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La obsolescencia programada de nuestros sentimientos

Emilio de Miguel Calabia el

Me compré esta novela gráfica de Zidrou (guionista) y Aimée de Jongh (ilustradora) porque me atrajeron el título y la belleza de las ilustraciones.

La novela empieza donde la vida se detiene. Mediterránea asiste a la muerte de su madre. La Muerte tardó nueve meses en llevársela y la conclusión es obvia: “A la Muerte no le gustan los viejos. Su olor acre, su piel áspera, su aspecto desgastado de haberlo soñado todo, su lomo de perro apaleado… ¡eso lo detesta la Muerte!” De pronto se hace consciente de que ahora es la mayor de la familia; tal vez la próxima en caer.

Ulises afronta otro tipo de muerte, la jubilación. “¿Así que era esto la jubilación? ¿Esta sensación de vacío?”, se pregunta. De pronto tiene todo el tiempo del mundo y no sabe cómo llenarlo. Llenarlo con tareas cotidianas como ocuparse de las plantas de la terraza o limpiar el apartamento no le sirven y tampoco le ocupan la inmensidad del tiempo en la que se ahoga.

Su vida se resume en unas pocas fechas: casado a los 18 años, padre por primera vez a los 20 y por segunda vez a los 22, viudo a los 45 y jubilado a los 59. Una fecha que falta es la de la muerte de su hija a los 16 años. De puro presente que la tiene, no quiere recordar cuántos años hace que ocurrió.

¿En qué se convierte la vida cuando nada la llena? En una sucesión de preguntas inútiles, “¿Cuántas veces tendré que ver gilipolleces en la tele?”, “¿Cuántas veces tendré que deambular por parques?”, “¿Cuántas veces tendré que pasar por delante de ese banco?” Y la única respuesta es: “¡El vacío! ¡Nada más que el vacío para llenar mi vida!”

Para Mediterránea la muerte de su madre le hace pensar en la vida que llevó y que tal vez no era eso. “Esas historias que te hacen creer que siempre habrá un hombre, – encantador, como debe de ser-, para besar tus labios helados y devolverte a la vida. Así que soñamos con ese hombre, príncipe por añadidura. ¿Por qué siempre un príncipe? ¿Podríamos aprender a contentarnos con los enanitos?”

No recuerdo qué escritor dijo que si en una obra de teatro en el primer acto muestras una pistola, en el último alguien tiene que suicidarse o matar a alguien con ella. Pues eso, si en las primeras páginas de una novela gráfica pones a un hombre prejubilado y que se siente vacío y a una mujer de la misma edad, cuya madre acaba de morir y se hace preguntas vitales, tienes que hacer que se encuentren y que suceda algo. Y como en el fondo, todos, hasta los más descreídos, creemos en el amor, eso es lo que sucede, que se encuentran y se enamoran como dos colegiales.

La historia de amor que nos cuentan Zidrou y de Jongh es muy bonita. Tanto, que uno sospecha que nadie les ha contado lo que son Meetic o Tinder. Los divorciados cincuentones y sesentones que me encuentro, me dicen que el ambiente de los divorciados a esas alturas de la vida tiene algo de túnel del terror. No, puede que la mejor comparación sea con la ruleta rusa. Aprietas el gatillo y te sale una histérica que en la primera cena te monta un numerito; y, desde luego, no hay segunda cena. Vuelves a apretar el gatillo y te sale una conversación con una mujer que afirma que tiene 56 años, pero que tiene la misma voz que tu abuela de noventa. Aprietas el gatillo una tercera vez y esta vez sale la bala: histérica, aparentando quince años más de los que afirma tener y encima estás tan desesperado que ligas con ella.

Eso visto desde la perspectiva de los hombres. Las mujeres que me han dicho cómo estaba el mercado en general se centran en lo raritos que se vuelven los hombres que están solos a partir de los 50. Aunque mejor el hombre rarito que el que va de segunda juventud y se comporta como si tuviera quince años.

Termino con tres consejos: 1) Leerse “La obsolescencia programada de nuestros sentimientos” porque, aunque sea mentira, emociona la fantasía de que alguien de casi sesenta años se pueda enamorar como un colegial; 2) Darse de baja en Meetic y Tinder; 3) Cogerle gusto a la lectura. Te dará muchos menos disgustos que los grupos de divorciados más que maduritos.

 

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