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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Poesía para astronautas

Emilio de Miguel Calabia el

Estos días, cuando me meto en blogs de aficionados a la poesía, me suelo encontrar mucha buena voluntad, que no es lo mismo que talento (Quevedo derrochaba mala leche, pero menudo pedazo de talento tenía), mucha convicción de que escribir un poema consiste en poner las palabras en vertical (prueba a ponerlas en horizontal; si el efecto no cambia es que a lo mejor estabas escribiendo prosa pretenciosa, en lugar de un poema), mucho narcisismo y mirarse el ombligo (yo y el universo suele ser el gran tema de estas poesías, cuyos autores entienden que el cosmos surgió para que ellos vinieran a ser y pudieran escribir poesía), y poemas muy breves, porque la inspiración no les da para más y los poemas largos cuestan mucho esfuerzo (lo malo, si breve, mejor). Para concretar, un ejemplo encontrado al azar en uno de esos blogs:

“El amor con suavidad

pasaba

de ser espectro azul

a tener dedos”

Si lo escribo en horizontal: “El amor con suavidad pasaba de ser espectro azul a tener dedos”, nada cambia. O sea que lo mismo no es un poema sino prosa pretenciosa como la que escriben los estafadores cuando firman un pagaré de 100.000 euros a noventa días. Una de las peores cosas del narcisismo poético es que no sabe distinguir entre lo sublime y lo ridículo. Cuando un poema que se quiere romántico, podría haber sido escrito por Stephen King (“Al espectro azul del amor le crecieron los dedos”; en buena lógica lo que el lector espera a continuación es que los dedos estrangulen al poeta, algo que tal vez fuese merecido por haber perpetrado un poeta tal malo), algo falla. Puede que sea la autora la que falle. Tal vez debería probar con la pintura o la taxidermia. Cualquier cosa, menos la poesía.

¿Necesito aclarar que ese tipo de poesía moderna de aficionados me produce hastío?

Por todo lo anterior, cuando me pasaron el poemario “Poesía para astronautas” de Carlos Boado Crespo, me pareció un soplo de aire fresco. Resulta irónico lo del “aire fresco”, porque Boado escribe un tipo de poesía que se practicaba hace sesenta años. Pero es lo que tiene la poesía a diferencia de la tecnología: no hay un progreso linear, sino hallazgos que luego se olvidan y cagadas que tardan décadas en superarse. El tiempo no cuenta. Hoy Cátulo, que escribió hace dos mil años, nos dice más que Fernando Villaespesa, que murió hace 84 años.

¿Cómo era esa poesía que los aficionados españoles practicaban hace sesenta años? Era una poesía de versos breves, que cuidaba la rima y el ritmo. Era una poesía de andar por casa, que lo mismo servía para hablar de lo cotidiano como para abordar temas de mayor enjundia. Cuando optaba por lo segundo, solía jugar con un distanciamiento irónico, como si no se creyese que el universo pudiera consistir en mucho más que en estar en pantuflas en el salón de tu casa. Para mí, su principal valor es su carencia de pretensiones. Eran poetas que no pretendían estar descubriendo la pólvora ni soñaban con que les levantasen estatuas en los jardines para que fuesen a cagarse en ellas las palomas. El equivalente a lo de las estatuas hoy en día sería que te invitaran a “Supervivientes”.

Boado comienza su poemario hablando del universo con la ironía descreída que en prosa utiliza el Douglas Adams de “La vida, el universo y todo lo demás”. Para dejar claro su actitud ante el mundo y la madre que lo parió, esta sección se titula “Asuntos de escasa gravedad”. Un ejemplo de cómo la geografía no está reñida con la ironía lo tenemos en este poema: “Hay un planeta llamado tierra/ con tres cuartas partes de agua/ y un Océano llamado Pacífico/ en cuya orilla está Hiroshima:/ Paradojas de la toponimia.”

O este poema surrealista, que me ha encantado: “Louis disfrazado de astronauta/ se pasea por la luna en bicicleta,/ tocando alegremente la trompeta/ mientras Neil le acompaña con la flauta.”

En la siguiente sección el poeta escribe un autorretrato, que tiene lo que todo buen autorretrato tiene que tener: no tomarse demasiado en serio y describirse con humor, pero con cariño. El autorretrato es uno de los géneros más difíciles, porque tienes que hablar de lo que tienes más a mano y a lo que estás más apegado: tú mismo. Escribirlo es como hacer una receta complicada; un pequeño error en los ingredientes y te cargas el plato. Los riesgos del autorretrato, si combinas mal los ingredientes, son caer en lo jactancioso o en su opuesto, el autofustigamiento. Boado tiene el suficiente humor e inteligencia como para no caer en ninguno de ellos. Algunos botones de muestra:

“Mi corazón es un motor

que late incluso dormido,

un tic tac demoledor,

un reloj enloquecido.

Un poeta en Nueva York,

caminante sin camino,

un patético ligón,

un ingenuo peregrino.

(…)

Quijotesco fanfarrón

que funciona a corazonadas

cantante de Eurovisión

buscando media naranja.

Utópico soñador

que escapó de la cabeza

en busca de la belleza

y no le falta razón.”

Un poema curioso es derecho a reencarnación, que es una descripción inusual de una partida de ajedrez, que acaba teniendo un giro filosófico:

“Se van cambiando las piezas

y ganando posiciones,

entablando mil batallas

y avanzando los peones

que al final de la partida

adquieren otra dimensión,

pues son los únicos que tienen

derecho a reencarnación.”

Una de las principales virtudes de Boado es su capacidad para crear imágenes sugerentes y novedosas. Después de 4.000 años de poesía nada hay más difícil que ser original y venir con una imagen que no se le haya ocurrido a nadie antes. Incluso Homero, que tenía muchos menos siglos de poesía a sus espaldas, ya le robó un poco aquí y allá al anónimo autor del “Poema de Gilgamesh”. Pero volviendo a las imágenes de Boado:

“El cazador de nostalgia

repetir la historia,

pero el niño lleno de magia

se ha oxidado en su memoria.”

o:

“y el ruido eterno del tráfico

imita el rugido del mar”.

Viví varios años semiesquina a La Castellana y doy fe de que es cierto.

La poesía moderna se ha centrado sobre todo en el yo y en la descripción. Ha perdido capacidad para relatar grandes acciones desde que hace como trescientos años murió el último poeta épico. Boado se atreve a contar un viaje por la selva en verso breve, algo que habría hecho estremecerse al propio Alonso de Ercilla. El resultado es singular y, desde luego, inusual:

“Después de horas de selva agobiante,

finalmente empezó a clarear.

Habíamos llegado a la región de los pantanos,

claramente identificable en el mapa

como una gran mancha azul

en medio de la inmensidad verde.

(…)

Los nativos de los pantanos,

al parecer antiguos caníbales,

se dedicaban ahora al ecoturismo,

tras recibir un curso de una ONG danesa.”

Y termino con cinco versos que me despertaron una sonrisa:

“Lo malo de ver ahora

películas de Ciencia Ficción

es que todo resulta banal.

Ayer echaron Terminator

y parecía un documental.”

 

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