En este mundo incierto y cambiante, se agradecen las certidumbres. Ese jefe cabrón que siempre espera a las seis menos diez para encomendarte una tarea urgente casi que incomoda menos que el jefe dubitativo y bipolar, que nunca sabes de qué humor llegará, ni qué labores absurdas se le ocurrirán. Es por esto que me gusta leer a Kishore Mahbubani. Ya antes de abrir el libro, sé lo que me voy a encontrar: muchas diatribas contra Occidente y muchos halagos a China. “¿Ha vencido China?” (“Has China Won? The Chinese Challenge to American Primacy”) no me ha defraudado. Era exactamente lo que me esperaba.
“¿Ha vencido China?” contrapone China con EEUU y pinta un panorama muy negro para EEUU, si piensa en seguir siendo la única superpotencia.
Su descripción de China es todo lo idílica que cabía esperar, viniendo de Mahbubani. China no es una democracia, pero tampoco la democracia es un régimen tan bueno. Los chinos, de hecho, prefieren estabilidad y prosperidad, dos cosas que les ha dado el Partido Comunista Chino, antes que democracia. Platón consideraba que la democracia era el gobierno de las masas, entendiendo “masas” en el peor de los sentidos. El mejor gobierno es el de un rey-filósofo y Xi Jinping tiene las hechuras para convertirse en uno. De hecho para el mundo es mejor una China ascendente gobernada por Xi Jinping, que una gobernada por un líder populista elegido democráticamente. Imaginarse a un Theodore Roosevelt al frente de la China del siglo XXI es algo que, desde luego, corta la respiración. Lo dice Mahbubani y los muertos en la guerra hispano-norteamericana de 1898 y yo lo suscribimos.
El PCCh realmente no es un partido comunista. Su ideología real es levantar China y dejar atrás un siglo de humillación. A diferencia del antiguo y esclerótico Partido Comunista de la URSS, se trata de un partido meritocrático, donde los tontos y los vagos lo llevan crudo; sólo los mejores y los más brillantes ascienden. El buen gobierno es una preocupación para el PCCh, que basa su legitimidad en su capacidad de proporcionar estabilidad y prosperidad a la sociedad.
El nivel de satisfacción de los chinos con el sistema es muy elevado. Sienten que su nivel de vida ha subido y las posibilidades de ascenso social son elevadas. Sus anhelos nacionalistas (los chinos son muuuy nacionalistas) se han visto satisfechos. Sí, puede que en el futuro la sociedad demande más democracia, pero ese momento no ha llegado todavía.
Más interesante, creo, son sus opiniones sobre EEUU. Aún me acuerdo de los tiempos en los que EEUU era la superpotencia que dirigía los destinos del mundo y cuyo liderazgo esperábamos cuando había problemas. Ahora, cuando leo algún artículo sobre EEUU y su futuro, la expresión “color de hormiga” o sus equivalentes aparecen con cierta frecuencia.
Lo más interesante es que desde hace unos pocos años EEUU ha comenzado a considerar a China un rival del mismo calado que lo fue la URSS en tiempos, pero no ha elaborado ninguna estrategia para hacerle frente. Al comienzo de la Guerra Fría, el diplomático George Kennan escribió el denominado “Telegrama Largo”, donde hizo un análisis lúcido de la política exterior soviética y describió las maneras de oponérsele. Nada parecido ha ocurrido con China. Peor todavía, la política norteamericana, especialmente con Trump, ha olvidado los consejos que daba Kennan y que tan bien sirvieron: “crear entre los pueblos del mundo la impresión de un país que sabe lo que quiere, que se está enfrentando con éxito a los problemas de su vida doméstica y a las responsabilidades de ser una potencia mundial, y que tiene una vitalidad espiritual capaz de mantenerse por sí misma…”
Trump comenzó su mandato echando por tierra lo que había sido el gran logro geopolítico de Obama, el Tratado del Partenariado Transpacífico. Era un acuerdo de libre comercio para el siglo XXI que unía a varias grandes economías de Asia-Pacífico y que posibilitaba el establecimiento de una arquitectura comercial en Asia-Pacífico dirigida por EEUU y sin China. La primera medida de Trump en la Casa Blanca fue sacar a EEUU del Acuerdo y dejar el terreno libre a China. Como todo error siempre es empeorable, Trump en los años siguientes procuró herir de vez en cuando las sensibilidades de algunos de sus principales aliados en la región.
Otro error estratégico de EEUU,- aunque no achacable a Trump-, fue mantenerse al margen de dos iniciativas chinas: la Iniciativa de la Franja y de la Ruta y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII). La historia de lo que sucedió con este último fue notable. EEUU no sólo no quiso entrar, sino que presionó sin éxito a sus aliados para que no lo hicieran; el Reino Unido, Alemania, la India y Vietnam están entre los socios fundadores. Hace sólo 30 años la presión norteamericana habría bastado para que esos países reconsiderasen su entrada en el BAII; algo ha cambiado. A ese fracaso hay que unir el error de haberse quedado fuera del BAII. Si tu rival crea una organización, estás mejor dentro de ella, donde puedes influir algo sobre su rumbo, que fuera.
Mahbubani no tiene demasiadas palabras amables para Trump. Más bien no tiene ninguna. Considera que Trump ha hecho más para reducir el prestigio de EEUU en el mundo que cualquiera de sus enemigos. En las relaciones internacionales lo intangible y lo simbólico son muy importantes. Todos queremos hacer negocios con una gran economía, eso es lo tangible, pero también queremos hacer negocios con alguien que sea de fiar, eso es lo intangible. Con Trump, EEUU ha dejado de ser fiable y eso es muy grave en las relaciones internacionales. Mahbubani se pregunta por lo que ha fallado en el sistema de pesos y contrapesos norteamericano para que ni el Legislativo, ni el Tribunal Supremo, ni tan siquiera la prensa hayan podido refrenar al Presidente.
Una de las grandes fortalezas de EEUU es el dólar, que le permite vivir por encima de sus posibilidades y tener un déficit fiscal y comercial que sería insostenible para cualquier otro país. A diferencia de otros países, EEUU puede imprimir dólares y bonos del Tesoro, que los demás países están dispuestos a comprarle con sus propias monedas. Por más que haya habido intentos por reducir su peso en la economía mundial, el dólar sigue siendo el rey: el 51% del comercio mundial se realiza en dólares, el 90% de las transacciónes financieras globales son en dólares y los dólares representan el 62% de las reservas de divisas de los bancos centrales. El euro ocupa un modestísimo segundo lugar por detrás del dólar y las demás monedas ya ni digamos.
El dólar es un chollo para EEUU y ningún presidente sensato jugaría con él. Trump jugó con él en el caso de Irán. Dejo sin escribir la tercera pata del silogismo. Cuando Trump sacó a EEUU del Plan de Acción Conjunto Comprensivo (JCPOA) con Irán, anunció sanciones a quien quiera que siguiera comerciando con Irán si lo hacía en dólares (en virtud del JCPOA, no era ilícito comerciar con Irán). Una buena parte de la fortaleza del dólar deriva de un factor intangible: la confianza que despierta como valor seguro en todo el mundo. Mahbubani magnifica el ejemplo que acabo de señalar sobre Irán, saca a colación un par de hechos y opiniones allí y allá y presenta un escenario en el que el dólar pudiera ser reemplazado a medio plazo. Eventualmente, porque nada es permanente, el dólar será reemplazado por algo, tal vez por cauríes, un molusco cuya concha se utilizó como moneda durante siglos en África y partes de Asia, pero yo no apostaría mis ahorros a que eso vaya a ocurrir mañana.
Para Mahbubani, el fracaso de EEUU en producir una estrategia coherente para el siglo XXI es consecuencia de su incapacidad de imaginarse que algún día pudieran ser el número dos y de su insistencia en considerarse un país excepcional, que siempre está en el lado correcto en los conflictos y que al final siempre triunfa. En 2003 el ex-Presidente Clinton pronunció un discurso en Yale en el que advirtió que EEUU debería prepararse para un mundo en el que EEUU ya no fuera la única superpotencia. Puede que no sea el único político norteamericano que piensa así, pero sabía que es de esas cosas que sólo puedes decir en público una vez has abandonado la política. Política y sinceridad pocas veces van de la mano.
Un aspecto de la política exterior norteamericana que Mahbubani critica especialmente es su excesiva tendencia a recurrir al aparato militar, respondiendo al viejo adagio de que cuando tienes un martillo te crees que todos los problemas son clavos. Pues eso, cuando tu gasto en defensa representa el 41% del gasto global en defensa y el de tu más inmediato competidor, China, el 8,2%, resulta tentador pensar que muchos problemas tienen una solución militar. Incluso si así fuera, en las décadas posteriores a la II Guerra Mundial, a EEUU no le ha ido demasiado bien en las guerras que ha emprendido. Graham Allison en “Destinados a la guerra” recuerda que de las cinco grandes guerras en las que EEUU se ha metido desde 1945, ganó una (la primera Guerra del Golfo), otra quedó en tablas (la guerra de Corea) y otra la perdió (la guerra de Vietnam). En cuando a las guerras de Iraq y Afganistán, los resultados de la primera dejaron mucho que desear y la segunda aún está inacabada después de 19 años.
El armamento contemporáneo se ha vuelto tan costoso y destructivo que una guerra convencional entre grandes potencias se ha vuelto cada vez más impensable, aunque impensable no es sinónimo de imposible. Mahbubani considera que el gasto en defensa norteamericano es exagerado y pone un ejemplo muy concreto. EEUU tiene 11 grupos de combate aeronavales. El coste operativo diario de cada grupo es de 6,5 millones $. El coste de un portaaviones es de 13.000 millones $. China afirma que sus misiles balísticos DF-26, que cuestan unos pocos centenares de dólares cada uno, pueden acabar con uno de esos portaaviones. Es el tipo de afirmaciones cuya veracidad no apetece comprobar en el mundo real. Esto demuestra que China está haciendo lo que siempre han hecho las potencias que se enfrentaban a un rival más fuerte militarmente: recurrir a la guerra asimétrica y crear escenarios en los que el enemigo no pueda desplegar sus medios.
Los errores geoestratégicos se pueden corregir. El Imperio español hubiera podido abandonar Flandes y la sangría que representaba y la URSS hubiera podido evitar involucrarse en Afganistán. Más graves son las debilidades internas. Para Mahbubani, la principal debilidad interna de EEUU es la desigualdad, que ha aumentado enormemente en los últimos años. El sueño americano de que empezando desde abajo y trabajando duro puedes llegar a lo más alto, cada vez es más sueño y menos real. Hace años que la movilidad social en EEUU se ha convertido en una quimera. Si provienes de una familia que está en la base de la pirámide (20% más bajo), tus posibilidades de acceder al 20% más elevado son del 7,8%.
Desde los 80 el poder adquisitivo del 50% más pobre se ha estancado y no parece que a nadie le haya importado. Aunque el traslado de muchas fábricas a China haya impactado sobre los salarios y el empleo de los trabajadores norteamericanos, EEUU sólo dedica el 0,24% de su PIB a mejorar sus capacidades; la UE dedica entre el 1 y el 3% del PIB. Mientras que los niveles de vida del 50% se estancaban, la riqueza del 0,001% se disparaba. El 10% más rico duplicó sus ingresos desde 1980, el 1% más rico los triplicó y el 0,001% riquísimo los septuplicó.
Una consecuencia nefanda de este enriquecimiento de unos pocos es que la democracia se ha visto secuestrada por los lobbies. ¿Y quién puede hacer lobby? El que tiene más dinero. Un ejemplo concreto que pone Mahbubani es que las encuestas muestran que una mayoría de la población apoya algún tipo de control en la posesión de las armas. Un abrumador 92% apoya que se revise el historial de los compradores antes de la venta y un 62% defiende que se prohiban los cargadores con mucha capacidad. ¿Por qué no se ha avanzado en el control de la posesión de armas? Los congresistas saben que si promueven leyes tendentes a controlar las armas, el lobby de la Asociación Nacional del Rifle financiará generosamente a sus rivales. Mahbubani afirma que “el pueblo americano alimenta la ilusión de que puede cambiar su sistema político” y esa ilusión de control es lo que proporciona estabilidad al sistema y acalla las voces que hablan de reformarlo.
Aunque el título del libro sea una pregunta, el desarrollo permite ver que Mahbubani ya la ha respondido y que lo que le pedía el cuerpo era titularlo: “Ha ganado China”.
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