Leon Goldensohn fue un psiquiatra norteamericano al que mandaron a Nüremberg en enero de 1946 para que velase por la salud mental de los jerarcas nazis que estaban siendo juzgados. Goldensohn mantuvo numerosas entrevistas con los líderes nazis encarcelados y con testigos de la defensa y la acusación. Hace unos años la editorial Taurus publicó una amplia muestra de las entrevistas.
Merece la pena leer las entrevistas. Por un lado sirven para mejorar nuestro conocimiento del Tercer Reich. Por otro muestra lo que da de sí el ser humano en circunstancias dramáticas (los entrevistados se estaban jugando una condena a muerte); creo que no me cargo el libro si dijo que en general el que era un hombre decente en su vida anterior, siguió siéndolo en Nüremberg y el que era un cabrón con pintas, no cambió sus hábitos. Eso sí, decentes y cabrones por igual trataron de escurrir el bulto, sobre todo en lo que se refiere al Holocausto, con tres argumentos principales: 1) Ese tema lo llevaban Hitler, Bormann, Himmler y Heydrich. “Casualmente” los cuatro estaban muertos y no podían corroborar, ni desmentir las afirmaciones; 2) Seguían el lema de Hitler: “Cíñete a tus asuntos y limítate a cumplir con tu deber” (esta máxima la refiere Dönitz); 3) La obediencia, como una suerte de deber metafísico que justificaba las acciones y que proporcionaba una excusa a la pregunta de “¿por qué no te opusiste a Hitler?” Debo decir que en mi opinión todos los jerarcas nazis sabían del Holocausto, aunque no conociesen todos los detalles. Si no pocos alemanes sabían que se estaba exterminando a los judíos, resulta increíble pensar que gente más cercana al poder no sabía nada.
Pues bien, los jerarcas nazis demuestran una capacidad inverosímil para la ceguera. No sabían nada. Walther Funk nunca se preguntó de dónde procedía el oro de las SS (procedía de las muelas de oro, de los relojes y de las gafas con montura de oro de los asesinados en los campos). Göring pone en duda que Hitler supiera del Holocausto; él había oído rumores, pero no les había dado crédito e incluso había llegado a pensar que se trataba de propaganda enemiga. Kaltenbrunner, a pesar de haber sido un estrecho colaborador de Himmler, dice que no supo de las atrocidades cometidas hasta que llegó a Nüremberg, porque se limitaba a trabajar en su oficina en Berlín. Ribbentrop fue otro que no se enteró de los crímenes hasta que no empezó el proceso de Nüremberg. Fritz Sauckel, encargado de la mano de obra esclava no sabía nada de atrocidades y exterminios. Si los hubo, “podían ser atribuidos a Himmler, que parece que no era una buena persona” (paráfrasis de Goldensohn). Streicher, a pesar de dirigir una revista que alentaba el antisemitismo, se enteró de los ataques contra los judíos de 1938 en Nüremberg a toro pasado y niega que supiera nada del Holocausto.
Es notable que casi ninguno de los jerarcas se declara antisemita. Dönitz recuerda cómo en una escala en un puerto español invitó a comer en su navío a un hombre de negocios judío y a su hija. Hans Frank, que fue el crudelísimo gobernador de Polonia, afirmó que en 1942 se manifestó contra los campos de concentración. Funk no tuvo nada que ver con la ley que expulsaba a los judíos de la vida económica; si de él hubiese dependido, se habría compensado debidamente a los judíos propietarios e incluso se les habrían reconocido ciertos derechos económicos. Göring niega que sea antisemita y dice que no habría entrado en el partido nazi si el antisemitismo hubiera sido su única ideología. Vale, no era la única, pero sí que ocupaba un lugar prominente en su ideario. No me convence. Wilhelm Keitel afirma que se esforzó por mantener al Ejército al margen del antisemitismo y que nunca tuvo noticia de la vinculación del Ejército con las atrocidades. Pues sí, estuvo involucrado, aunque el pobrecito Keitel no se enteró.
Hans Fritzsche se pavonea de que ha recibido una carta de un terrateniente judío al que sacó de un campo de concentración; es meritorio salvar la vida de aunque sea la de una sola persona, pero ¿cómo se queda la conciencia, cuando reflexiona que han asesinado a 5.999.999 a los que no ha podido/querido salvar? Bueno, esta reflexión sí que se la hizo Fritzche: “Me he convertido en culpable de la muerte de cinco millones de personas. Aunque de modo inocente, he participado en la tragedia que le ha sobrevenido al mundo. Mi papel en ella no importa, lo importante es que tuve un papel.”
Pero al mismo tiempo que se pretenden antisemitas, se les escapan observaciones que indican que siguen pensando que el nacional-socialismo no estaba tan mal después de todo. “… es imposible que el pueblo alemán se alimente sólo con sus territorios” (esto lo dice Hans Frank, defendiendo implícitamente la doctrina del Espacio Vital). “El programa nacional-socialista en el que desempeñé un papel nada desdeñable, era un gran movimiento de reforma que habría beneficiado a Alemania si los enemigos de Hitler no le hubieran traicionado” (Göring)
Con respecto a Hitler su postura es ambivalente. Le consideran (con razón) el responsable del Holocausto y otras atrocidades y son capaces de criticarle, pero aquí y allá se les escapan notas de admiración. “Tenía una cabeza extraordinaria (…) Hitler tenía una memoria fuera de lo común. Era capaz de recordar todo lo que leía” (Dönitz). “Era demasiado vehemente, le faltaba autocontrol (…) Era tan terco que sólo escuchaba a Bormann y a Himmler, y los dos eran criminales de la peor calaña…” (Wilhelm Frick, Ministro de Interior de 1933 a 1945). “Me pareció un soñador entusiasta. Tenía algo de místico.”(Hans Fritzsche, colaborador de Göbbels en el Ministerio de Propaganda). “El Führer era un genio” (…) Al principio era genial y agradable. Tenía una fuerza de voluntad extraordinaria y una inusitada influencia sobre la gente (…) tenía mucho encanto y buena voluntad. Siempre decía la verdad (…) Al principio Hitler era cualquier cosa menos cruel” (Göring, que distingue entre ese Hitler previo a la campaña de Rusia y el segundo más sombrío). “Porque aunque el Partido fue muy autoritario en los últimos diez años [nótese que el régimen nazi duró 12 años, o sea que siguiendo la afirmación de Kaltenbrunner, tenemos que fue muy autoritario durante la mayor parte de su existencia], Hitler tenía el objetivo de instituir un sistema completamente parlamentario… bueno, completamente no, porque siempre se respetaría el principio del liderazgo…” (Ernst Kaltenbrunner).
“Yo le tenía por un genio. Muchas veces dio muestras de brillantez (…) Tenía una memoria extraordinaria” (Keitel al ser preguntado por la habilidad táctica de Hitler). De Keitel es también otra descripción llena de matices: “… era un hombre demoniaco. Poseía una fuerza de voluntad fuera de lo común y cuando algo se le metía en la cabeza, tenía que conseguirlo. Hitler tenía encanto, le gustaban los niños, gustaba a las mujeres, pero en política no se detenía ante nada. En otros aspectos, era un hombre amable y emotivo.”
Una manera de exculpar a Hitler es decir que Himmler, Bormann y Göbbels le mantenían aislado.
Ribbentrop, con esa candidez que le caracterizaba, afirmó que Hitler no podía haber conocido las atrocidades que se cometieron, “Hitler era un hombre tan bueno, tan asceta, nunca comía carne…” (éstas son palabras que Goldensohn pone en boca de Ribbentrop). Aunque a menudo Hitler le ladrara y le tuviera aterrorizado, su apego por él seguía tan fuerte como entonces. “Sabía cómo tratar a la gente, sobre todo a los hombres, de una manera encantadora (…) Tenía conocimientos muy amplios de todo [la realidad era que Hitler era un autodidacta diletante y que había leído mucho, pero de autores de segunda]” Ribbentrop, como casi todos, echa la culpa de las atrocidades a Himmler. Goldensohn piensa que Ribbentrop estaba intentando crear el mito del magnetismo de Hitler, del mandatario único, del autoaislamiento forzado y de la imposibilidad de sus próximos de llegar a conocerlo.
Una de las cosas más risibles, es que a toro pasado resulta que discrepaban fuertemente de muchas de las cosas que pasaron. Frank quiso cerrar los campos de concentración. El Ministro de Economía Walther Funk se oponía al rearme. Oyéndoles uno pensaría que Hitler montó el régimen y sus políticas él solo. Göring abogó por el apaciguamiento con Inglaterra y se opuso a las leyes raciales. Keitel ignoraba que Chamberlain y Daladier querían evitar la guerra e implícitamente da a entender que si lo hubiera sabido su actuación habría sido otra.
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