En 1550-51 se produjo un debate sin parangón en la historia del imperialismo europeo. El dominico Bartolomé de las Casas y el humanista Juan Ginés de Sepúlveda debatieron sobre la legitimidad de la conquista española del Nuevo Mundo ante un tribunal compuesto por juristas y teólogos. Nunca ninguna otra potencia europea se ha detenido a realizar consideraciones semejantes.
Comencemos por Sepúlveda. Era un sacerdote y erudito humanista. Había sido cronista de Carlos V y era hombre opuesto a las reformas eclesiásticas, empezando por Erasmo. A diferencia de Bartolomé de las Casas, no había estado en América y no conocía de primera mano nada sobre las sociedades indias. Sus tesis favorables a la conquista de América se basaban en las ideas de Aristóteles sobre la jerarquía de los seres humanos y la esclavitud. Sepúlveda afirmaba que España, en tanto que nación civilizada, tenía derecho a someter a los “salvajes”. Los indios eran por naturaleza siervos, amén de bárbaros, incultos, inhumanos e incapaces de gobernarse. En tales condiciones, el imperio de los españoles no podía sino elevar a los indios, aunque deba recurrir a la violencia. Imponer su dominio para llevar un mayor bien a los indios era un deber y un derecho de los españoles, amén de estar reconocido por la bula “Inter caetera”. Resulta interesante que los argumentos de Sepúlveda fueran, tal vez sin haberlo leído, retomados por los imperios coloniales europeos del siglo XIX y su idea de que la carga del hombre blanco era civilizar a sus congéneres menos civilizados. En este resumen apresurado sobre Ginés de Sepúlveda he podido dar la impresión de que era un ultramontano de lo peor. Nada más lejos de la verdad. Era un humanista de valía y un hombre realista.
Aparte del argumento de la inferioridad de los indios, que era el principal, Sepúlveda adujo tres argumentos más: 1) La obligación de eliminar los sacrificios humanos y la antropofagia; 2) La obligación por Derecho Natural de liberar a los inocentes sacrificados en tales ritos; 3) Favorecer la predicación del Cristianismo.
Bartolomé de las Casas sí que tenía una amplia experiencia en América y había sido testigo de muchos de los abusos de los encomenderos. Aunque no se formó en Salamanca, estaba familiarizado con las tesis de Vitoria, que era dominico como él, y las utilizará en su argumentación. Además, llevaba como asesores a varios representantes egregios de la Escuela de Salamanca: Domingo de Soto, Bartolomé Carranza y Melchor Cano. Bartolomé de Las Casas tiene una fama de liberador y humano, que tal vez no le corresponda. El hispanista francés Jean Dumont escribió “El amanecer de los Derechos Humanos. La Controversia de Valladolid”, que no le deja en buen lugar. Le presenta como un hombre paranoico y contradictorio, que predicaba una cosa y practicaba otra, que defendía ideas peregrinas porque en él la ideología siempre primó sobre lo razonable. Espero algún día comentar más in extenso el libro de Dumont.
Bartolomé de Las Casas defendió la humanidad y la igualdad de los indios con los europeos. Los indios poseen la razón y, por tanto, tienen capacidad para gobernarse a sí mismos. Es más, Las Casas les atribuye unas virtudes de templanza, nobleza y mansedumbre, que son un anticipo del mito del “buen salvaje”. Por tanto, rechazo absoluto a la tesis fundamental de Sepúlveda.
En cuanto a los siguientes argumentos sobre las prácticas abominables, la necesidad de salvar a los inocentes y favorecer la predicación del Cristianismo, Las Casas dice: “… aunque a la Iglesia corresponda poner remedio para suprimir este mal, no siempre se les ha de hacer la guerra, sino que anteriormente se debe ponderar mucho la cuestión, no vaya a ser que para impedir la muerte de unos cuantos inocentes sacrifiquemos una innumerable multitud de hombres, sin que éstos lo merezcan, destruyamos reinos enteros e inculquemos en las almas de aquéllos el odio a la Religión Cristiana…”
¿Quién ganó la disputa? No hubo un veredicto final. Algunos de los teólogos se inclinaron por Las Casas y todos los juristas por Sepúlveda. Cabe afirmar que en el corto plazo el vencedor fue Sepúlveda, que se convirtió en una suerte de héroe para los encomenderos. El Imperio no abandonó las Indias, consintió que el proceso de colonización continuase y permitió que las encomiendas siguiesen existiendo.
Sin embargo, a medio plazo el ganador fue Las Casas. La conquista de Filipinas iniciada en 1565 fue mucho más pacífica y respetuosa con los indígenas que la conquista de América. En 1573 Felipe II promulgó la Real Ordenanza sobre cómo debía procederse a la conquista y colonización, que en buena medida hizo suyas las tesis de la Escuela de Salamanca. Finalmente en 1582 tuvo lugar el Sínodo de Manila que confirmó que en última instancia las tesis lascasianas habían triunfado.
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