Emilio de Miguel Calabia el 23 oct, 2021 Pero más allá de los clásicos, como hijo de un líder del Partido Comunista Chino, Xi Jinping se formó en marxismo-leninismo y maoísmo. El marxismo-leninismo le proporcionó una teoría capaz de explicar la realidad socio-económica de manera sistemática y lógica. Otro de los atractivos del marxismo-leninismo, sobre todo en China, es su dialéctica. A lo de tesis, antítesis y síntesis, se le puede dar un aire de yin y yang muy atractivo. Junto al marxismo (¿o tal vez habría que decir por encima del marxismo?), está el pensamiento de Mao Zedong con su énfasis en la comunidad y en la revolución permanente. Como muchos comunistas de su generación, Xi Jinping sacó enseñanzas muy valiosas del colapso de la URSS. Para finales de los 70 los sistemas comunistas clásicos habían entrado en zona de turbulencias; ya no daban más de sí. Deng Xiaoping y Gorbachov extrajeron consecuencias muy distintas de esa crisis. Para Gorbachov la solución era “perestroika” (reconstrucción economica) y “glasnost” (apertura política, cuyo principal elemento era una mayor libertad de expresión). Para Deng la solución pasaba por una reforma de las estructuras administrativas que abriese camino a la reforma económica. La diferencia esencial era el peso que cada uno creía que debía tener la reforma política. Cero, para Deng, y el 50% para Gorbachov. En la primavera de 1989 ambas visiones chocaron. En abril murió el reformista Hu Yaobang, un hombre cuyas ideas tenían bastante en común con Gorbachov. Su muerte fue el detonante para que los estudiantes saliesen a la calle a protestar pidiendo reformas. El 15 de mayo Gorbachov llevó a Pekin, justo en el momento más inoportuno para las autoridades chinas, que temían que su presencia galvanizase a los estudiantes. Las autoridades chinas pilotaron su visita lo mejor que pudieron y en cuanto se fue, se ocuparon de los estudiantes en la plaza de Tiananmen. De ese incidente y la desaparición de la URSS, los líderes chinos sacaron varias lecciones, que no han olvidado hasta hoy. La principal fue que los dirigentes soviéticos habían ido en contra de su propia Historia, de sus propias raíces. El pecado original se encuentra en el XX Congreso del Partido Comunista de la URSS, cuando Jrushev sacó a la luz los crímenes de Stalin y denunció su culto a la personalidad. Ahí comenzó una pendiente resbaladiza, que llevó al cuestionamiento de Lenin y del mismo marxismo. Los chinos aprendieron que no convenía menear mucho la figura de Mao, no fuese a ocurrir como con los soviéticos y Stalin. Lo más lejos que se podía llegar era a lo que dijo en su día Deng Xiaoping, que Mao estaba en un 70% acertado y en un 30% equivocado. Incluso esa afirmación hoy mismo, en que se está recuperando la figura de Mao, parecería herética. El liderazgo del PCCh no está hoy en día por la labor de atacar la figura de Mao. Igual que en Rusia hay los nostálgicos de Stalin y son más de los que parecería, otro tanto ocurre en China, donde existe una corriente neo-maoísta que cree que se ha ido demasiado lejos dando rienda suelta a la iniciativa privada en la economía y que añora el igualitarismo de antaño. Xi Jinping ha hecho guiños a esa corriente y el politólogo Li Weidong ha llegado a afirmar que Xi es un “fan incondicional de Mao”. Yo me quedo más bien con la opinión de Jude Blachette, autor de “China’s New Red Guards”, que piensa que aun cuando Xi Jinping simpatice con los neo-maoístas, no es uno de ellos. Xi se alinearía más bien con los neo-autoritarios/neo-conservadores. Para éstos, lo que China necesita es una autocracia iluminada. Un líder fuerte capaz de adoptar las reformas económicas necesarias. Un Estado fuerte es vital para garantizar el desarrollo y la estabilidad. El Partido Comunista debe mantenerse al timón de la política y la economía, impidiendo que la nave del Estado choque con ninguno de los dos escollos amenazantes: una revolución “de colores” o un regreso al extremismo de la Revolución Cultural. Si se atiende a la actuación de Xi desde su llegada al poder, la etiqueta de neo-autoritario le sienta muy bien. Otro componente de su pensamiento es el nacionalismo. En los países comunistas ha ocurrido con frecuencia que, cuando la fe en el comunismo decaía, el nacionalismo surgía como ideología de sustitución. La narrativa oficial es que China es una civilización grande y antigua. Precisamente en aras de mantener esta narrativa se ha recuperado la figura de Confucio. En el siglo XIX, Occidente aprovechó la debilidad de la dinastía Qing,- una dinastía extranjera (eran de origen manchú) por cierto-, para infligir a China las humillaciones de las guerras del opio y los tratados desiguales. Hubo mucho más humillaciones, pero esas dos son las que se han quedado más grabadas. A partir de 1949 con el triunfo de la revolución china comienzan el rejuvenecimiento y la renovación de la nación. Todo nacionalismo funciona mejor si tiene un enemigo. En este caso el enemigo es el Occidente democrático, que ya estuvo detrás de la caída de la URSS. Bougon saca a colación un documento secreto que se filtró en 2013, “Comunicado sobre el Estado Actual de la Esfera Ideológica”. El documento enumera varias amenazas ideológicas provinientes de Occidente: 1) La democracia costitucional occidental, cuyos elementos característicos son la separación de poderes, el pluripartidismo, las elecciones generales y un Poder Judicial independiente; 2) Los valores universales, es decir, la pretensión occidental de que sus valores deberían prevalecer en toda la Humanidad; 3) La sociedad civil, que da primacía al individuo sobre la sociedad y que, de adoptarse, introduciría una fisura entre el PCCh y la sociedad; 4) El neoliberalismo, con su teoría de los mercados autorregulados, que debilitaría el control del gobierno sobre la economía; 5) La idea occidental del periodismo, frente a un periodismo didáctico, escrito con criterios marxistas y ligado a la disciplina del Partido; 6) El nihilismo histórico, que lleva al cuestionamiento de los mitos nacionales y 7) Las críticas al socialismo con características chinas. Si ésas son las amenazas occidentales a las que hay que enfrentarse, el documento también recoge lo que debe ser China en contraposición: “Nuestra nación es una nación socialista con una Historia específica y una realidad únicas. Cualesquiera sistema o métodos sean apropiados para nuestra nación, es algo que deberá decidirse por las circunstancias nacionales de nuestra nación. Copiar simplemente el sistema político o los métodos políticos de otro país no tendría sentido e incluso podría tener consecuencias funestas para el futuro de nuestra nación. China es una nación socialista y una superpotencia en desarrollo. Debemos hacer uso de los aspectos benéficos de las civilizaciones políticas extranjeras, pero nunca al coste de de abandonar el sistema político fundamental del socialismo con características chinas.” En todo caso, al modelo occidental se le habría acabado la cuerda como empezó a verse con la crisis de 2008, a la que siguieron acontecimientos traumáticos como el Bréxit o la caótica presidencia de Trump. Frente a una democracia caótica e impredecible que no lleva al poder a verdaderos líderes, sino a personajillos populistas, China puede ofrecer un modelo alternativo a los ojos de Xi. China como potencia civilizadora es algo muy arraigado en la mente china. Durante los siglos del Imperio, China irradiaba su cultura y sus adelantos tecnológicos a sus vecinos; durante el maoísmo, China exportó su variedad de marxismo. ¿Por qué no podría exportar ahora su modelo a un mundo decepcionado con la democracia? Sus bolsillos sin fondos le han garantizado las simpatías de muchos gobiernos de países en desarrollo, cansados de lidiar con las condiciones del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. El interés por la cultura y el idioma chinos crecen en todo el mundo. ¿Por qué no soñar con la posibilidad de que China reemplace a EEUU, tanto en su poder blando como en el duro? En el último capítulo Bougon se pregunta si existe algo que podamos llamar el pensamiento de Xi Jinping, de la misma manera que existió un pensamiento de Mao Zedong. En la práctica China es habitual que cada líder deje su marca en forma de slogan que viene a resumir sus objetivos. El de Xi Jinping es: “El pensamiento de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era”. De 2020 a 2035 el objetivo es crear “una sociedad moderadamente próspera”. Entre 2035 y 2050, China será la primera potencia económica del mundo y será una sociedad “próspera, fuerte, democrática (no tengo claro cuál es su concepto de “democracia”, pero no creo que tenga mucho que ver con el mío), avanzada culturalmente, armoniosa y hermosa”. Evidentemente,- no sé por qué me molesto en observarlo-, el PCCh estará en el centro de las cosas y seguirá dirigiendo la sociedad y la economía. Todo lo anterior es más un programa que un pensamiento. Bourgon lo dice de manera más elegante: “No hay indicios de que sea el autor de una doctrina coherente propia”. El disidente Murong Xuecun describe su pensamiento como un “totalitarismo de mercado”. Se trata de una combinación interesante e inusitada. El fracaso de la URSS nos hizo creer que un régimen totalitario sería incapaz de dirigir una economía de mercado. China prueba que es posible, si renuncia de facto al marxismo. Es importante distinguir entre defender una teoría y aplicarla. En las últimas páginas Bourgon habla brevemente sobre si el régimen chino es viable a largo plazo. Parece que Bourgon se alinea con autores como el sinólogo David Shambaugh, que cree que el régimen es más débil de lo que parece y señala algunas de las debilidades: la fuga de los ricos y la salida de capitales, la represión política, la falta de fe en el sistema, una economía exhausta, la corrupción… Bourgon parece estar de acuerdo, cuando en las últimas páginas del libro dice que “al buscar convertir a su país en el poder industrial líder para 2049 (…) Xi está desencadenando fuerzas que se le pueden virar. Una China creativa e innovadora puede no quedarse satisfecha con el marco existente y podría en el futuro apoyar llamamientos para la reforma política. ¿Pero de qué magnitud? El destino del “nuevo” emperador depende, en parte, de la respuesta.” No soy sinólogo y carezco de datos y conocimientos para decir si el régimen chino actual puede perdurar o no en el tiempo. Sólo sé que desde que empecé a leer sobre China, allá a finales de los noventa, regularmente oigo hablar de sus vulnerabilidades y de cómo está a un paso de la debacle y año tras año veo cómo crece y aumenta su estatura internacional. Otros temas Tags ChinaDavid ShambaughDeng XiaopingFrançois BougonMao Zedongmarxismo-leninismoMijail GorbachovNeo-autoritariosneo-maoístasPartido Comunista ChinoStalinXi Jinping Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 23 oct, 2021