Emilio de Miguel Calabia el 23 dic, 2021 En “El pueblo y los libros”, el poeta y crítico literario Adam Kirsch pasa revista a 18 obras clásicas de la literatura judía. Se trata de un recorrido fascinante, porque si hay un pueblo que se ha visto influido por la palabra escrita, ése ha sido el pueblo judío. Todo empezó en el año 622 con el Deuteronomio. Ese año el Rey Josías descubrió un manuscrito de leyes en el Templo de Jerusalén, que algunos estudiosos creen que era el actual libro del Deuteronomio. En un desarrollo que prefigura a Kafka, los judíos descubrieron que habían sido culpables durante generaciones de haber violado un código de leyes que desconocían. El Dios de la Biblia a veces podía ser un poco desconcertante. Hasta ese momento, la religiosidad de Israel no había sido demasiado diferente de la de los pueblos circundantes. Yahvé era su dios nacional, igual que Assur era el dios nacional de los asirios y Marduk, el de los babilonios. Tener un dios nacional no impedía que uno pudiese adorar también a los dioses de los vecinos. En cuestiones divinas es mejor jugar a varias bazas. El “descubrimiento” del Deuteronomio por Josías cabe verlo como parte de un designio más vasto: vincular definitivamente a los judíos con Yahvé, apartándoles de cualquier tentación de adorar a dioses extranjeros; asegurar el monopolio religioso del Templo de Jerusalén. Anteriormente había habido otros santuarios; ahora todos los sacrificios han de hacerse necesariamente en el Templo de Jerusalén. El Deuteronomio cierra la Torah, que son los primeros cinco libros de la Biblia cuya redacción tradicionalmente se atribuía a Moisés, que los habría escrito al dictado de Dios. El Deuteronomio recapitula la Historia de Israel con una intención didáctica: explicar cómo fue el proceso que llevó a los israelitas a la Tierra Prometida. La entrada en la Tierra Prometida se contará ya fuera de la Torah en el Libro de Josué. Un tema recurrente en el Deuteronomio es el pacto entre Israel y Yahvé. Cuando Israel es fiel, Yahvé la recompensa sin medida y cuando se olvida de Dios y rompe el pacto, Yahvé lo castiga también sin medida. La relación entre Dios y su pueblo es un poco bipolar. El otro libro del Antiguo Testamento en el que se detiene Kirsch es el libro de Ester. Existen varios libros en el Antiguo Testamento que hablan de la experiencia del exilio y de vivir entre pueblos extraños, tratando de mantenerse fieles a sus leyes y sus costumbres y de evitar la asimilación. El Libro de Ester también habla de judíos en el exilio y de las amenazas de vivir en tierra extranjera, pero destaca por varios rasgos poco habituales. El libro cuenta que el rey persa Asuero andaba buscando una esposa, cuando sus ojos se posaron sobre Ester, la pupila de Mordecai, un alto funcionario judío. El rey desposa a Ester, la cual, siguiendo los consejos de su tío, mantiene en secreto su condición de judía. Asuero nombra a Haman Primer Ministro. A éste se le despierta un odio feroz contra Mordecai y, por extensión, contra todos los judíos, porque Mordecai se negó a postrarse ante él, como era la costumbre. Haman manda órdenes por todo el imperio para que los judíos sean masacrados. Ester decide organizar una fiesta a la que invitará a Asuero y a Haman para pedir clemencia para los judíos. Entretanto, el rey tiene problemas de sueño y se hace leer las crónicas reales para conciliarlo. Una de las lecturas le recuerda que en el pasado Mordecai desbarató una conspiración en su contra. Asuero decide recompensarlo. Le pregunta a Haman: “¿Qué debería hacerse por un hombre a quien el rey desea honrar?” Haman, creyendo que él es quien va a ser honrado, responde que a tal hombre habría que vestirle con vestimentas reales y conducirle por las calles montado en el caballo real. Asuero lo aprueba para Mordecai y ordena que Haman conduzca el caballo. Tiene lugar el banquete que Ester había preparado. Durante el mismo Ester revela que ella misma es judía y que las órdenes de Haman implican que también ella tenga que morir. Haman, aterrado, se echa en el triclinio de Ester para pedir piedad. Asuero malinterpreta la situación y cree que Haman le está intentando poner los cuernos delante de sus propias narices. Haman termina colgado, Mordecai ascendido a Primer Ministro y los judíos salvados. Hay varias cosas notables en el libro. La primera es que Dios está ausente. Los protagonistas recurren a su astucia para salir del paso, no a pedir la ayuda divina. La segunda es que la historia no muestra ningún reparo ante un matrimonio mixto o ante la idea de que Ester y Mordecai coman comida no-kosher. Más aún, los protagonistas llevan nombres babilonios: Ester alude a la diosa del amor Ishtar y Mordecai al dios Marduk. Estas peculiaridades del libro hicieron que algunos tuvieran sus dudas sobre si incluirlo entre los libros canónicos. Curiosamente, el Libro de Ester no figura entre los Rollos del Mar Muerto, lo que seguramente se deba a que la secta que los compuso no lo consideraba canónico. ¿Por qué esta fabulita entusiasmó tanto a los judíos que hasta le dedicaron una festividad, Purim? Tal vez porque toca puntos muy sensibles para los judíos. Mordecai y Ester están a un paso de la asimilación y si no caen en ella es por lealtad a su pueblo, no por cuestiones religiosas. Haman es el epítome del antisemita, que desea aniquilar a los judíos. Más de 2.000 años después Haman se llamaría Adolf Hitler, pero no habría ninguna Ester para salvar a los judíos. Literatura Tags Adam KirschDeuteronomioJosíasJudíosLibro de Ester Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 23 dic, 2021