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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El error de Galileo

Emilio de Miguel Calabia el

“El error de Galileo. Fundamentos para una nueva ciencia de la conciencia” es un libro del filósofo Philip Goff, en el que se pregunta por el lugar de la conciencia dentro del paradigma científico en el que nos movemos.

El paradigma científico comienza con Galileo. Galileo echó por tierra la visión aristotélica del mundo. Especialmente demolió dos puntos: 1) La idea de que la Tierra era el centro del universo y 2) la concepción teleológica del mundo, que afirmaba que las cosas tenían objetivos ínsitos que determinaban su movimiento (por ejemplo, el fuego sube, porque su hogar natural está en el cielo). A esos dos puntos yo añadiría un tercero: ya no bastaba con el principio de autoridad; invocar a Aristóteles no hacía que tus argumentos fuesen más verdaderos. Tenías que probar tus tesis mediante el razonamiento lógico o mediante experimentos.

Galileo fue el primero que descubrió que las matemáticas eran un lenguaje muy adecuado para teorizar sobre el universo. Pero, para ello, debía limitarse a lo cuantitativo, a aquello que sí puede formularse mediante teoremas matemáticos. Las características de las cosas que realmente cuentan son el tamaño, la forma, la ubicación y el movimiento. ¿Qué hacemos entonces con sus cualidades? Con las matemáticas podemos describir la forma, tamaño, ubicación y movimiento de un limón, pero no su color ni su acidez. Galileo resolvió ese problema cambiándolo de sitio. Las cualidades (el color, el sabor, el olor…) no se encuentran en el objeto, sino en el alma del perceptor.

Habiendo barrido debajo de la alfombra un problema que no sabía bien cómo afrontar, Galileo había dividido el universo en dos. Por una parte, estaban los objetos materiales cuyas características eran puramente cuantitativas y ,por otra, estaban las almas, capaces de apreciar las cualidades del universo. La ciencia, guiada por las matemáticas, podía explicar perfectamente el universo material y cuantitativo; en cuanto a lo cualitativo… ¿verdad que a las matemáticas se les da muy bien explicar el mundo material y cuantitativo?

Lo malo del modelo de Galileo es que se dejó fuera lo que nos es más íntimo, la conciencia, eso que le demostró a Descartes que existía realmente. “Pienso, luego existo” podría traducirse en otras palabras: “Sé que existo porque tengo conciencia”. Puede que algunos pensasen que era cuestión de tiempo que el paradigma científico que nos estaba sirviendo tan bien para descubrir cómo funcionaba el universo, nos revelase también el misterio de la conciencia. Han pasado casi cuatrocientos años desde Galileo y todavía seguimos sin tener claro qué es eso de la conciencia. Goff dedica el resto del libro a explorar tres posibles respuestas a la pregunta.

La primera es la respuesta dualista, que ha estado con nosotros desde siempre y que afirma que estamos compuestos de dos realidades, material e inmaterial. La conciencia inmaterial influye sobre el cuerpo material y le hace actuar. La pregunta a la que el dualismo no sabe responder es: ¿cómo hace la conciencia inmaterial para influir sobre el cuerpo material?

Existe un dualismo naturalista que defiende que hay leyes especiales psico-físicas, que determinan la interacción entre la mente inmaterial y el mundo físico y que serían lo que el electromagnetismo es al movimiento de los electrones. No obstante, hasta ahora el dualismo materialista no ha podido aportar pruebas de la existencia de esas leyes.

En todo caso, el dualismo nos impone una pregunta: ¿ha demostrado la ciencia que toda la realidad es material? Goff considera que la vida de todos los días demuestra que vivimos en un universo en el que, si Dios existe, no interviene regularmente en la creación. Si sus intervenciones fueran regulares, por ejemplo en forma de milagros, ya nos habríamos enterado porque la ocurrencia de los milagros sería algo habitual. Igualmente, si una mente inmaterial estuviese interactuando continuamente con el cuerpo físico, la neurociencia ya la habría detectado. Sin embargo, lo que la neurociencia ha detectado es que cuando movemos una pierna, por ejemplo, se produce algún cambio en el cerebro material que podemos poner en relación con el movimiento de esa pierna.

Otra variante del dualismo utiliza en su argumentación la física cuántica. El cerebro estaría en una condición de superposición de estados. Por ejemplo: X/muevo mi brazo, Y/no muevo mi brazo. La mente jugaría el papel del observador, que por el mero hecho de observar colapsa el sistema y determina qué estado se realiza. Este es el mismo principio que desarrolla el famoso ejemplo del gato de Schrödinger, que está vivo y muerto a la vez, en tanto un observador no aparezca y determine cuál de los dos estados se realiza. Aunque la idea parezca atractiva, sus principales proponentes, David Chalmers y Kelvin McQueen, le dan un giro curioso: el papel de la mente consistiría simplemente en detener el estado de superposición y entonces la física y el puro azar determinan el estado que prevalecerá. La teoría no parece satisfacer nuestra idea intuitiva de cómo funciona la conciencia.

Goff cree que tenemos que rechazar el dualismo por dos motivos. El primero es que empíricamente no se ha demostrado que sea verdadero. El segundo es la “navaja de Ockam”, que postula que entre varias teorías tenemos que buscar siempre la que sea más sencilla y precise de menos elementos. Entre una teoría que postula que sólo hay un elemento en la realidad, la materia, y otra que defiende la presencia de dos elementos, material y no-material, la primera teoría parece preferible.

Y esto nos lleva al materialismo, que es la teoría prevaleciente, aunque en los últimos tiempos ha comenzado a recibir embates fuertes. El materialismo tiende a la arrogancia y a creerse en posesión de la verdad, exáctamente igual que las religiones a las que vino a sustituir.

El materialismo reduce a la persona al cuerpo físico que vemos. Transcribo lo que dice Goff sobre la postura radicalmente materialista de Daniel Dennett: “La conciencia, para Dennett, es una ficción creada por el procesamiento de la información del cerebro. El cerebro nos engaña, haciéndonos creer que existe un mundo interno mágico…” Para el materialista, el cerebro no genera, por ejemplo, el sentimiento amoroso; eso implicaría que algo material genera algo inmaterial. El sentimiento amoroso es un estado del cerebro. Si un neurólogo te abriera el cráneo y observara tu cerebro, vería desde fuera la combinación de neuronas, generación de endorfinas e impulsos eléctricos que tú desde dentro experimentas como amor.

Hay algo en este argumento que deja insatisfecho. En el fondo se trata de una petición de principio. Describo a una persona en términos puramente cuantitativos y objetivos como un conjunto de procesos neuronales que ocurren en el cerebro y pretendo por un pase de magia inferir de esa descripción puramente física las cualidades subjetivas y cualitativas de la persona.

Leibniz afirmó que el conocimiento del cerebro no puede servir para conocer la conciencia. Frank Jackson ideó el experimento mental de María en blanco y negro para demostrar el salto que hay de lo material-cuantitativo a lo experiencial. María es una neurologa genial, que ha pasado toda su vida encerrada en una habitación con sólo tres colores: blanco, negro y tonalidades de gris. María sabe todo lo que hay que saber sobre los colores: cómo los percibe el cerebro, las diferentes longitudes de onda de cada uno… Un buen día sale de su habitación y experimenta los colores. Si el materialismo fuese cierto, todo el conocimiento que tiene de los colores habría debido transmitirle también la experiencia del color amarillo. Transponiéndolo a la neurología: si no has estado nunca enamorado, ver la combinación de neuronas e impulsos eléctricos que denotan el amor, no te ayudará a entenderlo.

En resumen, una teoría que no es capaz de explicar de manera satisfactoria nuestra subjetividad, que es algo que intuitivamente sentimos que está ahí, y que lo más que nos puede decir sobre la conciencia es que es una mera ilusión, parece incompleta. No resulta convincente que unos procesos fisiológicos creen la ilusión de que existe algo tan complejo como la conciencia.

Goff cuenta que cuando empezó la universidad era materialista. Le parecía obvio que la conciencia residía en el cerebro. Pero gradualmente comenzó a sentirse incómodo con esta postura. Le parecía que echaba por la borda las cualidades subjetivas de la conciencia. Su experiencia, – yo diría que como la de todo el mundo, salvo los materialistas más furibundos-, le decía que su subjetividad y su experiencia no eran meras ilusiones. Sin embargo, consideraba que las pruebas científicas contra el dualismo eran significativas. Fue buscando una tercera vía entre esas dos posiciones que dio con el panpsiquismo.

El panpsiquismo afirma que los constituyentes esenciales del mundo material están conscientes, pero cada uno tiene un grado diferente de conciencia. La conciencia de un electrón no llega ni de lejos a la conciencia humana. Es posible que desde el ser humano hasta el electrón, la luz de la conciencia vaya haciéndose más y más suave, sin apagarse del todo nunca.

El panpsiquismo presenta la ventaja de que puede explicar la conciencia de una manera que ni el dualismo, con su presunción de dos órdenes distintos de la realidad, ni el materialismo, con su negación de la conciencia, pueden. Además, el panpsiquismo suple una carencia de las ciencias físicas, que explican lo que hacen las cosas, pero no su naturaleza.

Con respecto a este último punto, ya el astrofísico británico Arthur Eddington había resaltado esta carencia en la primera mitad del siglo XX. Tomemos la ley de la gravitación universal de Newton, que dice que la fuerza con la que se atraen dos cuerpos es proporcional al producto de sus masas dividido por la distancia que les separa al cuadrado. La fórmula nos dice cómo masa, fuerza y distancia se relacionan, pero no explica cuál es su naturaleza intrínseca. La física ha demostrado tener una fuerza predictiva enorme y nos ha permitido grandes logros como mandar cohetes a la luna o predecir eclipses, pero no nos dice lo que son las cosas. El propio Stephen Hawking, que no era dado a filosofar, dijo en “Una breve Historia del Tiempo”: “Incluso si hay una sola teoría unificada posible, es sólo una serie de reglas y ecuaciones. ¿Qué es lo que lo que alimenta a las ecuaciones y crea un universo para que lo describan?”

Eddington, sin embargo, dio con una respuesta: tengo acceso a la parte de materia que forma mi cerebro y descubro que tiene conciencia. La conciencia sería la naturaleza intrínseca de la materia. La física describe la materia desde fuera en términos de masa y carga eléctrica. Desde dentro las partículas atómicas que poseen masa y carga eléctrica, serían formas muy simples de conciencia. La neurociencia, según la presenta el paradigma materialista, se limita a describir los procesos ceberales desde fuera. Vistos desde dentro, “son estados de la experiencia humana, formas increíblemente complicadas de conciencia, que se derivan de las formas más básicas de conciencia que se encuentran en los niveles de la química y la física.” Goff subraya que la respuesta de Eddington no es dualista. Eddington no dice que las partículas tengan dos tipos de propiedades, las materiales por un lado (masa, carga eléctrica…) y las espirituales por otro. El conjunto de las propiedades materiales son en sí formas de conciencia.

Goff discute cómo las conciencias hiperbásicas de los electrones pueden acabar produciendo algo tan complejo como la conciencia humana. Según él, siguiendo a William James, si juntas un millón de conciencias hiperbásicas de electrones, lo que tienes son un millón de conciencias hiperbásicas de electrones reunidos. Nada más.

¿O puede que sí haya algo más? El filósofo norteamericano Ken Wilber tiene la teoría de los holones. Los holones son las partículas constitutivas del universo. Existe una jerarquía entre los holones. Protones, electrones y neutrones son elementos básicos, pero unidos forman átomos, que son una categoría superior. La suma de protones + electrones + neutrones es mayor que sus partes. Volviendo a la discusión de Goff, si juntamos un millón de electrones, el resultado no es un millón de electrones, sino un nivel superior, compuesto por ellos, pero distinto de ellos al mismo tiempo. Lo he explicado resumido y rápido, pero creo que la teoría de los holones de Ken Wilber se complementa perfectamente con el la hipótesis panpsiquista, aunque muchos panpsiquistas no lo ven así. Tampoco parece que Goff lo vea así.

Para Goff la tarea para los próximos años es establecer un nuevo paradigma post-galileano que sea capaz de dar respuesta a los datos de las ciencias físicas y a la realidad de nuestras experiencias subjetivas y de otorgarles el mismo estatus.

 

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