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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Simplemente Trump (y 2)

Emilio de Miguel Calabia el

Un día típico de Trump empezaba con el Presidente a solas en su habitación, viendo noticieros. Aparte de los de la Fox, también veía los de la CNN y MSNBC para saber lo que sus enemigos decían de él. La manera que tenía Trump de estar informado, o de creer que estaba informado, era siguiendo los noticieros de la Fox y a sus comentaristas políticos. A veces lo que oía en esos programas de la Fox influía sobre sus ideas y sus acciones de manera exagerada.

Un ejemplo que trae el libro ocurrió el 11 de enero de 2018. Ese día el Congreso iba a votar una parte clave de la Ley de Vigilancia de la Inteligencia Extranjera (FISA ACT), en la que se autorizaba la vigilancia de ciudadanos de terceros países en el extranjero para evitar atentados terroristas. La Casa Blanca estaba de acuerdo con la moción. Pues bien, esa mañana Andrew Napolitano en su programa de la Fox dijo que esa reforma que se iba a reintroducir, había servido en el pasado para investigar la campaña electoral de Trump y había dado pie a la historia de la trama rusa y que no entendía cómo Trump había dado su visto bueno. La información era errónea, pero Trump no era alguien que se detuviese a analizar la veracidad de las fuentes. En realidad Trump tampoco se detenía a reflexionar, simplemente daba rienda suelta a sus instintos y, si era por tuiter mejor. Así pues, lanzó un tuit incendiario contra la reforma de la FISA. Sus asesores y varios congresistas republicanos entraron en pánico: llevaban semanas negociando esa reforma, que era clave. Con paciencia le explicaron a Trump que Napolitano había entendido mal la reforma. Finalmente, Trump comprendió que había metido la pata y, en su estilo, en lugar de reconocer el error de su primer tuit, lanzó un segundo tuit en el que se atribuyó el éxito de la reforma de la FISA.

Este ejemplo muestra también los problemas que Trump tenía con la verdad. Por un lado era un mentiroso patológico. Alguien (no recuerdo ahora dónde lo leí) que le había conocido cuando era empresario, había encontrado que mentía más que hablaba, pero lo disculpaba porque en el sector inmobiliario todos mienten. Lo gracioso era su desfachatez a la hora de contar mentiras que podían ser fácilmente contrastables, como cuando dijo que su toma de posesión había sido la que había tenido más asistentes en la Historia. No había más que comprobar la foto con la de la segunda toma de posesión de Obama- algo que hizo todo el mundo- para advertir que no era cierto.

Otras veces sus mentiras tenían que ver con su impulsividad y su convicción de que lo sabía todo aunque estuviese manejando información incompleta. El 7 de julio de 2017 sus abogados se enteraron de que el año anterior el hijo de Trump se había reunido en la Trump Tower con una abogada rusa con conexiones en el Kremlin, que decía que tenía información perjudicial para la campaña de Hillary Clinton. Durante parte de la reunión había estado presente su yerno Jared Kushner. Sabiendo que más tarde o más temprano la información trascendería, los abogados estaban viendo cómo presentarla ante el público para salvar la cara de Trump hijo y de Kushner. La información trascendió antes de lo esperado. Al día siguiente ya había periodistas haciendo preguntas complicadas.

Trump en esos momentos estaba en el Air Force One, cruzando el Atlántico. Aunque no tenía todos los datos, en cuanto se enteró del asunto, Trump redactó un comunicado para salvar la situación, distorsionando un poco/bastante la verdad y cargándose toda la estrategia de comunicación que ya habían preparado sus abogados.

Muchos han presentado a Trump como a un niño caprichoso y malcriado, que tiene unos berrinches terribles cuando no se hace lo que quiere. Un ejemplo de esos comportamientos, que merece la pena detallar, ocurrió en noviembre de 2018.

Trump se había desplazado a Paris para asistir a la conmemoración del final de la I Guerra Mundial. Era un viaje que no le apetecía nada y estuvo de morros todo rato como los niños pequeños cuando se les lleva de visita a una casa donde se aburren.

El 10 de noviembre tenía que asistir a una serie de servicios y al cementerio americano de Aisne-Marne en el que están enterrados más de 2.000 combatientes norteamericanos de la guerra. De pronto, les dijo a sus asistentes que no le apetecía ir al cementerio, al que estaba previsto que se desplazase en helicóptero. Llovía y estaba nublado, pero el helicóptero estaba preparado para volar en esas condiciones y peores. Le sustituyeron su Jefe de Gabinete, John Kelly, y el Jefe del Mando Combinado, Joseph Dunford.

Trump estaba satisfecho con la decisión tomada hasta que encendió la televisión y vió a otros dignatarios extranjeros en los actos y oyó cómo las cadenas norteamericanas criticaban su ausencia y no compraban la excusa de la lluvia. A fin de cuentas la lluvia no había impedido que otros líderes asistieran y no rendir homenaje a soldados caídos que habían soportado la lluvia, la nieve y el barro en las trincheras parecía frívolo. En cambio, Kelly y Dunford que acudieron y cumplieron con dignidad sus deberes ceremoniales recibieron elogios de todas partes.

Dice mucho de su carácter que Trump arremetió contra todos y no asumió que el error había sido exclusivamente suyo. “¡Joder, podría haber ido! ¡Quería ir!”, fue una de sus primeras reacciones. Luego arremetió contra el jefe adjunto de su Gabinete, el general Fuentes: era culpa suya por no haberle convencido para que fuera. También había sido culpa de Kelly, por no haber previsto en el desastre de imagen que resultaría. Al final, como tantas otras veces, le torció un poco el brazo a la verdad: “Fue la decisión de John Kelly de que yo no podía ir. Me habría gustado ir. No me importa la lluvia”.

Merece la pena mencionar también cómo era trabajar en la Casa Blanca de Trump. Un adjetivo lo define a la perfección: “tóxico”. Trump era incapaz de formar un equipo. Él tenía que estar en el centro de todo. Además, le gustaba tener a su gente enfrentada entre sí. Todo el personal sabía que tenía que andar con pies de plomo con la hija y el yerno de Trump, tal vez dos de las únicas tres personas en el mundo por las que Trump parece experimentar auténticos sentimientos humanos. Su posición era anómala y se rumoreaba que la utilizaba para promover sus negocios privados. En todo caso, dada su cercanía al Presidente, más valía no llevarle la contraria.

Trump se comportaba como el típico matón de patio de colegio y en cuanto alguno de sus subordinados mostraba alguna vulnerabilidad, allá que atacaba. Lo que más valoraba en sus subordinados era la lealtad, algo con lo que él por su parte no les correspondía. Lealtad en el lenguaje de Trump significaba no hacer filtraciones a la prensa (esto es comprensible) y decirle a todo amén (es humano, pero supone un error garrafal no dejar que otros te cuenten la verdad). Era típico de Trump, cuando se enfadaba con alguien y le daba la patada, anunciarlo ipso facto y urbi et orbe con un tuit denigratorio.

De la gente que trabajó para Trump, hay tres personajes que salen especialmente bien parados: su primer Secretario de Estado, Rex Tillerson, el Secretario de Defensa, James Mattis, y el Asesor de Seguridad Nacional, H.R. McMaster. Los tres se comportaron con dignidad y sensatez e intentaron en la medida de lo posible que el sentido comun prevaleciese en la Casa Blanca. Para el 31 de diciembre de 2018, los tres estaban fuera, así como algunos otros que habían servido, al decir de algunos, como los adultos en la sala. En la segunda mitad de su mandato, los sicofantes predominaron y Trump, liberado además de la presión del informe Mueller sobre la trama rusa, daría rienda suelta a todos sus instintos, sin nadie que le controlase.

Mientras lo leía , me he acordado de muchas cosas que he leído sobre el estilo de mando de Hitler. Antes que nada, quiero hacer una salvedad: comparo sus estilos de mando, no sus personalidades. A Hitler le movía el odio y a aquello que odiaba, ya fueran los judíos o los prisioneros de guerra soviéticos, lo exterminaba. Trump es despreciativo. Desprecia a los mexicanos y preferiría tenerlos al otro lado del muro para no verlos, pero nunca se le pasaría por la cabeza exterminarlos.

Ni Hitler ni Trump destacan por su empatía. Sólo hay dos personas por las que parece que Hitler sentía algo parecido a un afecto humano normal: Rudolf Hess y Albert Speer. Incluso es cuestionable que sintiera algo fuerte por su amante de varios años, Eva Braun, a la que parece haber considerado como un mero elemento decorativo más o menos bonito, que le servía de descanso del guerrero. Trump parece ser capaz de tener un círculo más amplio de personas por las que siente un afecto real y de tener amigos, algo que no parece que tuviera Hitler.

Tanto a Hitler como a Trump les cuesta escuchar. Les mueve la convicción de que ya se lo saben todo. En el caso de Trump el hecho de haber sido,- según se concibe a sí mismo-, un hombre de negocios exitoso, le faculta para ir de experto y prescindir de las opiniones de sus asesores, cuando no le gustan. Hitler creía que haber participado en la I Guerra Mundial como cabo le convertía ipso facto en un experto en temas militares. Asimismo, ambos se nutrían intelectualmente de un número reducido de fuentes que venían a confirmar sus prejuicios. En el caso de Trump, la información de la cadena Fox. En el caso de Hitler, literatura racista y pangermanista de segunda y de tercera.

Su estilo de mando era errático y dependía mucho de su humor. No creaban equipo, sino que parecía que les gustaba tener a su gente enfrentada y compartimentar la información que circulaba. No eran personas que convocasen regularmente reuniones de coordinación.

Tal vez una de las mejores descripciones de Trump y de su Presidencia sea la que aparece en el prefacio del libro y que corresponde a Peter Wehner, quien trabajó con varias Administraciones republicanas: “Es una personalidad transgresora, así que le gusta atacar y destruir e incomodar a la gente. Si ve una institución que cree que no está sirviéndole, protegiéndole como quiere o que es una amenaza para él, irá a por ella. Contra la comunidad de inteligencia, porque no le decía lo que quería oír. Contra el Departamento de Justicia porque no estaba haciendo lo que quería que hiciera. Contra la OTAN porque cree que [los países miembros] no pagan lo suficiente. […] Así pues no tiene ningún miramiento por las instituciones, por el papel que juegan, por qué son importantes y se complace en demolerlas.” Destruir siempre ha sido más fácil y divertido que construir, pero el mérito es para los que saben preservar lo que debe ser preservado y reformar lo demás.

 

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