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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Todo lo que había que escribir, ya lo escribieron hace 4.000 años

Emilio de Miguel Calabia el

En el fondo hay muy pocas historias que contar. Lo que hacemos los escritores del siglo XXI es retomar esas pocas historias, decorarlas con elementos tomados de nuestro tiempo y tratar de que aparezcan frescas y nuevas como la primera vez que fueron contadas.

La Odisea es uno de mis libros favoritos y es el arquetipo de una de esas historias: un hombre viaja, pasa por aventuras y tribulaciones, que va superando, hasta que llega a su destino final. Un poco como la vida misma. Donde Homero habla de Calipso, puedes poner la compañera del trabajo de ojos verdes que te tiene encandilado, y Polifemo bien pudiera ser ese colega egoísta y colérico, que se siente siempre en posesión de la verdad. Ulises somos un poco todos.

Sorprende pensar que cuando Homero escribió la historia de un héroe que pasa por mil aventuras antes de volver al hogar, esa idea ya se le había ocurrido a un escriba sumerio 1.500 años antes. “El poema de Gilgamesh” ya contiene los elementos con los que se construirían luego la Odisea y muchas películas de Hollywood.

Para empezar tenemos un héroe como Dios manda, Gilgamesh. Gilgamesh es “supremo sobre los demás reyes”, “el que camina por delante, el líder”, sus compañeros han puesto su confianza en él. Con tantos dones, no extraña que sea un pelín jactancioso y arrogante. Pero también es valiente y amigo de sus amigos.

Un héroe necesita un rival que esté a su altura y ese rival es Enkidu, un salvaje que los dioses crean para bajarle los humos a ese chulito de Gilgamesh. Enkidu comparte la naturaleza de las bestias salvajes, sobre las que manda. Para domesticarlo, le presentan a una prostituta. Está una semana haciendo el amor con ella y a su término se ha civilizado y los animales salvajes ya no le siguen.

Civilizar a alguien a base de polvos. No conozco ningún otro ejemplo parecido en la literatura. Sólo se me ocurre una explicación: el sexo es uno de los instintos más básicos; al hacer el amor con la prostituta, Enkidu aprende a someterlo a unas reglas, aprende a controlar sus instintos. Desde ese momento, ya no es un salvaje. Los animales, que se han dado cuenta del cambio, dejan de seguirle.

Enkidu se enfrenta a Gilgamesh, que era para lo que le habían creado. Gilgamesh le derrota, pero se hacen amigos. Un tema literario eterno acaba de nacer: el de los rivales convertidos en amigos. Este tema sobre todo lo ha explotado Hollywood en películas policiacas: en “Arma letal” juntando a un envejecido Danny Glover con un irascible y explosivo Mel Gibson; en “Los otros dos” mezclando a un contable apacible (Will Ferrell) con un policía impulsivo (Mark Wahlberg)… La fórmula funciona tan bien y es tan antigua, que yo diría que hay algo de arquetípico en ella.

Enkidu y Gilgamesh en plan colegas, se van a recorrer el mundo en busca de aventuras. Quieren matar al gigante Huwawa y cortar el sagrado cedro del Líbano. En el colmo de la chulería, Gilgamesh se permite rechazar los avances de la diosa Ishtar que quería pegarle un revolcón (como vemos, el sexo como motor de una historia no es nada nuevo que haya inventado Hollywood. Ya van dos veces que aparece). En fin, el escriba sumerio acaba de descubrir algo que dará mucho juego entre los dramaturgos griegos: la hybris, el orgullo desmedido, que siempre termina castigado por los dioses. En este caso el castigo será la muerte de Enkidu. Sí, ya sé que todas las ideas descabelladas han sido de Gilgamesh y que es a Gilgamesh al que se le subieron los humos, pero se ve que los dioses mesopotámicos, como después los griegos, tenían un concepto muy peculiar de la justicia. Vamos, que hacían lo que les salía de las p…

Con Gilgamesh tenemos también uno de los primeros tratamientos literarios de la muerte.

El Más Allá se denomina “la Casa de las Tinieblas”. Es “la casa que no abandona quien entró en ella”.Es “la casa cuyos habitantes carecen de luz, donde el polvo es su vianda y arcilla su manjar (…) Y no ven la luz, residiendo en la oscuridad”. No sé qué será peor, si el infierno de otras tradiciones, donde se pasan la eternidad atormentándote, o este lugar triste, oscuro y polvoriento, donde no parece ocurrir nada.

La desesperación de Gilgamesh cuando muere su amigo tiene algo de épico y me recuerda a dos duelos igualmente desconsolados de la Antigüedad: el de Alejandro Magno por su compañero y amante Hefestión y el de Adriano por Antinoo. Gilgamesh quiere que el resto de la creación llore con él la muerte de Enkidu, que las huellas que dejó en el Bosque de los Cedros, lloren por él, y el oso, y la hiena, y los ríos Eufrates y Ula, y los guerreros de Uruk, que quienes le conocieron,- los que le ensalzaron, los que pusieron ungüento en su espalda, los que le dieron cerveza, la meretriz que le ungió con aceite fragante- se lamenten por él. Es lo que tiene ser Rey. Te crees que sólo tú puedes sentir un dolor lacerante y quieres que el resto de la creación llore contigo. Los poderosos de hace 4.000 años no eran tan diferentes de los de ahora.

Y al dolor por la muerte de Enkidu se le añade otro tema: yo también tendré que morir. “Cuando muera, ¿no seré como Enkidu? El espanto ha entrado en mi vientre. Temeroso de la muerte, recorro sin tino el llano.” El poema introduce aquí un tema que luego se hará clásico: la búsqueda de la inmortalidad, que siempre es baldía. “La vida [eterna], que buscas, nunca la encontrarás. Pues cuando los dioses crearon al hombre, hicieron que la muerte fuera su parte y le retiraron la vida con sus manos”.

El poema introduce aquí un tema que se repetirá en muchas historias populares posteriores: la del hombre que trata de conseguir la inmortalidad pero se da con un muro. Gilgamesh va a visitar a Utnapishtim, el único hombre al que los dioses otorgaron la inmortalidad. Utnapishtim le advierte que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible, pero Gilgamesh se obceca. Al final Utnapishtim le dice dónde encontrar una planta en el fondo de un lago, que devuelve la juventud. Gilgamesh la encuentra, pero una serpiente se la roba, lo que viene a demostrar una vez más que lo que no puede ser, no puede ser y además es imposible.

Como dije al comienzo, el poema de Gilgamesh lo tiene casi todo. Desde entonces, no hemos hecho más que repetirnos.

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