La gente poco informada dice que fue Trump el que inició la rivalidad con China. Creo que en los párrafos anteriores he demostrado que la rivalidad llevaba gestándose desde 2010. Para 2017 había un consenso bipartidista en que China era la principal amenaza para EEUU. Si Hillary Clinton hubiera ganado las elecciones de 2016, también ella habría comenzado a implementar medidas anti-chinas. La diferencia es que Clinton lo habría hecho con un método. Trump lo hizo desordenadamente y en ocasiones se pegó un tiro en el pie.
El primer aldabonazo lo dio su primer día como presidente, cuando retiró a EEUU del TPP que había negociado Obama con tanta habilidad, aduciendo que se había terminado la era de los grandes tratados comerciales multilaterales. Retirándose del TPP, dejó el campo abierto para que fuese China quien liderase la creación de una arquitectura regional comercial, el RCEP (Partenariado Económico Inclusivo Regional), que entraría en vigor el 1 de enero de 2022.
Trump se pasó su primer año de mandato acusando a China de robo de propiedad intelectual, de causar la pérdida de empleos en EEUU y de prácticas comerciales desiguales. Aunque a menudo le pierda el tono, había algo de verdad en sus acusaciones. La guerra comercial en sí comenzó en 2018; según Trump, “Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar”. Pues bien, ni lo uno, ni lo otro. Las consecuencias de la guerra, que duró dos años, fueron abundantes: aumentaron los costes de los productores norteamericanos, al haberse encarecido los insumos chinos; los precios para los consumidores aumentaron, por la misma razón (que las tarifas incrementan los precios al consumo es de primero de economía); muchas compañías norteamericanas optaron por trasladarse a otros sitios de Asia para no verse cogidas en el fuego cruzado; muchos productores chinos desviaron su producción a países del Sudeste Asiático por los mismos motivos. Al final el coste para la economía norteamericana de esta guerra se estima entre el 0,3 y el 0,7% del PIB. Describir los avatares de la guerra sería demasiado largo, así que me centraré en el acuerdo que le puso fin.
Para comienzos de 2020 la guerra ya se había prolongado durante dos años. Era año electoral y Trump necesitaba mostrar resultados. El 15 de enero China y EEUU firmaron el Acuerdo Comercial Fase Uno, “el mayor acuerdo nunca visto”, según la modesta declaración de Trump. Los principales puntos del acuerdo eran: 1) China renunciaba a una serie de prácticas por las que se buscaba que las empresas norteamericanas se viesen obligadas a realizar transferencias de tecnología. Esas prácticas eran: convertir la transferencia en un requisito para conseguir acceso al mercado chino, forzarlas en conexión con adquisiciones, joint ventures y otras inversiones, obligar al uso de tecnologías chinas y no utilizar la compra o inversión en empresas de terceros países para adquirir tecnología extranjera; 2) China se comprometía a realizar compras por 200.000 millones de $ de bienes y servicios norteamericanos por encima de de los niveles de 2017 para finales de 2021. El reparto era: 77.000 millones en bienes manifacturados, 52.000 millones en energía, 32.000 millones en productos agrícolas y 38.000 millones en servicios; 3) El Acuerdo incluía un capítulo sobre el procedimiento de resolución de disputas, que implica un reconocimiento tácito que los mecanismos de la OMC no estaban funcionando. No sólo eso, algunos expertos señalaron que el Acuerdo podría estar violando las normas sobre el estatus de nación más favorecida de la OMC.
¿Cuán positivo fue el Acuerdo para EEUU? Tal vez no tanto. El precio por haberse centrado tanto en lo comercial fue EEUU perdió de vista la visión amplia de las cosas y permitió manga ancha a China en otras áreas. Además, otorgó a China una herramienta de presión, toda vez que lo último que quería Trump era que “el mayor acuerdo nunca visto” fracasase. A bastantes de las disposiciones sobre propiedad intelectual y transferencia de tecnología les faltaba el detalle de cómo serían aplicadas. En 2021, después de casi dos años de vigencia del acuerdo el déficit comercial norteamericano con China era 10.000 millones $ más elevado que el existente en 2019. Y para más inri al cabo del primer año de vigencia del Acuerdo China sólo había comprado el 58% de los bienes y servicios adicionales que se había comprometido a adquirir.
2019: Valor de los intercambios comerciales: 558.000 millones $. Déficit norteamericano: 345.000 millones $.
Cuando la Administración Biden llegó al poder, se encontró con que su predecesora había puesto todos los huevos en la cesta de las relaciones comerciales y, aun así, sin mucho éxito. Era precisa una aproximación más omnicomprensiva.
En su primer año de mandato, la Administración Biden aprobó una serie de medias, que pueden resumirse en: 1) Aprobación de legislación tendente a ayudar a EEUU y sus empresas a competir con China y a reforzar sus capacidades. La rapidez con que esta legislación se aprobó muestra el consenso bipartidista existente sobre la amenaza de China. Las principales leyes fueron: la Ley de Competición Estratégica, para proporcionar más ayuda a África y Latinoamérica para contrarrestar la ayuda financiera china y para conceder más financiación a las compañías tecnológicas norteamericanas, la Ley de Competición e Innovación, para invertir más de 250.000 millones $ en la fabricación de semiconductores, innovación 5G y creación de centros regionales de tecnología, Ley América Compite, que incluía artículos sobre el reforzamiento de los vínculos con Taiwán y nuevas sanciones a particulares involucrados en la represión en Xinjiang; 2) Poner la proa a diversas empresas chinas de telecomunicación (Huawei, ZTE, Hytera…) por riesgos a la seguridad y prohibir a las empresas de los sectores de la defensa y la tecnología de la vigilancia la inversión en EEUU; 3) Impulsar que la OTAN declarase que China representaba un riesgo de seguridad global; 4) Prohibir la importación de productos procedentes de Xinjiang.
A todo lo anterior habría que añadir otras leyes que buscaban fortalecer la industria norteamericana y hacerla más competitiva. Estas leyes fueron la Ley de Inversión en Infraestructura y Empleo, la Ley de Ciencia y CHIPS (Creating Helpful Incentives to Produce Semiconductors) y la Ley de Reducción de la Inflación. Las áreas prioritarias de estas leyes eran la energía limpia, la producción, investigación y desarrollo de semiconductores y la modernización de las infraestructuras norteamericanas. Y la guinda del pastel fueron los controles a la exportación a China de tecnologías sensibles y de doble uso. Estos controles redujeron efectivamente el progreso tecnológico de China, pero los expertos no están de acuerdo en el grado de reducción.
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