ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Cuando a un mediocre le das poder (3)

Emilio de Miguel Calabia el

Fue en ese momento tan delicado de las relaciones germano-británicas que Neurath tuvo una idea maquiavélica: la patada hacia arriba. Propuso que Ribbentrop fuera designado Embajador en Londres, en sustitución del titular que acababa de fallecer. Con el nombramiento, Neurath mataría varios pájaros de un tiro: colocaría a Ribbentrop en dependencia jerárquica suya, le apartaría de Hitler y le privaría del uso del Dienstelle. Y de rebote, siempre cabía que Ribbentrop la cagara de alguna manera pública y notoria y cayera en desgracia. Ribbentrop la cagó, y mucho, como Embajador en Londres, pero Hitler siguió teniéndole gran aprecio. Siempre hay mercado para los perritos falderos.

El 24 de julio de 1936 Ribbentrop fue nombrado Embajador en Londres. Como nos ocurre tantas veces en la vida, el puesto que le habría llenado de entusiasmo un par de años antes, ahora le deprimió. No quería irse de Berlín y de la cercanía de Hitler, que era donde residía el poder. De hecho retrasó su partida hasta finales de octubre de 1936.

Los catorce meses que Ribbentrop pasó en Londres como Embajador fueron una sucesión de meteduras de pata, una tras otra. La primera ocurrió el mismo día de su llegada a Victoria Station el 26 de octubre de 1936. Nada más llegar, realizó el saludo nazi durante medio minuto y a continuación leyó una declaración que había pergeñado durante el viaje a Inglaterra, en la que abogaba por una alianza entre el Reino Unido y Alemania para enfrentarse al comunismo y defender la civilización occidental. La declaración era tan disparatada que el Encargado de Negocios francés en Londres pensó que era una broma de los periódicos.

De la estación se dirigió a la Embajada, donde reunió a todo el personal y les pasó revista como un general a sus tropas. Fue saludándolos uno por uno con el saludo nazi, que tuvieron que devolverle también uno por uno. A continuación les dirigió una filípica en la que les dijo que eran un feliz conjunto que estaba allí para trabajar en favor del amado Führer y del éxito de la misión de Ribbentrop.

Ribbentrop tenía una concepción propagandística de su trabajo. Las cuestiones de detalle o rutinarias las dejaba a sus subordinados. Él se dedicaba a pronunciar discursos cuando quiera que se presentaba la ocasión y a hablar con personajes que consideraba influyentes, aunque generalmente eran de segunda fila. Sus temas recurrentes eran la recuperación de las colonias alemanas y el comunismo. La recuperación de las colonias alemanas era una cortina de humo, que no interesaba realmente a Hitler más que como moneda de cambio para lo que realmente le importaba: que le dejasen vía libre en Europa oriental.

Muy pronto Ribbentrop se ganó la fama de ser el Embajador que daba las mejores fiestas y de ser el más insoportable. Eso, la gente de fuera; su personal encontraba el adjetivo “insoportable” demasiado suave. Con su gente era un neurótico desconsiderado, que no lograba ajustarse a ninguna rutina ni aceptaba ningún consejo. Como su admirado Hitler, tenía pataletas sin motivo, que aterraban a su personal. Creía que era de gente importante hacer esperar a las visitas en la antesala. Sólo consideraba sus iguales a los Ministros.

Una de las misiones de un Embajador es informar a su gobierno sobre los desarrollos políticos en el país de acreditación. Ribbentrop apenas envió veinte informes durante su estancia en Londres. Menos de dos al mes. La razón principal es que los acontecimientos en Inglaterra no estaban evolucionando en un sentido favorable a Alemania y lo último que quería Ribbentrop era darle malas noticias a Hitler. Su táctica consistía en contarle cuentos de hadas y cómo si las cosas no habían salido bien era por culpa de la conspiración judeo-masónica-anti-alemana.

La mitad del tiempo que duró su misión, Ribbentrop estuvo ausente en Alemania. No quería alejarse demasiado de Hitler, que era dónde estaba el poder, y quería supervisar el Dienstelle. Aprovechó una de sus ausencias para asistir a la firma del Pacto Anti-Commintern, que había sido una de sus grandes iniciativas. El Pacto era una muestra de lo que no se debe hacer en relaciones internacionales: Japón y la Alemania nazi se comprometían a oponerse al comunismo, que no les estaba amenazando, en un documento que en el fondo no les comprometía a nada concreto. O sea, que alarmaron a soviéticos y chinos y sorprendieron a los británicos para nada.

Para la segunda mitad de 1937 Ribbentrop ya era consciente de que había fracasado como Embajador y empezó a cogerles tirria a los ingleses, algo en lo que le apoyó calurosamente su esposa, que nunca había llegado a adaptarse a Londres. Además, el arribista que era se dio cuenta de que las altas instancias del partido se estaban volviendo antibritánicas. Una alianza con el Reino Unido parecía cada vez más lejana.

Para finales de 1937 Ribbentrop ya se había alineado ideológicamente con la plana mayor del partido nazi, cuya actitud era cada vez más agresiva, expansionista y antibritánica. Ribbentrop se convirtió en el adalid de la incorporación de Italia al Pacto Anti-Commintern y la constitución de un frente de dictaduras en contra de las democracias. Curiosamente, esa alineación ideológica iría acompañada de una alienación personal con los demás líderes nazis. Con Goering y Goebbels las relaciones se rompieron y con su rival Rosenberg firmó una precaria tregua, porque a ambos les estaban lloviendo los capones de todas partes. Goebbels, que era tan malo como perspicaz, escribió por aquellas fechas en su diario: “… el único talento [de Ribbentrop] es el de trepar sin piedad. Pero le faltan tacto y cultura, es un snob político que quiere interferir en todo…”

A finales de 1937 Hitler se puso en modo guerrero. El 5 de noviembre tuvo lugar la denominada Conferencia Hossbach en la que expuso sus planes expansionistas. Si podían alcanzarse por medios pacíficos, bien; pero tampoco pasaría nada si hacía falta recurrir a la guerra. Eso sí, la guerra tendría que producirse antes de 1943-45, porque para entonces Hitler calculaba que Alemania habría perdido las ventajas con las que contaba ahora. Para la ejecución de estos planes Hitler necesitaba gente radical como él. Los altos mandos del Ejército y del Ministerio de AAEE no le servían por moderados. A comienzos de 1938 los cambió. La gran oportunidad para cagarla del todo le había llegado a Ribbentrop: en febrero fue nombrado Ministro de AAEE.

Resulta irónico que Hitler nombrase a Ribbentrop justo en el momento en que mejor le tenía calado. Le encontraba aburrido, pesado y vano. Sin embargo, tenía un rasgo que le convertía en el candidato idóneo: su absoluto servilismo. Hitler se había convertido en su propio Ministro de AAEE y lo que esperaba de Ribbentrop era que fuese una suerte de secretario bien dispuesto que ejecutase todas sus directivas sin rechistar. Hitler apreciaba la testarudez de Ribbentrop. Eso, unido a su inflexibilidad y servilismo, le aseguraba que se esforzaría por aplicar sus instrucciones al pie de la letra. Y, de paso, garantizaba que nunca sería capaz de llevarse bien con los demás líderes nazis. A Hitler le encantaba que sus subordinados anduviesen siempre peleados entre sí.

Lo primero que hizo Ribbentrop cuando se hizo cargo del Ministerio fue exigir a sus funcionarios obediencia ciega a Hitler. Fuera de eso, no introdujo mayores cambios. Cuando estaba fuera del Ministerio, había procurado marginarlo, pero ahora que era su jefe, entendía que el Ministerio era la base de su poder. Dedicó una buena parte de sus esfuerzos en recuperar las atribuciones que el Ministerio había perdido con Neurath. Eso le llevó a pelearse con Goebbels, Bohle, Goering, Rosenberg, Hess, Heydrich, Keitel, Bormann y Himmler. En la Alemania nazi no eras nadie si Ribbentrop no se había peleado contigo.

Historia

Tags

Emilio de Miguel Calabia el

Entradas más recientes