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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La guerra más larga (3)

Emilio de Miguel Calabia el

(Hamid Karzai. El que en 2001 era el hombre providencial para 2008 se había convertido en una molestia

En agosto de 2003 la OTAN decidió salir de su zona de confort y asumió el mando y control de ISAF. Como objetivos se fijó el establecimiento de un gobierno afgano autosuficiente, moderado y democrático, capaz de ejercer su autoridad y operar en todo el territorio nacional. La OTAN encaró la operación con cierta trepidación. Desde la desaparición del Pacto de Varsovia, sentía que le faltaba algo, una misión clara que justificase su existencia. Afganistán, la primera operación que iba a realizar fuera de su ámbito geográfico habitual, parecía que le ofrecía la oportunidad de reinventarse.

Sin embargo, desde muy pronto aparecieron algunas grietas en su papel en Afganistán. La primera es que no todos los aliados iban buscando lo mismo. Para unos se trataba de compensar a EEUU por su renuencia a involucrarse en Iraq. Para varios se trataba básicamente de dar satisfacción a EEUU, de la manera más barata posible. Ello implicaba para algunos de ellos lo principal fuera contribuir con el menor número posible de tropas y eludir entrar en combate. Esto hacía que fuera difícil establecer una estrategia coherente para las fuerzas de la OTAN. Un problema adicional es que en general las fuerzas de los miembros de la OTAN estaban pensadas para conflictos en Europa, no para operaciones de contrainsurgencia en países exóticos y lejanos. Y, para terminar de arreglarlo todo, las fuerzas de la OTAN compartían con las fuerzas norteamericanas el importante hándicap del desconocimiento del país.

Tal vez 2004 fuera el año de todas las esperanzas. La reconstrucción iba avanzando. La actividad talibana era mínima. En enero fue aprobada por consenso la nueva Constitución. Era una Constitución moderna, que seguía el modelo presidencialista norteamericano y reconocía los derechos de las mujeres y las minorías. También establecía que ninguna ley podría ser contraria a los principios y creencias del Islam. En octubre se celebraron elecciones presidenciales. Los talibanes cometieron algunos atentados durante la campaña para descarrilar el proceso, pero fueron pocos en número y poco efectivos y apenas la entorpecieron. La campaña y las elecciones transcurrieron de manera bastante pacífica; votó el 70% del censo electoral. Ganó Karzai con el 55% de los votos. Hubo algo de fraude, pero la comunidad internacional estuvo de acuerdo en que había ganado Karzai.

Durante los siguientes meses, las preocupaciones fundamentales de Karzai serían ir extendiendo la autoridad del gobierno fuera de Kabul, aumentar los ingresos impositivos, continuar con la desmovilización de las milicias y mejorar la situación de seguridad, una cuestión en la que básicamente dependía de ISAF.

En septiembre de 2005 se celebraron elecciones parlamentarias y provinciales. La participación fue baja (el 50%) y hubo más problemas de seguridad que cuando las elecciones presidenciales, sobre todo en el sur del país. Hubo numerosas irregularidades en las provincias, donde jefes tribales y señores de la guerra manipularon para que ganaran sus candidatos. El resultado de las elecciones fue una Cámara Baja y unos consejos provinciales en la que ex-señores de la guerra y sus partidarios consiguieron la mayoría de los escaños. Un dato esperanzador fue que en la Cámara Baja el 28% de los escaños fue para mujeres.

2006 fue el año en que los talibanes resurgieron. El número de ataques suicidas se quintuplicó, mientras que los explosivos detonados a distancia se duplicaron. El objetivo principal de los talibanes era mostrar que seguían siendo una fuerza a la que tener en cuenta y erosionar el apoyo al gobierno en las zonas rurales, mostrando que las autoridades de Kabul no podían garantizar su seguridad. Una lección de la lucha contra-insurgente es que la población a menudo no apoya a un bando o al otro por motivos ideologicos, sino basándose en la consideración de quién cree que va a ganar.

En noviembre de ese año la OTAN celebró su cumbre anual en Riga. Éxito y armonía tal vez no sean las mejores palabras para describirla. El rifirrafe esencial ocurrió entre EEUU, Gran Bretaña, Canadá y los Países Bajos y el resto. Las tropas de estos cuatro países estaban operando en el sur del país, donde la situación era muchísimo más complicada militarmente. Básicamente querían que sus socios se involucrasen poniendo más tropas a disposición de la OTAN, que participasen en operaciones en el sur y que eliminasen las restricciones nacionales sobre cómo, cuando y dónde sus tropas serían utilizadas en condiciones de combate. Aunque se retiraron muchas de las restricciones nacionales y varios de los miembros aceptaron poner a disposición más fuerzas y armamento, la cuestión de quiénes irían a luchar en el sur siguió sin resolverse.

El Secretario General de la OTAN, el holandés Jaap de Hoop Scheffer, hizo lo que deben hacer los secretarios generales de cualquier organización: mantener el optimismo. Al término de la Cumbre, manifestó que había habido auténticos progresos y que la guerra en Afganistan “es ganable, está siendo ganada, pero no ha sido ganada todavía porque, desde luego, tenemos muchos retos en Afganistán”. De Hoop también dijo que esperaba que para 2008 las fuerzas afganas comenzaran a hacerse cargo de la seguridad, ya que para entonces habría una estructura política más estable. Sí, de Hoop se llevó el Premio Profeta del Año en 2006.

2008, el año en que Afganistán hubiera debido estar más estable según de Hoop, fue el año en el que se cerró la ventana de oportunidad para reconstruir el país, que se había abierto en 2001, y las cosas comenzaron a rodar cuesta abajo.

2008 fue el año del resurgir bélico de los talibanes. Desde finales de 2007 habían estado presentes en la provincia de Helmand y a pesar de distintas operaciones aliadas, resistieron. También se hicieron presentes en el norte del país, donde consiguieron abrir un nuevo frente en Balk y Kunduz. En junio, en un audaz golpe de mano, los talibanes asaltaron la cárcel de Kandahar y liberaron a todos los presos, entre los que había 400 de sus combatientes. En julio lanzaron un fuerte ataque contra la base de Wanat en el este del país. En el último trimestre del año sus ataques se cebaron sobre los convoyes que abastecían a las tropas aliadas desde Pakistán. A estos ataques hay que sumar los atentados suicidas, que se multiplicaron y causaron más bajas que en todos los años precedentes.

Si en el terreno militar la situación se había complicado, otro tanto ocurría en el frente civil. EEUU comenzó a estar entre preocupado y molesto con los resultados del gobierno de Karzai, aunque intentó no airear demasiado su disgusto. La Administración Karzai se percibía como ineficiente, débil, incapaz de imponerse a los líderes provinciales, que solían actuar como reyezuelos, y, lo peor de todo, muy corrupta. Karzai, por su parte, también tenía sus quejas contra los occidentales. Estimaba que no le estaban ayudando a extender su autoridad sobre las provincias. Pero la cuestión que más emponzoñó las relaciones entre Karzai y Occidente fue la de las bajas civiles. En 2008 murieron 828 civiles como víctimas colaterales de operaciones de las fuerzas aliadas, sobre todo en bombardeos. Estas muertes contribuyeron al deterioro de las relaciones entre los aliados y la población afgana. La combinación de una Administración con los defectos señalados y la cuestión de las bajas civiles hizo que la popularidad de Karzai entre los pashtunes empezara a deteriorarse, lo que redundó en beneficio de los talibanes.

El propio Presidente Bush al final de su mandato era consciente de que la situación se había deteriorado en Afganistán. En un informe que entonces no se hizo público, se informó al Presidente de que para vencer, EEUU tendría que mejorar la administración del país, reducir el comercio de opio, que financiaba a los talibanes y fomentaba la corrupción de la administración, y eliminar los santuarios que tenían los talibanes en Pakistán. Bush hizo entonces lo que hubiera debido hacer mucho antes: comenzó el repliegue de Iraq y destinó nuevos efectivos a Afganistán. No era suficiente y no fue acompañado de otras políticas para resolver los problemas detectados en el informe, pero algo era algo. Para finales de 2008 ya había 68.000 soldados norteamericanos en el terreno. ¡Qué lejanos estaban los tiempos en los que parecía que el país podía conquistarse con sólo 2.500 soldados!

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