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El amor, el matrimonio y esas tonterías (1)

Emilio de Miguel Calabia el

Es un tópico decir que el amor romántico nació en las cortes medievales de la Provenza francesa. La poesía amorosa provenzal abunda en dos tipos de poemas. Aquéllos en los que los amantes, después de una noche de amor, se deben separar porque llega el alba y aquéllos en los que el amado suspira por la amada, con la que tiene una relación que en muchos casos es puramente platónica.

Nunca más gozaré de amor,
si no gozo de este amor de lejos,
pues no sé de mejor ni más gentil
en ninguna parte, ni cerca ni lejos.(…)

Triste y alegre me separaré
cuando vea este amor de lejos,
pero no sé cuándo lo veré,
pues nuestras tierras están muy lejos.” (…)

Verdad dice quien me llama ávido
y deseoso de amor de lejos,
pues ningún otro gozo me place tanto
como la alegría del amor de lejos.
¡Pero lo que quiero me está tan prohibido!
Mi padrino me hechizó
para que amase sin ser amado.

¡Pero lo que quiero me está tan prohibido!
Maldito sea el padrino
que me hechizó para no ser amado.”

Éste es un poema del siglo XII de Jaufré Rudel. Esa obsesión por un amor lejano, que ni tan siquiera sabemos si alguna vez se consumó, yo creo que es novedosa en la literatura y que antes de los poetas provenzales no se había practicado. Por cierto, que dice la leyenda que Rudel se enamoró de una dama a la que nunca había visto, sólo por lo que le habían contado de ella.

En ocasiones, los poetas provenzales también podían combinar el anhelo romántico con lo sensual y hasta con lo práctico como en éste de la Condesa de Día:

Bello amigo, agradable y bueno,
¿cuándo os tendré en mi poder,
que me acostara con vos una noche
y os diese un beso amoroso?
…Sabed que gran deseo tengo
de teneros en el lugar de marido,
con tal que me prometiérais
hacer lo que yo quisiera.”

La poesía provenzal ha despertado tanto entusiasmo, que parece que antes no hubiera existido el amor, cuando resulta que es el sentimiento más universal de todos, después de las ganas de comer, y si no, a los ejemplos me remito.

1.500 años antes que los poetas provenzales, Safo de Lesbos ya había descrito admirablemente lo que uno siente cuando se encuentra ante alguien a quien se ama en silencio:

Igual parece a los eternos Dioses.
Quien logra verse frente a Ti sentado:
¡Feliz si Goza tu Palabra Suave,
Suave tu risa!
A mí en el pecho el Corazón se oprime.
Sólo en mirarte: ni la voz acierta
De mi garganta a prorrumpir; y rota
Calla la lengua
Fuego Sutil dentro de mi cuerpo todo
Presto discurre: los inciertos ojos
Vagan sin Rumbo, los oídos hacen
Ronco Zumbido
Cúbrome toda de Sudor helado:
Pálida quedo cual marchita hierba
y ya sin Fuerzas, sin Aliento, Inerte
Parezco muerta.”

Cuatrocientos años después de Safo y mil años antes que los trovadores provenzales, Cátulo ya expresó esa pasión arrebatadora que encierra a los amantes en una burbuja en la que el mundo no puede entrar:

Vivamos, Lesbia mía, y amémonos.
Que los rumores de los viejos severos
no nos importen.
El sol puede salir y ponerse:
nosotros, cuando acabe nuestra breve luz,
dormiremos una noche eterna.
Dame mil besos, después cien,
luego otros mil, luego otros cien,
después hasta dos mil, después otra vez cien;
luego, cuando lleguemos a muchos miles,
perderemos la cuenta, no la sabremos nosotros
ni el envidioso, y así no podrá maldecirnos
al saber el total de nuestros besos.”

En ocasiones he llegado a leer que el amor es un invento occidental, que en otras culturas lo que había eran los matrimonios de conveniencia que, con suerte, al cabo de unos cuantos años de convivencia acaban generando algo que se parecía al amor. Pues va a ser que no. Su T’ungpo, que era coetáneo de los poetas provenzales, tiene una elegía a su esposa muerta que es de lo más tierno de la literatura universal y no tiene nada que envidiar a los poemas de ausencia provenzales:

En estos diez años que yo he vivido y tú has estado muerta,

No hemos tenido noticias el uno del otro.

Nunca he pensado en ti,

pero es tan difícil olvidar.

A mil millas está tu tumba solitaria,

no hay lugar en el que te pueda hablar de mi tristeza y mi soledad.

Incluso si nos encontrásemos, no me reconocerías

polvo en la cara,

patillas escarchadas.

La pasada noche soñé

que de repente volvía a casa.

Junto a la ventanita enrejada,

te peinabas el pelo.

Nos miramos sin palabras.

Sólo había mil filas de lágrimas.

Espero año tras año que este dolor vuelva a mi corazón,

en las noches a la luz de la luna

mis pensamientos van a la colina del pino bajo [se refiere al sitio donde estaba enterrada su mujer].”

Del siglo XI es “La novela de Genji”, que escribió la japonesa Murasaki Shikubu. Es la historia del Príncipe Genji, un hombre apasionado y amoroso, que hace de la persecución del amor el motivo de su vida. La delicadeza de sentimientos no tiene nada que envidiar a los poetas provenzales. Transcribo algunos de los poemas que incluye y que hablan de la lejanía y la separación:

Te dejo porque me toca

seguir el camino de todos.

Si tuviera elección

no sería este el camino elegido.”

(…)

Las despedidas a la luz del alba

están siempre húmedas de rocío,

pero hoy el cielo de otoño

parece más triste que nunca.”

(…)

Estamos en primavera

y el trino de los ruiseñores

es como el de antaño.

Somos nosotros los que hemos cambiado.”

 

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