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Pombo, o el autobombo literario

Emilio de Miguel Calabia el

Lo mejor de la edición de “Pombo” de Ramón Gómez de la Serna que sacaron Visor Libros y la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid en 1999, es el prólogo de Andrés Trapiello. Trapiello nos introduce en el mundillo de las tertulias del Madrid del primer tercio de siglo y en su utilización por sus fundadores como herramientas para su encumbramiento literario. Si alguien destacó por su maestría en mantener viva una tertulia, darle relumbrón y aprovecharla para darse importancia, ése fue Ramón Gómez de la Serna.

Trapiello cuenta la guerra tertuliana que mantuvieron Ramón Gómez de la Serna y Rafael Cansinos Asséns por ver cuál dirigía la tertulia más fetén. La guerra la perdió el segundo, que acabó trasladando sus reales y  a sus indigentes vasallos a la periferia de la ronda de Atocha, que es tanto como decir que marchó al exilio.

Leyendo “La novela de un literato” de Cansinos Asséns, que rezuma resentimiento contra Gómez de la Serna, uno entiende por qué éste triunfó. Gómez de la Serna era rico por su casa, algo que resultaba de lo más atractivo para la panda de bohemios a la cuarta pregunta, que solía frecuentar las tertulias. Otra baza a su favor es que, bien porque dirigiese una revista, bien por sus contactos, Gómez de la Serna siempre podía ofrecer la posibilidad de un hueco para que los bohemios letraheridos publicasen y se dieran a conocer, algo que Cansinos Asséns no podía.

Otra diferencia entre ambos era en la presentación. Gómez de la Serna iba de fuerza juvenil arrolladora y pronto convenció a todos de que era un genio innovador, que representaba el futuro de la literatura. Cansinos Asséns, más retraído y más mayor, iba de maestro sabio y rabínico. Acaso Cansinos Asséns fuera el más profundo de los dos, pero la sociedad prefiere los brillos fulgurantes y los fuegos de artificio.

En otra entrada de este blog comenté la historia de Benjamín Jarnés, según la contó Cansinos Asséns. Jarnés, un sargento en el Ejército, había creado una tertulia zarrapastrosa en la ronda de Atocha. Con gran habilidad, se acercó a Cansinos Asséns, que cada vez renegaba más del centro de la ciudad, donde la tertulia de Gómez de la Serna triunfaba, y lo atrajo a la suya. Contar en la tertulia con un literato afamado como Cansinos Asséns, daba prestigio y enseguida hizo que ecos de su tertulia de tres al cuarto llegasen al centro. Lo siguiente fue fundar una revista de la tertulia. Sólo tuvo un número, pero le sirvió de carta de presentación ante la tertulia que de verdad le interesaba, que era la de Ramón Gómez de la Serna. La habilidad trepadora de Jarnés, que le dolió mucho a Cansinos Asséns, que se sintió utilizado, muestra la reputación que tenía la tertulia del Pombo, reputación que nunca tuvieron las sucesivas tertulias que fue creando Cansinos Asséns.

“Pombo” es un magnífico ejercicio de autobombo. En él, Gómez de la Serna nos transmite la idea de que Pombo y la tertulia que alberga es un lugar mágico y muy especial. Comienza describiendo con muchos ditirambos y en un estilo inimitable la atmósfera del lugar: “Se ha repetido, se repite y será repetido, que Pombo se parece a un barco (…) Otras veces parece un tren- muchas veces también-. (Tanto que hay una hora intermedia de la velada que parece que vamos ya por Valladolid, y en la que el gas baja como si algún viajero aminorase la luz para echarse a dormir.) (…) Otras veces nos parece estar en el fondo del malecón contra el que choca el mar noche y día. Esto del mar en Pombo es la locura de Pombo, el recuerdo antediluviano que le ataca.”

Luego viene la presentación de los tertulianos. La presentación debe ser tal que haga pensar al lector que Pombo reúne cada noche a personajes interesantísimos, pero no tanto que le hagan sombra al que de verdad cuenta, que es Gómez de la Serna. Lo cierto es que los personajes que frecuentaron Pombo en general no eran para tanto. En un momento dado enumera a los miembros fundadores y de los quince nombres que cita, sólo me suenan tres: José Bergamín, el pintor Gutiérrez-Solana y Rafael Cansinos Asséns. Aun así, los retratos que va dibujando de cada uno Gómez de la Serna, hacen que acaben pareciéndonos seres especiales y a los que lamentamos no haber conocido. Tomemos como ejemplo, el retrato que hace de Mauricio Bacarisse, un poeta menor y muy poco leído hoy:

“Muchas noches va Bacarisse, un poeta verdaderamente nuevo, de cabeza interiormente poliédrica por como construye versos hechos con imágenes poliédricas.

Bacarisse, con un paso y una actitud de hombre con capa y sombrero de copa, aparece muy serio y fruncido por el arco de la Cripta. Se ve que tiene un gran amor propio- justificado- y hay que tener cuidado con él. Toda la cortesía es poca con su figura vestida de cortesía.

Su gesto es también el de un Enrique de Mesa joven. (¡Por Dios, que no lo use toda la vida, que eso “empoquece”, enfría y aleja!).”

Resulta interesante que el retrato más largo es el que dedica a Gutiérrez-Solana. Me pregunto si no tendría que ver con el hecho de que, siendo un pintor, Gómez de la Serna no viese en él a un rival.

La galería de retratos termina con la del propio Ramón, que juega con la falsa modestia, recurriendo sobre todo a su físico achaparrado y rechoncho, y trata de colorear todo el conjunto de sinceridad: “Yo soy, ante todo, como vosotros queráis, como quieran los demás, un botijo, un zampatortas, un retaco, lo que cada uno quiera (…)… podría decir que tengo un tipo stendhaliano. De trabajar, de estar sentado, de estar como pensando siempre, de hacer una vida nocturna, nos hinchamos como Balzac, como Renan, como el mismo Goethe. Nuestra cara se ensancha, y como generalmente somos de poca estatura, nos embolamos, por decirlo de una sola vez y de cualquier modo (…) Mi cara tiene días menguantes, crecientes, pero más a menudo de luna llena… [me encanta la manera tan graciosa de decir que tiene una cara de pan] (…) Yo sólo escribo y paso (paso más que paseo) con la conciencia de que voy a morir y de que debo mirar las cosas con diafanidad viéndolas perderse o continuar, pero evitando que se las pinte queriendo ser más de lo que son, evitando su dictadura y descomponiendo su sentido, siempre supuesto, lo más graciosa y paradójicamente que pueda.”

Más adelante, ya fuera de las páginas de los retratos, inesperadamente aparece el retrato encomiástico de Carmen de Burgos, una escritora con la que Gómez de la Serna mantuvo un intenso romance que duró más de doce años y que terminó cuando Gómez de la Serna extendió sus abrazos amorosos a la siguiente generación. Sí, Gómez de la Serna tuvo un romance fugaz con la hija de Carmen de Burgos, pero antes de eso le hizo un retrato apasionado: “Ella es morena como lo exige la franqueza, la sinceridad y la rectitud decisiva del corazón (…) Bella, con la recia y apretada belleza que se sostiene en la madurez. Es recia y alta, muy alta, y eso salva y acaba de hacer indiscutible su figura. Ella se emboza en su altura y eso hace que la caigan bien todas las proporciones. Su opulencia está tan llena de espíritu y de buena voluntad cotidiana, que eso la aligera [me encanta cómo dice que está realmente gorda, pero de una manera que hace que la gordura parezca virtud. Eran otros tiempos]…” Llama la atención que en este retrato, Gómez de la Serna exalta el físico de Carmen de Burgos y su carácter bueno, equilibrado y sabio, pero prácticamente no habla ni de su inteligencia ni de su obra.

Una vez presentados el escenario y los actores, Gómez de la Serna relata lo que se hace en Pombo. Así, habla de las tertulias que tienen y menciona algunos comentarios que parecen sacados de una obra de Jardiel Poncela: “Esas aguafuertes son tan desiguales que unas son aguas menores y otras mayores”; “La historia de España que yo estudiaba era para tomarla con Picatostes”; uno completamente sordo dice a propósito de un estreno malísimo al que asistió: “Figúrense ustedes qué pateo sería que lo oí yo perfectamente”. Lo que podría parecer una charla insustancial de gentes aburridas, Gómez de la Serna logra transformarlo en el coloquio de unos sabios cínicos y absurdos que le hacen una higa a la realidad.

También habla de los banquetes, de la vuelta a la Puerta del Sol de los sábados, de los discursos, del homenaje que hicieron a Picasso… Al final, Gómez de la Serna ha conseguido su objetivo. Uno cierra el libro con el pesar de haber nacido demasiado tarde y haberse perdido ese lugar fantástico que fue el Café del Pombo.

 

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