Emilio de Miguel Calabia el 02 oct, 2021 (EEUU y los talibanes firmando la paz. Gracias a los turbantes sé que no se trata de la firma de los Acuerdos de Paz de Paris de 1973. Más sensación de déjà vu) En octubre de 2018 se celebraron las elecciones generales, que hubieran debido celebrarse en 2014. No sé si los políticos afganos se daban cuenta de que, dado el cariz que iba tomando el escenario internacional, más les valía que las elecciones transcurriesen normalmente para así demostrar al mundo que la República Islámica Afgana funcionaba. Vistos los resultados, no se habían dado cuenta. Las elecciones fueron todo lo disfuncionales que cabía esperar, dados los antecedentes. Durante la campaña electoral, diez candidatos fueron asesinados por los talibanes. Un tercio de los colegios electorales no llegaron a abrir, en muchos casos por el caos administrativo existente, y en la provincia de Ghazni no pudieron celebrarse las elecciones. Hubo dudas sobre las listas de votantes y las elecciones tuvieron que extenderse a un segundo día y en Kandahar se celebraron una semana después. El primer día 170 personas fueron muertas o heridas por bombas o lanzamiento de cohetes. La participación fue del 38%. Afganistán batió algún tipo de récord, porque los resultados no se hicieron públicos hasta seis meses después. El Parlamento se inauguró el 26 de abril de 2019, casi cuatro años después de que hubiese expirado según la Constitución el Parlamento precedente. Los resultados electorales de Paktia y de Kabul no se hicieron públicos hasta unos días despúes de la apertura del Parlamento. Las elecciones de Ghazni se postpusieron sine die. La guinda fue que la Comisión de Quejas Electorales declaró nulos los resultados por Kabul el 6 de diciembre, alegando mala gestión de las elecciones, violaciones de la ley electoral, abandono de sus funciones por la Comisión Electoral Independiente y falta de transparencia. No es de extrañar que algunos decisores norteamericanos se anduviesen preguntando si merecía la pena combatir por esa patulea. El 21 de enero de 2019 comenzaron las negociaciones de paz entre EEUU y los talibanes. Las cuestiones sobre la mesa eran la retirada de las tropas norteamericanas y de la OTAN, el contraterrorismo, las negociaciones intra-afganas y el alto el fuego. Desde el primer momento quedó claro que cualquier acuerdo que se alcanzase debería incluir dos elementos: la retirada de las tropas norteamericanas y que Afganistán no se convirtiese en una plataforma terrorista. En esos momentos el gobierno controlaba el 54% de los distritos del país, el 34% de los distritos estaban disputados y el 12% estaban controlados por la insurgencia. Mientras que las negociaciones entre los talibanes y los norteamericanos iban avanzando a un ritmo razonable, las negociaciones de paz intra-afganas estaban tan atascadas que el corresponsal de la BBC en Afganistán en cierta ocasión dijo que “el mero hecho de que altos miembros del gobierno afgano y oficiales talibanes se sienten en la misma habitación juntos (…) es un paso significativo adelante en el proceso de paz.” Pues sí, en 2019 hubo muchos “pasos significativos” de esas características en las negociaciones intra-afganas. La madre del cordero es que los talibanes no querían negociar con el gobierno de Ghani, al que consideraban ilegítimo. Lo más que aceptaban era reunirse con miembros de la Administración de Ghani que acudiesen a título personal y no como representantes de dicha Administración. No me parece muy difícil de entender la posición talibán. Su prioridad eran las negociaciones con los norteamericanos, para conseguir la salida de sus tropas del país. Intuían que sin las tropas norteamericanas la Administración de Ghani estaría vendida. Por otro lado, en un contexto de guerra civil, resulta una estrategia muy oportuna negarle la legitimidad al contrario. El hecho de que EEUU llevase su propia ronda negociadora con los talibanes sin apenas contar con el Gobierno afgano, contribuía aún más a minar la posición de éste. Y en esto llegó ese momento tan temido en Afganistán: las elecciones presidenciales de septiembre de 2019. Uno pensaría que a esas alturas los afganos habrían aprendido algo sobre elecciones. Va a ser que no. Las elecciones de 2019 dejaron una impresión de “déjà vu” de las elecciones de 2014. Las elecciones, que hubieran debido celebrarse el 20 de abril, se retrasaron al 28 de septiembre. La campaña electoral se vio alterada por la violencia de los talibanes y las acusaciones diversas que se cruzaron los candidatos y la suspicacia ante el funcionamiento de la administración electoral. La participación en las elecciones fue deprimente: el 18,8%. La baja participación cabe atribuirla a la inseguridad causada por los talibanes y al cansancio de ver las mismas caras, que no habían sido capaces de resolver los problemas del país. Los resultados se dieron a conocer el 19 de febrero de 2020, casi cinco meses después de la jornada electoral. Ghani las ganó con el 50,64% de los votos; o sea que por 0,64% de los votos lograba evitar que hubiera segunda vuelta. El candidato que quedó en segundo lugar fue Abdullah Abdullah, que obtuvo el 39,52%. No es que ninguno de los dos estuviera para tirar cohetes, Ghani había logrado los votos del 9,6% del electorado y Abdullah, el 7,5%. Un jarro de agua fría para Ghani, que había esperado conseguir una clara victoria que le legitimase de cara a las negociaciones con los talibanes. Como era habitual, la Comisión Electoral Independiente se lució. Como botón de muestra, referiré los resultados de participación que fue emitiendo hasta la declaración de los resultados. Al día siguiente de las elecciones la Comisión anunció que habían votado 2.196.463 votantes. Cinco días después, uno de los comisarios publicó las cifras de participación: 2.695.890. El 23 de octubre la cifra cayó a 1.932.673 y aún se contrajo más el 2 de noviembre, cuando bajó a 1.843.107. La cifra ¿definitiva? que se anunció en febrero fue de 1.823.948 votos. Casi podemos excusar a Abdullah Abdullah que repitiera la jugada de 2014 y se proclamara ganador, argumentando que lo que la Comisión Electoral Independiente había perpetrado era un golpe de estado. El norte del país, muy mezclado étnicamente, había votado por Abdullah y desde allí llegaron voces que apoyaban su proclamación como ganador y que le pedían que formase gobierno. Abdullah no era alguien que pudiese resistirse a esas peticiones. Formó un gobierno en el norte y el 9 de marzo se proclamó Presidente, al mismo tiempo que Ghani hacía lo propio. Ghani abolió el cargo de Jefe Ejecutivo que ostentaba Abdullah y éste le devolvió la pelota, declarando que Ghani ya no era presidente y sus órdenes carecían de validez. Todos estos juegos ocurrían bajo la mirada entre aterrorizada y alucinada de los norteamericanos que estimaban que, con la que estaba cayendo, los líderes afganos deberían de estarse tomando más en serio otras cuestiones como la de qué hacer con los talibanes. El 23 de marzo EEUU anunció que reduciría su ayuda a Afganistán en 1.000 millones de dólares ante la crisis política y que la reduciría aún más si Ghani y Abdullah no alcanzaban un acuerdo para gobernar conjuntamente. ¿Hizo eso que les entraran las prisas para llegar a un entendimiento? No parece, si tenemos en cuenta que no llegaron a un acuerdo de reparto de poder hasta el 17 de mayo. En virtud de ese acuerdo, Abdullah conduciría las negociaciones de paz con los talibanes y varios de sus seguidores entrarían en el Gabinete. Sorprende la obcecación de los líderes afganos en pelearse entre sí, cuando en Doha se estaba repartiendo el bacalao. Después de meses de negociaciones complicadas, EEUU y los talibanes (o como se les denomina en el Acuerdo “el Emirato Islámico de Afganistán que no es reconocido por EEUU y es conocido como los talibanes”) firmaron un acuerdo de paz en Doha el 29 de febrero de 2020. Lo esencial del Acuerdo es que en él EEUU se comprometía a retirar gradualmente sus tropas; para el 1 de mayo de 2021 ya no debían quedar tropas norteamericanas en el país. A cambio, la promesa básica que hacían los talibanes era que impedirían que el territorio afgano se utilizase como plataforma para la realización de ataques terroristas contra los interses norteamericanos. El Acuerdo, negociado sin intervención del gobierno afgano, podría ser visto por los mal pensados como que EEUU dejaba a sus aliados afganos en la estacada. Es posible que los bien pensados lo vieran de la misma manera. Para evitar dar esa impresión, el Acuerdo menciona que el 10 de marzo habrían de comenzar las negociaciones de paz intra-afganas. Las negociaciones deberían referirse a “la fecha y modalidades de un alto el fuego permanente y omnicomprensivo, que incluya mecanismos de implementación conjunta, que serán anunciados junto con la conclusión de un acuerdo sobre la futura hoja de ruta política de Afganistán”. Para dorarles la píldora a los talibanes, el Acuerdo señala que, en cuanto comiencen las negociaciones intra-afganas, EEUU revisará sus sanciones contra los miembros de los talibanes y comenzará discusiones con otros miembros del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que se les levanten las sanciones de NNUU. Un poco más increíble es otro de los compromisos norteamericanos: como medida de fomento de la confianza, para el 10 de marzo los talibanes liberarían a 1.000 prisioneros que tenían, mientras que el gobierno de Afganistán, que no había participado en las negociaciones, liberaría a 5.000 prisioneros talibanes. Cornudo y apaleado. Al hilo de la entrada de los talibanes en Kabul, he leído muchos comentarios sobre las bondades o maldades del Acuerdo. Mi opinión es que fue un mal acuerdo, que tuvo un pecado original al haberse alcanzado sin la intervención del gobierno afgano. Los talibanes obtuvieron lo que más querían: la retirada de las tropas norteamericanas, que era el principal obstáculo que había a una victoria militar talibán. El compromiso de que Afganistán no se convirtiese en una plataforma para ataques terroristas contra EEUU, no creo que les costase mucho. Sabían que si ganaban la guerra se encontrarían con un país que reconstruir. Además, los más interesados en atacar intereses norteamericanos eran los miembros del Estado Islámico del Jorasán, a los que veían más como a rivales que como a correligionarios. Me quedo con lo que dijo Lisa Curtis, ex-Directora para Asia Central y del Sur en el Consejo de Seguridad Nacional de EEUU: “El Acuerdo de Doha fue un acuerdo muy flojo y EEUU hubiera debido obtener más concesiones de los talibanes”. El Secretario de Defensa en aquellos momentos, Mark Esper, creía que se hubieran debido poner más precondiciones a los talibanes. Historia Tags Abdullah AbdullahAcuerdo de paz de Doha (2020)Ashraf GhaniElecciones generales afganas de 2018Elecciones presidenciales afganas de 2019Guerra de AfganistánNegociaciones de paz EEUU-TalibanesTalibanes Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 02 oct, 2021