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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El esqueleto de la historia

Emilio de Miguel Calabia el

No recuerdo quién dijo que esculpir es quitarle al bloque de mármol lo que le sobra. Pues bien, escribir consiste en lo contrario. Escribir consiste en poner carne a los cuatro elementos que constituyen una historia. Porque no nos engañemos, las historias están hechas con muy pocos elementos. El arte del escritor es decorarlos, poner carne en lo que si no sería un esqueleto. “Mujer casada con un hombre mayor y severo, se enamora de un joven y apuesto oficial. Se escapa con él. La relación se deteriora y ella se arroja a las vías del tren.” Ahí tenemos el esqueleto de Anna Karenina. Hace falta el genio de todo un Tolstoi para convertir eso en un novelón de unos cuantos centenares de páginas.

A veces me da por coger un argumento para un cuento y dejarlo reducido a los puros huesos. Suele tratarse de pequeñas historias que se me vienen a la cabeza, pero que no me apetece desarrollar, a menudo por pereza y a veces porque me interesan, pero no llegan a seducirme tanto como para que piense que me merece la pena dedicar varias noche de trabajo a elaborarlas.

(1)

Cuando ella lo dejó por otro, se dijo que algún día volvería arrepentida a él, le enviaría un correo electrónico diciendo que lo sentía, pero para entonces ya sería demasiado tarde. Pasó noches sin dormir, imaginándose la escena y lo que le diría. Pensar en ella con resentimiento se convirtió en parte de su rutina diaria, igual que lavarse los dientes.

Llegó un día en el que no pensó en ella. Y a ese día, le siguió otro, y otro, y otro… Conoció a una chica, se enamoró, se casó con ella. Y una mañana recibió un correo electrónico…

(2)

Caló a su nuevo compañero de trabajo inmediatamente. El típico hombre tímido, que se enamora rápido, pero no sabe rematar la jugada. No era apuesto, pero tenía un tipo de dulzura que enseguida le llegó.

A menudo le descubría mirando hacia su mesa y en la pausa del café, solía buscar una silla junto a la suya. Y luego estaba cómo la sonreía y los detallitos que tenía, que cada vez que se iba de puente le traía algo y la vez que se puso enferma, la llamó a diario para interesarse por ella… Le gustaba ver cómo el amor entre ellos iba floreciendo sin necesidad de explicitarlo.

Una mañana él llegó a la oficina muy excitado. Iba repartiendo unos sobres grandes e historiados. Ella abrió el suyo. Era una participación de boda.

(3)

Llevaba semanas fijándose en la chica del autobús. Solía coincidir con ella en el trayecto de regreso a casa. Su rostro desprendía una tranquilidad que le hacía pensar en la sonrisa de la Mona Lisa y una vez que la oyó hablando por el móvil, le pareció que tenía la voz más sensual que hubiera oído nunca.

De la parada del autobús hasta su casa aún tenía que hacer quince minutos a pie y pasaba ese rato pensando en cómo atraer su atención, cómo aproximarse a ella. Preparó en su cabeza chistes, comentarios sagaces, anécdotas tiernas y hasta un poema.

Una tarde fue su oportunidad. El autobús iba medio vacío y no había nadie en el asiento vecino al suyo. Se sentó. Ella estaba leyendo “El perfume” de Suskind. Justo él lo había leído unos meses atrás. Le hizo un comentario sobre el libro y ella le miró, le sonrió y le respondió con esa voz tan sensual.

Si no hubiese estado tan emocionado, habría prestado más atención a lo que ocurría en su cuerpo y habría sentido inquietud ante esos movimientos sinuosos en su intestino. Pero no, se había abandonado y cuando quiso reaccionar ya era demasiado tarde. En el segundo anterior a lo inevitable aún tuvo tiempo para pensar que lamentaba haber comido cocido en el almuerzo.

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Emilio de Miguel Calabia el

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