Emilio de Miguel Calabia el 11 feb, 2021 (Immanuel Kant) Descartes, Spinoza, Locke, Berkeley y Hume nos llevan a Kant, uno de los tres grandes del pensamiento occidental, el hombre que, según Magee, fue capaz de enlazar platonismo y aristotelismo. Kant comienza su filosofía señalando que la naturaleza de nuestra razón nos lleva a formular preguntas sobre el mundo, cuya respuesta nunca llegaremos a conocer. Por ejemplo, podemos probar racionalmente que el tiempo tuvo un comienzo y también que no lo tuvo. Un inciso a este respecto. En cierta medida la cosmología ha venido a complementar o a suplantar a la filosofía (todo depende del enfoque que se le dé) a la hora de explicar el mundo. En estos momentos, la cosmología afirma que el tiempo tuvo un comienzo en el Big Bang. Antes del Big Bang, no había tiempo. Pero la cosmología no ha podido determinar aún si hubo universos previos al nuestro, lo que nos llevaría a replantearnos la cuestión de si el tiempo tuvo un comienzo. Retomo el hilo. Si la razón nos conduce a contradicciones y a callejones sin salida, ello implica que la razón sola no basta para darnos a conocer la realidad. Se van al garete Descartes, Spinoza y Leibniz, que habían basado su pensamiento en el poder de la razón. Antes que Kant, lo que la mayoría de los filósofos, así como el sentido común, decía era que los objetos existen más o menos como los percibimos. Kant dice que la experiencia tampoco nos sirve, porque no podemos establecer que los objetos ahí fuera sean realmente como nos los representan nuestros sentidos (el ejemplo del color de la manzana). En resumen, nuestra concepción del mundo fenoménico es puramente subjetiva y depende de los órganos de la percepción y de la mente de cada uno. Si analizamos un objeto y abstraemos todo lo que depende de nuestra percepción y de nuestra mente, nos quedamos con una mera abstracción a la que no podemos asignar ninguna característica (el ejemplo que puse antes del color de la manzana, podría trasladarse al resto de sus características – olor, sabor…- y al final nos quedaría una abstracción matemática: objeto más o menos esférico, con una masa x y con una ubicación espacio-temporal y). No obstante, tales objetos deben de existir como causas de nuestras percepciones. Hay ciertas categorías que necesariamente deben existir para que el mundo sea: el tiempo, el espacio, la causalidad y las leyes de la ciencia. Pero se trata de categorías que exceden a nuestra razón humana y que no las podemos deducir a partir de los datos de nuestra experiencia. En todo caso, sabemos que vivimos en el espacio-tiempo, que los acontecimientos tienen relaciones causales y que pueden ser predichos sobre la base de las leyes de la ciencia. Pero Hume demostró que no hemos podido adquirir ese conocimiento mediante la combinación de la percepción y la lógica. Si la percepción y la lógica no bastan, ¿cuál es el elemento que nos falta? Kant dijo que escribió “La crítica de la razón pura” para resolver el desafío que representaba la labor demoledora de Hume. Su conclusión es que el mundo tal y como lo experimentamos depende de nuestros sentidos. La consecuencia es que no conocemos las cosas tal y como son en la realidad, sino que las conocemos según nos las presentan los sentidos, que no es lo mismo. La ubicación espacio-temporal, la causalidad, no son conceptos que descubramos por medio de la razón, sino que son elementos constitutivos de la experiencia. No puede haber experiencia sin ellos. Ahora bien, esto implica que si hay algo más allá del espacio y del tiempo, no lo podremos captar. En términos cosmológicos modernos, representaría nuestra dificultad para descubrir qué pudo haber antes del Big Bang y si hay otros universos ahí fuera. Para Kant, la consecuencia más importante de su pensamiento es que no podemos tener acceso ni a la realidad tal cual es, ni a lo Absoluto. Dios puede existir o no, pero nuestra razón y nuestros sentidos no bastan para determinarlo. Por cierto, que tampoco podemos determinar la realidad de las cosas más importantes de la vida, como la existencia de un más allá. Kant pensaba que su sistema filosófico permitía la existencia de Dios, aunque no lo pudiéramos demostrar mediante la razón. De hecho Kant creía en la existencia de Dios y del alma inmortal. Magee se confiesa agnóstico. El pensamiento kantiano también permite especular con que Dios no exista. En todo caso, Magee confiesa su impaciencia con el ateísmo humanista que prevalece, que reduce todo al mundo empírico y niega la existencia de Dios y del más allá. La parece un tipo de pensamiento arrogante, que se olvida de las limitaciones de nuestra percepción y nuestra razón. Kant nos ha mostrado claramente que hay una realidad más allá del mundo que nos presentan los sentidos. Antes de mencionar a los continuadores de Kant, que fueron todos alemanes, hay que hacer algunas precisiones estilísticas. Kant no tenía oído para el idioma alemán. Encima, estaba utilizando por primera vez el idioma alemán para escribir filosofía (sus predecesores habían hecho filosofía en latín o en francés). Por ello su prosa es seca y difícil de seguir. Hoy diríamos que era un comunicador pobre. Sus sucesores darían aún una vuelta de tuerca a ese estilo literario y lo harían más complicado todavía. Magee lo atribuye a que Fichte, Schelling y Hegel provenían del mundo académico y querían vender que la filosofía es una labor arcana que sólo los profesores muy listos y sus alumnos más aventajados pueden entender. Escribir sencillo y poner sus pensamientos al alcance de todos los habría malbaratado. Según Magee, los tres filósofos que he citado entendieron que no hace falta postular la existencia de objetos independientes de nuestra experiencia. Su labor consistiría en establecer una realidad total, que tenga el carácter de la experiencia o del pensamiento. Lo que, sobra decirlo, para Magee supone haber tomado el camino equivocado. Fichte creía que el mundo natural es la creación de un yo que está fuera del espacio y del tiempo. No existe un mundo fenoménico independiente. Cuando yo muera, mi mundo espacio-temporal dejará de existir y yo seré lo que siempre fui. Habré muerto para los demás, porque habré dejado de existir en sus mundos espacio-temporales, pero no habré muerto para mí mismo. Fuera del tiempo existe una comunidad de yoes. Schelling, por su parte, adoptó el punto de vista opuesto. Nosotros somos una creación de la naturaleza. Schelling concibe la naturaleza como un gran organismo lleno de vida y potencial, que está en cambio y evolución perpetuas. No existe ninguna otra realidad aparte. Hegel en parte integraría las posturas de Fichte y de Schelling. Lo esencial para él es la identidad de lo que existe; lo que le interesa es el proceso de desarrollo a lo largo del tiempo de esa entidad autoexistente. La realidad es el crecimiento de esa entidad espiritual hacia el autoconocimiento. Sin embargo, para Magee Fichte, Schelling y Hegel no llegaron a entender realmente a Kant, quien sí que lo entendió y lo continuó fue Schopenhauer. Para Schopenhauer, la gran tarea de la filosofía después de Kant era explorar la distinción entre el mundo noumenal y el fenoménico y analizar sus consecuencias, ya que ello nos llevaría a descubrir los límites de lo cognoscible. Schopenhauer dijo que el mundo mental no es la causa del mundo fenoménico, sino que el mundo mental y el mundo fenoménico son la misma cosa vista desde distintas perspectivas. Un ejemplo de lo anterior: para un físico, la mesa sobre la que estoy escribiendo podría ser descrita como un conjunto de átomos en movimiento. Este conjunto de átomos no es la causa de la mesa sino que es la misma mesa. Desde mi punto de vista, esa mesa es algo sólido, con unas determinadas dimensiones. Tanto mi perspectiva como la del físico son ciertas. Es el mismo objeto percibido de dos maneras completamente diferentes. Para Schopenhauer, la experiencia la enmarcamos en tres categorías (tiempo, espacio y relación causal) para hacérnosla inteligible. Por ejemplo, tenemos la tendencia a ver la ocupación del espacio en términos de objetos materiales, pero también podríamos entender esos objetos en términos de energía y la energía en términos de fuerza y la fuerza en términos de causalidad. Magee se maravilla de que Schopenhauer a base de puro raciocinio adelantase conclusiones a las que los físicos no llegarían más que un siglo más tarde: que un objeto material es espacio relleno de fuerza y que toda la materia es reducible a energía. Schopenhauer está de acuerdo con Kant en que la forma que adopta la experiencia depende de nuestra percepción. Inevitablemente asociamos la realidad con aquello que percibimos. Es lo que denomina la ilusión del realismo. La verdad es que tiene que haber una diferencia inconcebible para nosotros entre la realidad que percibimos y la realidad tal cual es. Pero, a diferencia de Kant, Schopenhauer no quiere pasar de lo único y específico experimentado a las abstracciones basadas en lo empírico. No, lo más valioso para entender el mundo es nuestra experiencia directa del mismo, no los conceptos que nos puedan llegar de la experiencia de otros. Debemos dejar que las cosas nos interpelen; la verdad se encuentra en lo presente específico. 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