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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Una Historia cultural y política de Afganistán (6)

Emilio de Miguel Calabia el

(Daoud, el hombre que ejerció mayor influencia sobre los destinos de Afganistán en el siglo XX)

En marzo de 1963, Zahir Shah decidió que ya había tenido bastante con su primo y le forzó a dimitir. La población recibió la salida de Daoud con alborozo. El tema de Pashtunistán había generado mucho malestar entre las etnias no-pashtunes, que no deseaban que la mayoría pashtun fuera todavía más mayoritaria. No obstante hubo dos sectores que no vieron el final de Daoud con buenos ojos: los pashtunistanistas radicales y los jóvenes izquierdistas que pensaban que le habían dado la patada por ser demasiado pro-soviético. Es probable que la razón de su cese fuese simplemente que su primo el rey se había cansado de él y quería probar un poco en primera persona lo que era eso de mandar.

Pienso que Zahir tenía dos problemas: era un gobernante miope y no se fiaba de la democracia; el cuerpo le pedía una democracia de mentirijillas. Su Primer Ministro, el tecnócrata Mohammed Yusuf, elaboró la Constitución de 1964. Era una Constitución técnicamente buena, que preveía elecciones libres con un sistema de sufragio universal, igualdad para las mujeres, derechos políticos para los ciudadanos y un poder judicial independiente. De paso prohibía que los miembros de la familia real ocupasen puestos en el gobierno.

La principal debilidad de la Constitución era que sus redactores no creían del todo que el pueblo afgano estuviese preparado para la democracia. Por ello la Constitución instituyó una Monarquía fuerte y con poder real auténtico. Para que el Parlamento no diese muchos dolores de cabeza, se estableció una separación muy nítida entre el legislativo y el ejecutivo, que llegó a que el ritmo de aprobación de las leyes se hiciese renqueante. Tampoco se permitió que hubiese una Prensa auténticamente libre.

Otro gobernante tal vez hubiese sido capaz de reencauzar la situación. Zahir no supo. Para 1973 dominaba la frustración, sobre todo entre los jóvenes, que rechazaban la deriva pro-occidental de Zahir y la falta de avances hacia una verdadera democracia. El Parlamento estaba paralizado y los gobiernos parecían cada vez más débiles e inestables. La política se había polarizado entre conservadores e izquierdistas. Entre 1970 y 1972 hubo un sequía a la que siguió una hambruna, en la que puede que murieran 100.000 personas. La ayuda de emergencia fue mal gestionada, entre rumores de acaparamiento y corrupción.

En 1973, mientras el rey estaba fuerza del país, Daoud le dio un golpe de estado. El rey, igual que Alfonso XIII, dijo que prefería abdicar antes que llevar a su país a una guerra civil. Posiblemente le apeteciese más disfrutar de la vida en Italia que gobernar un país tan difícil como Afganistán.

El golpe de estado de Daoud, que instauró la República, fue bien recibido. Existía la conciencia de que el estancamiento político no podía continuar y que era necesario dar un golpe de timón. Daoud parecía la persona adecuada. Las fuerzas que apoyaron el golpe fueron muy diversas, aunque había un cierto predominio de los elementos izquierdistas. También fueron muy diversos sus objetivos: el establecimiento de una democracia real y funcional, el desarrollo económico del país, el establecimiento de una república popular, el estrechamiento de lazos con el bloque comunista, la vuelta a la lucha por el Pashtunistán… Ninguna de esas fuerzas quiso entender que el trasfondo real del golpe es que Daoud quería volver a mandar.

En esta ocasión Daoud llevó a cabo una política exterior más prudente. Aunque estaba un poco escorado hacia la URSS, se dejó querer por el Shah de Irán, se aproximó a las monarquías del Golfo, mantuvo unas relaciones aceptables con EEUU y mejoró las relaciones con Pakistán, aparcando la cuestión del Pashtunistán.

Para 1977, Daoud había decepcionado a todo el mundo. A los pashtunistanistas porque había abandonado el proyecto del Pashtunistán y había hecho las paces con Pakistán; a los islamistas porque les había reprimido con dureza para evitar que se constituyeran en una oposicion a su poder; a los reformistas y los pro-occidentales porque no había instaurado el régimen democrático que se esperaban; a los comunistas porque les había purgado y perseguido, después de toda la ayuda que le habían prestado para llegar al poder; y a la población en general porque las promesas de progreso y mejora de la calidad de vida no se habían cumplido.

A día de hoy, hay muchas incógnitas en torno al golpe de estado que acabó con Daoud el 27 de abril de 1978, 10 días después del sospechoso y no-explicado asesinado de Mir Akbar Jider, el principal ideólogo de la facción parchan del Partido Democrático Popular Afgano (los comunistas, vaya). ¿Fue realmente Daoud el asesino de Mir Akbar y el PDPA le dio el golpe como movimiento de autodefensa? ¿Sabía Daoud que el PDPA estaba preparando un golpe para agosto y quiso adelantarse? ¿Fue un golpe puramente militar que el PDPA instrumentalizó a posteriori? ¿Qué papel exacto jugó el líder del PDPA Hafizullah Amin? ¿Lo planificó o se subió al carro de un golpe montado por el Ejército cuando vio que había triunfado?

Tras el golpe fue la facción jalqi del PDPA la que tomó el poder. Étnicamente el ascenso de los jalqis significó el ascenso de los pashtunes del este, sobre todo los ghilzai, y el arrumbamiento de los durrani. En política exterior abandonaron el tradicional juego del equilibrio afgano y se lanzaron en brazos de la URSS. Los jalqis eran unos radicales que pensaban transformar Afganistán en un pispás a golpe de kalashnikov. Entre los que se proponían aniquilar estaban la facción parchami del PDPA, los terratenientes tradicionales, el viejo establishment militar y los clérigos islámicos. Los jalqis se creyeron que estaban en el Petrogrado de 1917 y que si hablaban de ser la vanguardia del proletariado y demás pamemas, el pueblo les seguiría; no ocurrió. Uno de los muchos errores que cometieron fue no advertir que la falta de rebeliones de las últimas décadas se había debido a que los musahibanes habían procurado no tocar mucho las narices en las provincias; con sus políticas radicales consiguieron quebrar esa paz.

 

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