Emilio de Miguel Calabia el 05 ago, 2024 (Martin Wolf, explicándonos que vamos de cráneo) Martin Wolf reconoce,- como a estas alturas ya reconocemos prácticamente todos-, que se ha producido una recesión democrática, que nos ha llevado al auge del populismo antidemocrático. Un candidato como Donald Trump que hace treinta años no se habría llevado ni el 1% de los votos, fue capaz de ganar las elecciones de 2016. ¿Qué ha sucedido? El vaciamiento de las clases medias, que han perdido la seguridad económica y el estatus social que les proporcionaba. El juego político-económico ha producido más perdedores que ganadores. “… se ha desvanecido la confianza en las instituciones democráticas, la economía de mercado mundial y las élites políticas y económicas. Esto se ha traducido en proteccionismo, hostilidad hacia la inmigración y, por encima de todo, en una creciente tendencia al populismo autoritario.” El populismo es mucho más deletéreo de lo que podamos imaginar. La República Romana comenzó a decaer cuando los populistas entraron en política y se hicieron con el poder. En el proceso contaminaron la política romana, haciendo que todo político que quisiera hacerse con el poder, tuviera que recurrir al populismo. Los líderes populistas erosionan las instituciones y personalizan el poder. Las instituciones no se levantan en un día como tampoco se consigue en un día que el pueblo confíe en ellas. Por ello es tan grave su erosión. El líder populista una vez que ha llegado al poder se rodea “arribistas frustrados; frustrados porque son mediocres.” El populismo combina sus vicios con los del despotismo. Los vicios del populismo son “el cortoplacismo, la indiferencia a la experiencia y la priorización de la inmediatez política sobre consideraciones a largo plazo. Los vicios del despotismo son la corrupción y la arbitrariedad. El populismo es antielitista (aunque en su ceguera puede dejarse convencer de que un multimillonario que heredó su fortuna como Trump es antisistema) y antipluralista (lo de “Ein Volk” ya lo tuvimos en los años treinta con pésimos resultados y ahora regresa). En su análisis del populismo Wolf presta atención a su modalidad norteamericana, el plutopopulismo, que eligió a “un populista nacionalista con ambiciones autocráticas”. Trump llegó al poder gracias a los errores de la izquierda del partido demócrata con su insistencia la identidad racial y las guerras culturales. Pero también le impulsaron las estrategias del Partido Republicano que ha conseguido rizar el rizo: sus políticas favorecen al 0,1% más rico, pero consigue que le voten los blancos marginados. Para Wolf, su estrategia consta de tres elementos. El primero es encontrar a intelectuales y economistas mercenarios que argumenten que recortar los impuestos a los más ricos provocará un “goteo” de la riqueza que acabará beneficiando a todos. El segundo es dividir a la población, haciendo que primero se considere anti-homosexuales, o blancos, o cristianos, y sólo muy secundariamente como desfavorecidos. El tercero es la perversión de la democracia mediante herramientas tales como la delimitación torticera de los distritos electorales para asegurarse victorias por la mínima y la eliminación de las restricciones a la presencia del dinero en la política. El camino hacia el populismo comenzó a trazarse en la década de los ochenta, cuando la desigualdad empezó a crecer. Algo sorprendente fue el elevadísimo incremento de los salarios de los altos directivos, que hizo que la desigualdad también creciese en la parte alta de la pirámide. Un ejemplo de EEUU: entre 1993 y 2015 los ingresos del 1% más rico aumentaron en un 95%; para el restante 99% el aumento fue del 14%. Por si eso no bastase, Occidente ha sufrido un proceso de desindustrialización, ya que buena parte de la producción se llevó a países con costes laborales más baratos, muy especialmente a China. Ello implicó que trabajadores menos formados vieran cómo desaparecían puestos de trabajo relativamente bien pagados y seguros. Mientras que esos puestos de trabajo de calidad se desvanecían, se extendieron los puestos de trabajo precarios. El precariado implica mucho más que tener empleos inseguros y mal pagados. También implica la imposibilidad de tener una carrera profesional digna y con un sentimiento de dirección. Todo lo anterior son procesos que venían desarrollándose desde finales del siglo XX. En términos militares fue como sufrir un bombardeo. La bomba atómica llegaría con la crisis de 2008. La causa inmediata fue el endeudamiento masivo para financiar la compra de viviendas cuyo precio se había disparado y para mantener los niveles de consumo en un contexto en el que los ingresos reales de las familias se habían estancado. La crisis tuvo otras causas importantes, vinculadas al cambio que se estaba produciendo en la economía mundial: la entrada de China, la liberalización del mercado financiero, cuya desregulación contribuyó extender la crisis, y una política monetaria que sólo apuntaba a la inflación. Los ingresos reales, que llevaban tiempo estancados, cayeron. Más allá de las causas de la crisis, había una fea realidad: el capitalismo había mutado y se había convertido en algo que no tenía nada que ver con el capitalismo de los años 50. Primero fue la financiarización de la economía. El sector financiero se expandió y su actividad se centró en la extracción de rentas más que en las inversiones productivas. No había ningún vínculo entre la actividad financiera y los resultados económicos. Gran parte de su actividad más remunerada consistía en la cobertura frente a la volatilidad que el mismo sector provocaba y la invención de instrumentos financieros complejos que escondían el riesgo. Y lo peor es que se difundió la especie de que el sector financiero era tan importante que no debía dejarse que cayera. Los Estados acaso no tuvieran presupuesto para otras cosas, pero sí que lo tenían para rescatar a los bancos. En paralelo, bajo el influjo del sector financiero, las empresas comenzaron a fijar como su objetivo esencial la maximización de los beneficios y la creación de valor para los accionistas (que a la larga se convirtió en crear valor para los ejecutivos a los que se retribuyó en relación con el valor que hubiesen creado, generando incentivos perversos). El capitalismo lleva implícito la tendencia al oligopolio y al monopolio y eso fue lo que sucedió con la ayuda de la normativa que permitió y hasta animó a que sucediese. La protección de la propiedad intelectual fue una de esas regulaciones que fomentó la creación de oligopolios. Igual de dañino fue permitir que las empresas internalizaran sus ganancias y externalizaran sus costes. Un ejemplo horrible de esto, que además es muy distorsionador en términos sociales: la manera en la que las grandes empresas eluden los impuestos, tarea en la que se ven asistidas por ejércitos de lobistas que se aseguran de que tengan la regulación más favorable. Es decir, se benefician de todos los bienes que aporta el gasto público (infraestructuras, seguridad jurídica, mano de obra preparada…) y apenas aportan a su generación. La última vuelta de tuerca a los oligopolios y los monopolios fue la economía digital en la que el ganador se lo lleva todo. Las empresas digitales juegan con varias ventajas: costes marginales nulos (producir un martillo más tiene un coste marginal; pero, ¿cuál es el coste marginal de una reproducción en youtube? Cero) y los macrodatos. De las muchas triquiñuelas que han utilizado para conseguir poder monopolístico, la principal son los elevados costes del cambio de plataforma (pasar de un ordenador Microsoft a un Mac tiene un coste en términos de archivos que tienes que reconvertir, aprendizaje de un nuevo sistema… Nota personal: estaba tan harto de Microsoft y sus actualizaciones que me compré un Mac y no me arrepiento). Esta tendencia al oligopolio ha tenido un reflejo en el mundo urbano global. Varias ciudades han conseguido montarse en la nueva economía donde la innovación, la economía digital y las facilidades de financiación juegan un papel clave. Ciudades como Londres, Nueva York, Los Ángeles, Milán, Shanghai, París y Mumbai se han subido al carro. Pero como el capitalismo avanzado parece que no supiera progresar sin crear perdedores, el reverso de la moneda son las ciudades que han perdido peso y que uno no sabe cómo podrán volver a la carrera. Posiblemente nunca puedan. Ejemplos son las ciudades de provincias y aquellas ciudades industriales que se han visto afectadas por el traslado de las fábricas a países con menores costes y por la digitalización de la economía (reconvertirse de ciudad industrial a ciudad digitalizada moderna es más difícil de lo que parece; las ciudades que partieron con ventaja fueron las que tenían un sector servicios y un sector financieros vibrantes). Estas ciudades perdedoras puede que hayan entrado en un bucle que se retroalimenta y del que no puedan salir: jóvenes con talento que las abandonan en busca de pastos mejores, empresas que dejan de instalarse porque no las encuentran suficientemente atractivas… Resumiendo todo lo anterior: estamos ante un capitalismo rentista en el que los poderosos buscan obtener ganancias que superan en varios órdenes de magnitud su aportación a la economía y a la sociedad. Conclusión en palabras de Martin Wolf: “… una sociedad construida sobre la codicia no puede sostenerse. Otros valores morales como el deber, la justicia, la responsabilidad y la decencia deben impregnar una sociedad próspera. Pero estos valores no pueden darse sólo fuera de la economía de mercado. Deben impregnar la propia economía de mercado. La regulación externa es esencial pero nunca será suficiente si las personas con poder de mercado carecen de principios distintos de la codicia.” Otros temas Tags CapitalismoCapitalismo financieroCrisis financiera de 2008Donald TrumpEconomiaMartin WolfPolíticaPopulismoRepública romana Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 05 ago, 2024