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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Confesiones de un filósofo (1)

Emilio de Miguel Calabia el

“Confesiones de un filósofo” es la “autobiografía” del filósofo británico Bryan Magee. Escribo “autobiografía” entre comillas, porque lo de menos es lo poco que nos cuenta sobre su vida; lo mejor del libro es todo lo que habla sobre filosofía. Leyéndole, uno se da cuenta de que si lo hubiese tenido de profesor de filosofía en el colegio, sin lugar a dudas habría estudiado Filosofía en lugar de Económicas, y ahora estaría dando clases sobre Platón a adolescentes, en lugar de hacer algo tan aburrido como manejar un fondo de inversiones en Singapur y conducir un Jaguar.

La filosofía occidental empieza con los presocráticos. Magee, siguiendo a Popper, dice que con ellos comenzó la tradición crítica en el pensamiento occidental, que hizo posible la filosofía. Hasta entonces, el conocimiento era algo sagrado, que estaba salvaguardado por los sacerdotes, y que debía ser transmitido intacto a la siguiente generación. Cuestionar el conocimiento tradicional llevaba al ostracismo y hasta a la muerte. Con los presocráticos, el pensamiento crítico se hizo posible.

Otras dos novedades que trajeron fue una apreciación de la experiencia como fuente de conocimiento y la renuncia a los mitos para explicar el universo. Antes de ellos, el universo se explicaba por mitos que iban pasando de generación en generación desde tiempo inmemorial. Los presocráticos trataron de explicar el universo recurriendo a la razón y la experiencia. Por ejemplo, Tales de Mileto afirmó que el agua era el origen de todas las cosas, al haber observado que las semillas tienen naturaleza húmeda. Muy distinto de las historias de la creación precedentes, que recurrían a los dioses y a acontecimientos extraordinarios.

Tras los pre-socráticos vinieron Platón y Aristóteles. Platón fijó el terreno de juego filosófico, sobre el que se moverían los filosofos occidentales durante los siguientes dos milenios y pico. Mientras que Sócrates se había centrado en cuestiones morales y personales, Platón lo abarcó todo: cosmología, ciencia, matemáticas, arte, política, ética… El filósofo Alfred Whitehead dijo que “el conjunto de la filosofía occidental son notas a pie de página a Platón.” En opinión de Magee, en la filosofía occidental Platón, Aristóteles y Kant juegan en una liga aparte.

Una de las aportaciones fundamentales de Platón, que nos ha acompañado durante más de dos mil años y que tuvo una influencia tremenda sobre el cristianismo de los inicios, es la sospecha de que tal vez el mundo fenoménico al que tenemos acceso por nuestros sentidos, no sea todo lo que hay. Subyacente a él, existe un mundo sin tiempo de Ideas, que constituye la verdadera realidad.

Platón es el santo patrón de quienes tienden al idealismo. Su discípulo Aristóteles es el santo patrón de los empiristas, de quienes se centran en el mundo fenoménico, sin importarles demasiado si es lo único que hay. El mundo fenómenico es lo suficientemente rico per se y, como quiera que sea, es el único mundo al que tenemos acceso, por lo que es futil perderse en mundos creados por el pensamiento.

Aristóteles trabajó desde dentro de la experiencia y su obra consistió en profundizar en ella y tratar de entenderla lo mejor posible, sin intentar buscar explicaciones abstractas o que estuvieran fuera de su dominio. La amplitud de sus intereses es incluso mayor que la de Platón. Estudió las plantas, los animales, las distintas formas de organización política, la ética, la estética, etc. También se interesó por cuestiones metafísicas como la naturaleza de la mente, la identidad, la forma y la sustancia y la relación entre ellas, la continuidad y el cambio…

Es habitual que la gente piense que la filosofía en Occidente se terminó con San Agustín y que no resurgió hasta el renacimiento. Ésa es por ejemplo la línea argumental que sigue Charles Freeman en “The closing of the Western mind: The rise of faith and the fall of reason”. Para él, Occidente comenzó a rechazar paulatinamente la razón y a reemplazarla por la fe. Con San Agustín, la razón finalmente perdería la partida y no volvería por sus fueros hasta Santo Tomás de Aquino, ochocientos años después.

Magee reconoce que hubo una cesura en la filosofía occidental al final de la Antigüedad. Durante mil años la filosofía occidental estuvo íntimamente ligada a la religión. No en vano, todos los filósofos eran religiosos. Algo similar puede decirse de la filosofía budista, cuyos cultivadores siempre fueron monjes. Pero sería un error pensar que la filosofía medieval se limitaba a cuestiones religiosas. Los filósofos medievales pasaban mucho tiempo discurriendo sobre lógica, análisis conceptual, psicología, mecánica…

El pensamiento filosófico transcurría dentro del corsé religioso. Dado que las últimas verdades nos habían sido reveladas por Dios y no podían ser cuestionadas, los dos grandes temas que preocupaban a los filósofos medievales eran hasta qué punto las verdades de la religión podían ser demostradas por la razón y la relación entre la obra de Platón y Aristóteles con las verdades contenidas en la Biblia. Uno podría preguntarse qué necesidad había de plantearse esas preguntas: si Dios nos ha revelado la verdad, no necesitamos de la razón para llegar a ella, con lo que analizar la razón se convierte en un ejercicio futil. Por otro lado, la Biblia, que es la palabra de Dios, está por encima de cualquier otra fuente de sabiduría y hasta la convierte en algo supérfluo.

La existencia de pensadores no-cristianos, sobre todo judíos y musulmanes que no aceptaban el dogma cristiano, hacía necesario buscar argumentos racionales que pudiesen convencerles. En lo que se refiere a Platón y Aristóteles, su autoridad era tal que no cabía descartarles sin más. Había cuestiones en las que estaban de acuerdo con la Biblia y otras en las que estaban en desacuerdo. Esto no planteaba problemas. Los problemas venían de aquellas cuestiones que no pertenecían a ninguna de esas dos categorías. Antes de aceptar su pensamiento en estas cuestiones, era preciso analizar las consecuencias a las que llevaba y determinar si en última instancia iba en contra de la religión o no.

Magee aprecia la filosofía escolástica medieval y elogia sobre todo a sus dos torres, San Agustín y Santo Tomás. A esas figuras cabría añadir otras menos conocidas, pero igualmente reseñables como Juan Escoto Erígena y San Anselmo. No obstante, cree que conocerla no es esencial para el filósofo contemporáneo. Aunque la respeta, le encuentra fallos que la desautorizan: proliferan las afirmaciones mutuamente contradictorias, usa un lenguaje que tan pronto ha de ser entendido literalmente como metafóricamente, la superstición está siempre a la vuelta de la esquina…

 

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