Emilio de Miguel Calabia el 31 ene, 2023 Jesucristo es un enigma. Para un creyente es el Hijo de Dios. ¿Y para un no-creyente? Las posibilidades son infinitas. Todo depende de cómo lea los Evangelios. ¿Invenciones puras y duras? ¿un embellecimiento posterior de una figura carismática que había sido crucificada décadas antes? ¿un retrato relativamente fiel de la carrera de un profeta carismático? Cada uno tiene derecho a hacer su propia lectura. Fernando Bermejo Rubio, doctor en Filosofía y antiguo profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona, ha hecho su propia lectura de los Evangelios y la ha plasmado en la obra “La invención de Jesús de Nazaret. Historia, ficcion, historiografía.” Bermejo comienza preguntándose por las fuentes que nos pueden informar sobre Jesucristo. Primero tenemos las epístolas paulinas. Aunque en el Nuevo Testamento vayan después de los Hechos de los Apóstoles, cronológicamente fueron los primeros textos en componerse de los que acabarían entrando en el Nuevo Testamento. San Pablo no conoció a Jesucristo y le interesan más el simbolismo y el significado de los hechos y las palabras de Jesucristo que la veracidad histórica, sobre la que se abstiene de indagar. Dicho esto, por algunas similitudes textuales sí que se advierte que está más o menos familiarizado con tradiciones sobre Jesucristo que ya debían de estar circulando oralmente y que acabarían entrando en los Evangelios. En segundo lugar tenemos los Evangelios, que se estima que fueron escritos en el último tercio del siglo I. En contra de lo que se suele afirmar de que los Evangelios contienen numerosas noticias veraces de Jesús y permiten reconstruir un retrato plausible de éste, Bermejo cree que su historicidad es más que discutible. Las razones que aduce son: 1) No se escribieron para dar a conocer al Jesús histórico, sino para generar la fe en un Jesús que, para cuando se escribieron, ya había sido idealizado y era presentado como el Mesías y el Hijo de Dios. El propio San Juan dice que ha redactado los hechos de Jesús “para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios…”; 2) Existe una brecha importante entre los autores de los Evangelios y el mundo en el que vivió Jesús: éste se expresaba en arameo, los evangelistas escribieron en griego; Jesús pasaba tanto tiempo, si no más, predicando en el campo que en las ciudades. Los evangelistas probablemente fueran hombres urbanos; Jesús fue un hombre de Palestina, de cuyas fronteras nunca salió. Es probable que los evangelistas escribieran desde la Diáspora; 3) Entre el 30 d.C. que Jesucristo fue crucificado y el 70 d.C. que el Templo fue destruido, el cristianismo naciente sufrió importantes transformaciones ideológicas. Para entonces el cisma entre los seguidores de Jesús que se habían mantenido fieles al judaísmo y los de origen gentil, prácticamente se había consumado. Una consecuencia de este cisma es que los Evangelios adoptarán un tono antijudío y prorromano. En tercer lugar tenemos los evangelios apócrifos. Bermejo no comparte completamente la visión negativa que existe sobre estos evangelios. Escritos más tarde que los evangelios canónicos, suelen responder a agendas teológicas, generalmente gnósticas, y presentan en general un Jesucristo casi divino, muy alejado del Jesucristo personaje histórico. De esta visión escéptica hay que exceptuar al Evangelio de Tomás. Se trata de un evangelio que debió de ser escrito entre el 60 y el 140 d.C., probablemente más cerca de la primera de las fechas que de la segunda. El evangelio es una recopilación de dichos de Jesús, con algo de diálogo y algunas parábolas menos desarrolladas que las de los Evangelios canónicos. El Evangelio de Tomás probaría que, como se supone, en los primeros años circularon recopilaciones de los dichos de Jesús, de las que sólo nos ha llegado ésta. Un apartado especial lo representan los Evangelios judeo-cristianos, que nos han llegado muy fragmentariamente en obras de terceros. Es preciso utilizarlos con mucha prudencia, aunque es probable que contengan algunos elementos históricos veraces. Es posible que en ocasiones recojan tradiciones orales que no fueron incorporadas a los Evangelios canónicos. En todo caso, para Bermejo, reflejan las visiones dispares que existieron sobre Jesús en las primeras décadas posteriores a su muerte. Fuera de los Evangelios canónicos y apócrifos prácticamente no hay referencias a Jesucristo, lo que tampoco es de extrañar. Para un historiador romano del período, Judea era una provincia atrasada y de poca relevancia. Un agitador judío cuya carrera sólo duró tres años y que acabó muriendo en la cruz, no ofrecía ningún interés. Por esta razón el denominado Testimonio Flaviano ha sido estudiado con tantísimo interés. Es la única mención no-cristiana que tenemos a Jesucristo. Su autor fue Flavio Josefo, un judío de la élite que conocía bien los entresijos de la política judía de la época, que dejó reflejados en su obra “Antigüedades judías”. El problema con el Testimonio es que sin duda fue sometido a interpolaciones por un escriba cristiano, que convirtió lo que debía de ser un testimonio neutro y objetivo sobre Jesús en casi un testimonio de fe. Bermejo da un paso más allá. No cree que el texto original fuera meramente neutral, sino que piensa que podría haber sido despectivo o displicente, lo que reforzaría su autenticidad. Posiblemente para el elitista Josefo, Jesucristo no era más que un alborotador y un generador de tumultos. Hay algunas escasas noticias por parte de los historiadores romanos que, ocasionalmente y desde finales del siglo I, mencionan a la secta de los cristianos y a su originador Cristo. Son noticias sucintas que no dicen nada sobre la figura de Jesucristo. Historia Tags Epístolas paulinasEvangelio de TomásEvangelios apócrifosFernando Bermejo RubioJesucristoNuevo TestamentoSan PabloTestimonio Flaviano Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 31 ene, 2023