Emilio de Miguel Calabia el 20 feb, 2022 Tanto los escritores medianejos, como los buenos y lo sublimes, comparten una cosa: que son grandes lectores. No, más que grandes, que evocaría volumen, número de libros leídos, son buenos lectores. Cada libro es tanto un cadáver que diseccionar para ver cómo funciona, como una flor cuyo aroma hay que aspirar, sabiendo que no hay ninguna otra flor que huela igual. Chirbes era un gran lector. Sus diarios están repletos de referencias literarias. Era un crítico implacable y justo, que se daba cuenta cuando un escritor intentaba hacer pasar por oro lo que no era más que un abalorio pintado de purpurina. “El testigo de Juan Villoro. Posbolañismo. Hereda de él, además de rasgos de estilo, el tema de Los detectivos salvajes [en literatura, entre el plagio y la originalidad esta el escabroso territorio de la influencia y la imitación. La primera es buena y la segunda, mala, pero es tan difícil distinguirlas en ocasiones…] (…) Hereda también la hiperliteraturización de la vida, que huele a cocina de los talleres literarios. (…) Todo aparece sobrecargado, sobreescrito, magníficamente sobrebienescrito y, sin embargo, acaba fallando. El exceso se come algo, se le come el alma a la cosa. Le falla, sobre todo, el final: al libro le sobran las últimas setenta u ochenta páginas…” Me huele que esta crítica podría aplicarse a muchas novelas contemporáneas y a todo lo que Álvaro Pombo ha escrito. No hay mucho que decir y por eso uno trata de decirlo de una manera prolija con muchas más palabras de las necesarias. Y la historia sobrecargada de palabras no avanza y se convierte en un chicle que se le ha pegado a uno a la suela del zapato y tirando para quitárselo, uno lo estira y lo estira y la novela que hubiera debido terminar en la página 120, se arrastra trabajosamente hasta la página 180 y el lector obstinado que la disfrutó algo al principio, pasa desesperado las páginas, impaciente por encontrar la palabra “fin” y poder empezar otro libro, si posible más finito. “El testigo” fue Premio Herralde de Novela en 2004 y no fue el único Premio Herralde que se le atragantó a Chirbes. “La Quincena soviética” de Vicente Molina Foix, que fue Premio Herralde en 1988 y recibió muchas alabanzas de los críticos en su día (“novela de una generación”, “obra maestra”), también fue objeto de sus dardos y no sólo porque le hubiera arrebatado el premio a la novela de Chirbes “Mimoun”, que quedó finalista. Chirbes la tacha de “flojísima”. Yo la leí hace muchos años y ni es una obra maestra, ni es flojísima. Es una novela entretenida sin más, lo que ya es bastante. En general Chirbes es un hombre positivo y sólo suele traer a colación en su diario a aquellos libros que le han gustado. Críticas negativas hay muy pocas. Una, que no me resisto a transcribir aquí, es la que escribe sobre “Memoria de mis putas tristes” de Gabriel García Márquez. Yo, cuando la leí, pensé que era la novela de un escritor crepuscular, que no termina de aceptar que su tiempo ya pasó y que su talento hace tiempo que se secó. Chirbes piensa algo parecido: “Anoche leí Memoria de mis putas tristes (remake a su manera de El palacio de las bellas durmientes de Kawabata [la apreciación es acertada. Me pregunto en lo que estaría pensando García Márquez cuando osó reinterpretar la magnífica novela de Kawabata. Si no la vas a mejorar, si no vas a lograr utilizar el material para escribir algo que esté a la altura, ¿para qué la tocas?] , un libro que me ha parecido patético, por muchas cosas. Da la impresión de que está hecho de retazos, trozos que no acaban de encajar. El libro parece haber nacido de sucesivos intentos, de pentimenti, de veinte o treinta impulsos, que no cuajan, que se frustran (son muchos intentos para tan pocos folios). Al fondo, parece adivinarse un acto de voluntad que también es ambiguo, pendular. Se diría que esconde una sospecha del autor sobre sí mismo (soy un fracaso), que se resuelve llevando el libro al otro extremo del movimiento: mirad lo grande que soy, soy el gran escritor, el Nobel, contempladme, me necesitáis. Ese vaiven marca el breve y cansino texto, que al mismo tiempo que desinteresa, conmueve, porque nos enseña las tristes raíces sobre las que se levanta la creación literaria, la fragilidad del autor: esa es la ración de patetismo que nos brinda.” Chirbes, además de un lector generoso, era muy justo con sus apreciaciones. Los autores que le gustaban eran aquéllos que gustarían a cualquier enamorado de la literatura. Los voy enumerando a continuación y garantizo que quien quiera que siga esta lista de Rafael Chirbes y adquiera los libros y los autores reseñados, se llevará un magnífico regalo: + “Las Fundaciones” de Santa Teresa (curiosa elección en un hombre ateo y marxista): “Me cautiva con la fijeza con que cautivan los flautistas de Marrakech a las serpientes (…) la prosa de Santa Teresa es un modelo de viveza, de capacidad de observación, de gracia para capturar la anécdota. Se trata de una lectura imprescindible para alguien que quiera escribir en lengua castellana”. En “Zen catholicism” Dom Aelred Graham señala que Santa Teresa y San Juan de la Cruz pertenecen a un venero casi oculto del catolicismo, que a veces resuena como el zen japonés (o con el sufismo musulmán, añadiría yo), pero que no llegó a convertirse en la corriente principal del catolicismo. + “Los ensayos” de Montaigne. “Leo el primer tomo de los Essais de Montaigne. De ahí, lo único que puedes hacer es bajar.” Si un extraterrestre llegase y quisiera saber lo que es ser un hombre mortal, sólo tendría que leer “Los ensayos” de Montaigne para entenderlo. + Todo Balzac. Balzac debería ser el patrono de los escritores. Un hombre con una gran capacidad de trabajo, que lo dio todo a la literatura, incluso su talento. Hubo momentos en su vida en los que tuvo que atarse a la mesa de escritura y escribir lo que fuera, a veces con seudónimo, para sobrevivir. Entre las obras de Balzac que Chirbes parece apreciar más están “Cesar Birotteau” (“El suicidio es en ese caso una manera de huir de mil muertes, parece lógico no aceptar más que una”), “Un asunto tenebroso” (una de las primeras novelas policiacas, donde un sucedido real de comienzos del siglo XIX, le sirve de excusa para hablar de intrigas políticas y de transformaciones de la sociedad), “El cura de Tours” (para Chirbes, “una de sus novelas más modernas y ajustadas”), “El primo Pons”, que tal vez sea una de sus mejores novelas porque en ella puso mucho de su vida: la pasión por el arte, la crueldad de la sociedad, los intereses mezquinos de terceros, que aplastan a las almas inocentes… + “El idiota” de Dostoyevski. “Lo mejor del alma humana parece coagularse en este libro hermético que se resiste a ser descodificado (…) Uno sabe que el tesoro está ahí dentro aunque no sea capaz de alcanzarlo.” + “Otra vuelta de tuerca”, tal vez la novela más famosa de Henry James, que sirvió de base a “Los otros” de Amenábar. Es una novela de terror gótico muy desasosegante, cuya capacidad para crear espanto se mantiene incólume 120 años después. + “Veinticuatro horas en la vida de una mujer” de Stefan Zweig. “Cada vez aprecio más la contenida precisión de Zweig, que nunca pretende ser un genio, sino un honesto narrador”. Me impresiona esta frase. Todos los escritores soñamos con escribir una gran novela. ¿Por qué no conformarnos simplemente con contar bien una historia? Eso ya es mucho. + “El hombre sin atributos” de Robert Musil, que se la leyó tres veces. “Una vez más, Musil consigue anonadarme. Cómo cala en los mecanismos esenciales: los personajes se llenan de contradictorios zigzags y la sociedad es un chiste con el que uno puede mearse de risa; o echarse a llorar: el chiste forma parte del sistema de reacciones ante la falta de sentido. Sus imágenes asocian elementos absolutamente dispares, y con ese método, que a veces roza el absurdo, consigue una correspondencia entre lo superficial y lo más hondo. Rompe tu lógica y descubre lo que aparece cuando uno se decide a utilizar otro sistema para ver las cosas.” + “Los pasos contados” de Corpus Barga. Corpus Barga tuvo su momento de gloria hacia los años setenta del pasado siglo, pero me temo que hoy esté bastante olvidado, a pesar de haber sido uno de los mejores memorialistas de nuestro siglo XX. Un mínimo toque del estilo de Barga, que reproduce Chirbes: “… cuando habla de un tío suyo, que fue militar y murió en Manila resistiendo como un héroe mientras sus soldados retrocedían. Corpus asegura que “no se había retirado ante el ataque por no moverse”, sencillamente porque era un vago”. + “El décimo hombre” de Graham Greene, a la que considera “cáustica y pesimista”. El argumento de la historia es que durante la ocupación nazi de Francia, los nazis deciden en una cárcel que uno de cada diez presos será fusilado. Uno de los que sacan la pajita fatídica es el rico abogado Chavel, que ofrece toda su fortuna a quien quiera ocupar su puesto… El argumento de la novela es realmente provocador, pero la manera rápida en la que lo desarrollo Greene deja mucho que desear. No comparto el entusiasmo de Chirbes. + Buena parte de Juan Marsé, especialmente “Si te dicen que caí”. No la he leído, pero las dos novelas suyas que sí que he leído, “La oscura historia de la prima Montse” y “Últimas tardes con Teresa”, me encantaron. Me gusta cómo coloca el argumento sobre la trama social en la que se desenvuelven los personajes, que es la burguesía barcelonesa. Esa trama es la que determina al final el destino de los personajes, aunque éstos no lo sepan. En fin, leer los diarios de Chirbes tiene algo de asistir a una clase de literatura europea, dada por un profesor que sabe de lo que habla. Literatura Tags Corpus BargaFiodor DostoyevskiGabriel García MárquezGraham GreeneHenry JamesHonoré de BalzacJuan MarséJuan VilloroMichel de MontaignePremio Herralde de NovelaRafael ChirbesRobert MusilSanta Teresa de JesúsStefan ZweigVicente Molina Moix Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 20 feb, 2022