta por el alba…” Unos versos suyos de desesperanza que se han hecho muy populares, dicen: “Estoy enjaulada en esta esquina llena de melancolía y pena… Mis alas están cerradas y no puedo volar. Soy una mujer afgana y debo lamentarme.” No obstante, su poema más desesperanzado, que transcribo aquí entero, tal vez sea “Pozo eterno”: “Hubo un tiempo en el que estaba llena de lo familiar Sus manos plantaban la espiga sin raíces con intuición así crecería. Hubo un tiempo en el que corrían muchos grandes pensamientos en la primavera brillante de su mente. Hubo momentos en los que su mano domesticó los árboles. Hubo una vez que incluso sus entrañas eran obedientes quizás temían su poder. Pero hoy sus manos están desaprovechadas y ociosas sus ojos, cuencas quemadas, sus pensamientos brillantes están enterrados en un pantano desvaneciéndose. Desconfía incluso de sus pies que la desafían llevándola a donde no quiere ir. Se sienta en un rincón tranquilo perdido en un mar de oscuridad vaciado del pensamiento del tiempo. Ese pozo eterno.” Literatura Tags AfganistánFarid Ahmad Majid MiaGul-e-dodiLiteratura afganaNadia Anjuman Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 12 abr, 2024