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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Extraños compañeros de cama (y 3)

Emilio de Miguel Calabia el

A partir de 2014, cuando la anexión de Crimea y la intervención en Ucrania envenenaron las relaciones con Occidente, China se convirtió en el aliado indispensable para Rusia. En palabras de Ruslan Pukhov, director del Centro para el Análisis de Estrategias y Teconologías de Moscú: “Tenemos enemigos poderosos, pero no tenemos amigos poderosos. Por esto necesitamos el apoyo de un gigante como China.” Las sanciones occidentales obligaron a Rusia a buscar nuevos mercados para sus hidrocarburos y sus productos agrícolas y nuevas fuentes de inversión y de tecnología. Para China la situación era perfecta: los productos alimentarios y la energía eran dos cosas que necesitaba y Rusia no estaba en condiciones de regatear demasiado en el precio. En 2014 China y Rusia firmaron un acuerdo por el que Rusia se compometía a suministrar anualmente 38.000 millones de metros cúbicos de gas durante 30 años a un precio que no se desveló, pero que todo apuntaba a que estaba más cerca de la propuesta inicial China a la baja, que de la rusa.

La rivalidad con Occidente fue un poderoso cemento de las relaciones en los siguientes años. El comercio bilateral creció y China confirmó su papel como primer socio comercial de Rusia. Firmaron acuerdos para reducir la dependencia del dólar en sus intercambios. Colaboraron en los BRICS y en la Organización de Cooperación de Shanghai, donde escenificaron con profusión su cercanía y comunidad ideológica. Incrementaron su cooperación militar, aunque eso no impidió que en un momento dado Rusia acusase a China de haberle robado tecnología militar (posiblemente las acusaciones fuesen ciertas), pero hasta los mejores amigos a veces tienen sus roces. Un factor importante en este acercamiento fue que Putin y Xi desarrollaron algo parecido a la amistad. Las relaciones personales en la esfera internacional tienen una influencia mayor de lo que se piensa.

Y así llegamos a la Declaración del 4 de febrero de 2022 en la que Putin y Xi establecieron un partenariado “sin límites” o, como a mí me gusta más decir, “hasta el infinito y más allá”. Se trata de una Declaración amplísima, que contiene elementos ideológicos,- como una peculiar caracterización de la democracia, que les permite afirmar sin que les entre la risa tonta que ambos son democracias-, la colaboración en la esfera internacional en favor de la multipolaridad y en la promoción de su peculiar visión de los Derechos Humanos, la construcción de un Gran Partenariado Euroasiático, a partir del engarce entre la IFR y la Unión Económica Euroasiática, la cooperación en el desarrollo sostenible del Ártico, y mucho más.

La Declaración es tan extensa y abarca tantos ámbitos que casi resulta más interesante centrarse en aquello que no dice. Efectivamente, hay tres silencios interesantes en la Declaración: 1) No se menciona a Ucrania, lo que cabría leerse como que China está dispuesta a ir hasta el infinito con Rusia, pero que su concepto de infinito deja fuera a Ucrania; 2) No habla de alianza. China es reticente al concepto de alianza, por cuanto estima que puede coartar su libertad de acción. El mensaje subyacente es “iré muy lejos contigo, pero no más allá”. Vaya después de todo el infinito tenía límites; 3) Aunque critica las sanciones unilaterales no aclara lo que China haría en caso de la imposición de sanciones adicionales a Rusia.

La Declaración se firmó 20 días antes de la invasión de Ucrania. La gran duda de los analistas ha sido saber cuánto le contó Putin a Xi sobre sus planes con respecto a Ucrania. Cuesta creer que no le contara algo, pero también cuesta creer que le contara todo. Uno diría que las ausencias señaladas en la Declaración representan una precaución por el lado chino y una advertencia de hasta dónde estarían dispuestos a llegar.

Hasta aquí llega mi relato de cómo se produjo el acercamiento entre China y Rusia. A continuación explicaré por qué creo que se trata de una relación que tiene los días contados y que no sobrevivirá en el medio plazo.

En primer lugar está el peso de la Historia. Uno no revierte 300 años de rivalidad en un par de décadas. Ahora que China recuerda con amargura su “siglo de humillación”, cabría recordar que unos de los que la humillaron con mayor entusiasmo fueron los rusos. Juan Goytisolo cuenta en “Coto vedado” cómo los jóvenes izquierdistas españoles de los cincuenta veían con entusiasmo la alianza chino-soviética, que acabaría con el imperialismo norteamericano. También relata su decepción y sorpresa cuando la URSS de Jrushchov y la China de Mao rompieron. La ruptura sorprendió a los alevines de revolucionarios de la izquierda española, pero no al padre carca de Goytisolo, que sí que había leído Historia y sabía que una alianza así entre dos rivales históricos no se podía mantener. Por cierto, a quien me reponga que la alianza franco-alemana sí que aguanta, le responderé que para eso hicieron falta el inmenso trauma de la II Guerra Mundial, la Guerra Fría y el empujoncito de los EEUU. Demasiados factores que no se dan en el caso ruso-chino.

En segundo lugar, se trata de una alianza centrada en un enemigo común. Las alianzas más consistentes son las basadas en intereses comunes. Cuando el principal cemento de tu alianza, la alianza es un enemigo común, la alianza durará lo que el enemigo común: ejemplo, la alianza de las potencias occidentales con la URSS en contra de la Alemania nazi. El cadáver de Hitler aún estaba caliente, cuando comenzaron a producirse los primeros encontronazos.

En tercer lugar está la vis expansiva de China. Aunque Rusia se lo tome con filosófica resignación y por el momento mantenga su influencia política sobre Asia Central, la realidad es que la penetración económica de China en la región va a más. Tarde o temprano, China querrá convertir esa penetración económica en influencia política. La cuestión es cómo reaccionará Rusia en ese momento. Y si la cosa quedase limitada a Asia Central, Rusia todavía podría darse por contenta. China ya ha pedido ser considerada como una potencia ártica y al otro lado de su frontera norte tiene la tentación del Extremo Oriente ruso, un territorio rico en recursos naturales, casi tan extenso como Canadá y poblado sólo por 6 millones 300.000 personas y bajando.

Finalmente está la cuasicerteza de que si el partenariado se mantiene Rusia acabará convirtiéndose en el socio menor del mismo y puede que entonces se pregunte si a la larga no le resultaría más conveniente una integración en Occidente.

Veamos algunas de las debilidades de Rusia frente a China, que fundamentan la idea de que a la larga sólo puede ser el socio menor,- muy menor-, de la asociación: la población rusa es casi diez veces menor que la china, y bajando; el PIB ruso es cinco veces menor que el chino. Mientras que China es la segunda economía mundial, Rusia es la undécima, justo por detrás de Italia y Canadá; Rusia se ha convertido en un país que exporta principalmente materias primas. Éstas representan el 71% de sus exportaciones. China, en cambio, exporta productos con un elevado valor añadido. Y aún habría muchos más datos que añadir en este sentido, pero creo que con éstos basta.

Mi apuesta personal es que en el mejor de los casos al partenariado ruso-chino tal y como lo vemos ahora le quedan 15 años.

 

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