“La Historia oculta de Birmania. Raza, capitalismo y la crisis de la democracia en el siglo XXI” es un libro de Thant Myint-U, nieto del que fuera Secretario General de NNUU, U-Thant, entre 1961 y 1971. El libro da una visión muy personal de la Historia reciente de Birmania (aunque suelo utilizar Myanmar, en esta entrada utilizaré Birmania, como hace el autor) entre 1988 y 2019. Lo que más me gusta es que sobre algunos acontecimientos que parecen muy sabidos, el autor aporta una nueva manera de enfocarlos, que tiene su aquél. En Birmania, como en otros muchos asuntos, Occidente ha tendido a imponer una visión de los hechos generalmente bastante maniquea y siempre es bueno que alguien venga a cuestionarla. Me fijaré en esta entrada en los puntos en los que Thant Myint-U se aparta de las opiniones recibidas.
En 1988 el mal gobierno del dictador Ne Win y de su Partido del Programa Socialista de Birmania, unido a una desmonetización desastrosa que emprendió por motivos puramente supersticiosos, provocaron unas manifestaciones masivas en Birmania. Ne Win se vio obligado a dimitir y tras una jornadas en las que todo pareció posible, una Junta militar autodenominada SLORC (Consejo de la Restauración de la Ley y el Orden del Estado), que sonaba más a escupitajo que a nombre de órgano de gobierno se hizo con el poder. Para salir del paso, la Junta convocó para 1990 unas elecciones. Las elecciones fueron tan libres que, para sorpresa de todos, la Liga Nacional de la Democracia, liderada por Aung San Suu Kyi, hija del padre de la independencia, arrasó.
Los militares no quisieron entonces hacer buena su promesa de dejar el poder y dijeron que las elecciones habían sido para la formación de una Asamblea Constituyente, no para ver quién gobernaría el país. Como un militar le explicaría a Thant Myint-U: “Lo que queremos realmente es pasar de ser una dictadura aislada de izquierdas a ser una dictadura derechista pro-norteamericana”. En parte puede entenderse a los militares. Los catorce años de democracia que conoció Birmania tras la independencia fueron caóticos y el país estuvo a punto de romperse. Aquellos años infundieron a los militares la idea de que como ellos no estuviesen al mando, el país se iba al carajo y los hizo muy reticentes a dejar el poder.
La LND, jaleada por Occidente, insistió en que los militares hicieran buenas sus promesas de 1988 y entregaran el poder, que ellos habían ganado limpiamente en las urnas. Los militares lo más que ofrecieron fue que la LND participase en la convención nacional para la redacción de la nueva Constitución, aunque desde una posición minoritaria. Se entabló un diálogo entre Aung San Suu Kyi y los militares, que terminó abruptamente después del paso de la Secretaria de Estado norteamericana Madeleine Albright por Yangon. Sabiendo que contaban con el apoyo de la única superpotencia, la LND endureció sus posiciones.
Thant sugiere que tal vez hubiera sido más inteligente seguirles el juego a los militares. Los militares no querían introducir la democracia, pero sí que querían mejorar los niveles de vida, desarrollar el país y hacer que la economía funcionase, un poco siguiendo el modelo tailandés. Dos errores que cometió la LND fueron: 1) No ser conscientes de que los generales tenían la sartén por el mango y que después de treinta años de aislamiento, su imagen internacional se la traía al fresco; 2) No darse cuenta de que, si bien Occidente la apoyaba, ese apoyo occidental llegaba a donde llegaba y ni un paso más. Hay un libro muy interesante de Nassim Nicholas Taleb, “Jugándose la piel”, que viene a decir que no te fíes de quienes no se están jugando la piel en algo. Los militantes de la LND se estaban jugando la piel para traer la democracia a Birmania, pero los occidentales que les jaleaban, no.
A mediados de los noventa los militares quisieron abrir el país. Eran conscientes de que necesitaban inversores extranjeros y también querían utilizar su potencial turístico para atraer turistas y, sobre todo, divisas. En abril de 1997 la Administración Clinton impuso sanciones a Birmania y prohibió toda inversión nueva en el país. Por su parte, las ONGs occidentales y los opositores en el exilio hicieron todo lo posible para boicotear la campaña “Visite Myanmar”, que el gobierno lanzó en 1996 con el objetivo de atraer a medio millón de visitantes. La campaña pinchó y las sanciones descarrilaron los planes de los militares e hicieron que muchos pequeños negocios quebrasen y que sobreviviesen aquéllos que tenían más relaciones con el poder, pero el país no se movió un ápice en dirección a la democracia. Thant considera que hubiera sido preferible contribuir a la apertura del país. Las dictaduras soportan mal el contacto con el resto del mundo.
Para el año 2000, Birmania era un país aislado, en el que los militares parecían más atrincherados que nunca. La LND, por su parte, estaba desmantelada después de muchos años de acoso y tenía a muchos de sus líderes en la cárcel. Su mejor, casi su única baza, eran Aung San Suu Kyi y su carisma.
La Administración Bush, por el interés de la Primera Dama Laura Bush, se tomó en serio la situación en Birmania. Eran los años previos a la invasión de Iraq de 2003 y al auge de China (“China era poco más que un mercado gigante nuevo para las compañías multinacionales”), cuando Occidente, lleno de optimismo y seguridad en sí mismo, creía que cambiar regímenes era tan sencillo como cambiar ruedas de bicicleta. En julio de 2003 la Burma Freedom and Democracy Act impuso a Birmania unas sanciones severísimas, prohibiendo las importaciones birmanas a EEUU, congelando activos birmanos en EEUU y prohibiendo las remesas a Birmania, lo que suponía el corte de las relaciones bancarias con el país. La Ley además requería que EEUU bloquease cualesquiera créditos que el Banco Mundial u otras instituciones financieras internacionales pudieran conceder a Birmania.
Thant afirma que por esas fechas Than Shwe (el líder del SLORC, que para aquellas fechas había cambiado su nombre por el más eufónico de SPDC- Consejo de Estado para La Paz y el Desarrollo) ya estaba preparando su salida del poder. Than Shwe quería eventualmente retirarse con la seguridad de que no habría represalias contra él y contra los suyos y que sus bienes serían respetados. Sus primeros pasos consistieron en ir deshaciéndose de aquellos generales que estaban más próximos a él por antigüedad. El segundo paso fue deshacerse del jefe de los servicios de inteligencia, Khin Nyunt, que había resultado demasiado listo para su propia salud. Khin Nyunt manejaba el impresionante aparato de inteligencia y algunos analistas opinaban que tenía tendencias más liberales que Than Shwe e incluso le veían pilotando una transición. Resulta peligroso cuando analistas extranjeros te quieren tanto.
Curiosamente Than Shwe no tocó uno de los planes de Khin Nyunt: la hoja de ruta de siete pasos hacia una democracia disciplinada. El plan preveía la elaboración de una Constitución, la celebración de elecciones y el traspaso del poder a un gobierno civil. Ningún analista extranjero otorgó la más mínima credibilidad a la hoja de ruta y, sin embargo, ése fue el camino por el que acabó transitando la junta militar.
En 2004 Than Shwe tomó una decisión que sorprendió a todos: construir una nueva capital en el centro del país, Naypyidaw. Los motivos fueron varios: una capital alejada, donde sólo hubiera funcionarios, impermeabilizaba al régimen en caso de disturbios callejeros en Yangon, donde estaban las principales instituciones de enseñanza superior y que tenía una tradición de protestas contra el régimen; el centro del país era el lugar desde el que históricamente se había gobernado el país; en el pensamiento político birmano (y también de otros países de la región), el establecimiento de una nueva dinastía comportaba la fundación de una nueva capital. Y, aunque parezca increíble, un último motivo era estar protegidos en caso de invasión anfibia norteamericana. Hoy puede sonar exagerado, pero pensemos que se trataba de generales paranoicos y que el año anterior se había producido la invasión de Iraq. A lo mejor no estaban tan paranoicos.
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