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El hombre milagroso en Vietnam y dos personajes más (y 2)

Emilio de Miguel Calabia el

El segundo personaje notable en esta historia es Edward Lansdale. Lansdale era un oficial de la CIA, que contribuyó tras la II Guerra Mundial a la derrota de la guerrilla comunista filipina del Hukbalahap y ayudó a que el Secretario de Defensa Ramón Magasaysay llegase a la Presidencia de Filipinas. Tras su éxito en Filipinas, el gobierno norteamericano le envió a Vietnam para que jugase un papel parecido con Ngo Dinh Diem.

Resulta difícil hacer un retrato despasionado de Landsdale. Parece que le sirvió de base a Graham Green para crear el personaje de Alden Pyle en “El americano tranquilo”. Pyle es un idealista con ribetes mesiánicos, al que le resultan indiferentes el daño y los muertos que causa para conseguir sus objetivos. Está tan obcecado por la buena causa a la que sirve, que se olvida de todo lo demás, empezando por las vidas humanas. En “El americano feo”, una respuesta que dieron los norteamericanos Eugene Burdick y William Lederer a la novela de Green que les había hecho quedar tan mal, aparece el Coronel Hillandale, un remedo de Landsdale. Hillandale es un hombre imaginativo y lleno de recursos que conoce bien el país y que, a diferencia de los burócratas que no salen del despacho y siempre la cagan, está continuamente sobre el terreno. Más recientemente Max Boot ha publicado “The Road Not Taken: Edward Lansdale and the American Tragedy in Vietnam”. Boot piensa que si EEUU hubiese seguido el acercamiento que propugnaba Landsdale y le hubiese hecho caso en que había que mantener a Diem, la historia habría sido muy diferente. Boot también relata la tragedia de un asesor que no se dio cuenta de que las decisiones las toman otros y el sino de los asesores es a menudo semejante al de Casandra: ver cómo tus señoritos se precipitan hacia el desastre que has tratado de evitar.

De lo que he podido ir leyendo, creo que Landsdale era un idealista a lo Alden Pyle y que en la persecución de sus objetivos se olvidaba de la ética y de los daños colaterales. Anticomunista hasta la médula, estaba convencido de que estaba trayendo un mundo mejor.

A diferencia de muchos de sus compatriotas, sí que hizo un esfuerzo por entender y para mezclarse con los asiáticos a los que había ido a salvar. De hecho se mojaba por ellos y les demostraba que podía acompañarlos a las duras y a las maduras. En cierta ocasión le dijo al Presidente Kennedy: “Si el próximo funcionario norteamericano que le hable al Presidente Diem tiene la sensatez de verle como un ser humano que ha pasado un infierno durante muchos años y no como un oponente al que hay que golpearle para ponerle de rodillas, empezaríamos a recuperar nuestra influencia sobre él de una manera saludable.” No creo que ningún otro funcionario norteamericano de la época demostrase la misma capacidad de empatía hacia sus interlocutores asiáticos.

No obstante, algunas de las anécdotas sobre él tienen un tufillo a blanco que se considera superior a los amarillos a los que ha ido a ayudar. Por ejemplo, cuando estaba en las selvas filipinas luchando contra la guerrilla del Hukbalahap, se le ocurrió propalar el rumor de que en una determinada zona había vampiros. A continuación, a un guerrillero al que habían capturado, le hicieron dos agujeros en la yugular y le desangraron. Alguien a quien se le ocurre esa añagaza o no está bien de la cabeza, o está convencido de que está tratando con niños.

A este respecto, otra cosa que me llama la atención es que no se preocupase por aprender francés, que era el idioma de las élites vietnamitas en aquellos años, ni vietnamita. Cierto que no todos tenemos las mismas dotes para hablar otros idiomas, pero si vas a salvar a un pueblo, al menos deberías hacer un esfuerzo por intentar comunicarte con él en su propio idioma.

Landsdale era imaginativo y era de los que encuentran soluciones que a nadie se le habían ocurrido antes. Fue un practicante sobresaliente de la guerra psicológica y era un manipulador nato. Boot no se equivoca cuando dice que si EEUU hubiese seguido sus consejos en Vietnam, las cosas habrían sido muy diferentes y seguramente más positivas.

El tercer personaje interesante es uno que en su día fue una celebridad y que en la actualidad está olvidado: Tom Dooley.

Tom Dooley estaba hecho de la madera de la que se hacen los mitos. Era alto y guapo, tenía mucho encanto personal y era un orador convincente Era un católico muy devoto, pero sin caer en lo santurrón. Protestantes y judíos podían simpatizar con su manera de vivir su relación con Dios. Incluso sus actividades humanitarias lo podían hacer simpático a los no-religiosos.

Su vida tuvo mucho de ejemplo. Había nacido en una familia prominente de Missouri, tan prominente que ni se enteró de que Estados Unidos en los años 30 había pasado por la Gran Depresión. Estudió en la Facultad de Medicina de la Universidad de St. Louis, en la que pudo entrar y de la que pudo salir a duras penas, gracias a los contactos familiares. En 1954 se alistó en el Cuerpo Médico de la Armada y saltó a la celebridad por su asistencia a los refugiados que huían de Vietnam del Norte, experiencia que relató en su libro “Líbranos del mal”, que fue un best-seller en aquellos años. El libro además de contener muchas tergiversaciones, cuando no directamente fabulaciones, fue un ejercicio de autopropaganda muy conseguido.

En 1956 dejó la Marina y pasó a trabajar a tiempo completo con los refugiados. Fundó MEDICO y dedicó los siguientes años a trabajar en hospitales en la selva en Laos, que su propia organización había establecido. Es la imagen perfecta para un mito del siglo XX: alguien que abandona sus comodidades para aliviar el sufrimiento ajeno; es de la misma pasta de la que estaba hecho otro mito del siglo XX, la Madre Teresa de Calcuta. Para que su biografía lo tuviera todo, murió convenientemente de cáncer al día siguiente a haber cumplido los 34 años. Como los rockeros, vivió intensamente y dejó un cadáver hermoso.

Aunque en su día hubo gente que pidió que se le propusiera para el Premio Nóbel de la Paz, a los diez años de su muerte, estaba más que olvidado. La imagen de un hombre profundamente religioso inspirado por un sentido de misión casi mesiánico que había resultado tan atractiva en los 50, a finales de los 60 ya no suscitaba entusiasmos. Eran los años de la contracultura y el movimiento hippy y Tom Dooley olía a rancio. Por otra parte, tras los Acuerdos de Paris que pusieron fin a la guerra de Vietnam, EEUU se apresuró a olvidar todo lo que se refiriese a Indochina. No era una experiencia de la que estuviese muy orgulloso.

Y para rematar se descubrió poco a poco que en Dooley no era oro todo lo que relucía, sino que había muchísima purpurina. Para empezar, se puso al descubierto que la mayor parte de “Líbranos del mal”, que tanto hizo para catapultar su fama, era pura invención. Por otra parte, el médico idealista que quería ayudar a la Humanidad, resultó que era un manipulador, que sabía jugar a varias bandas con el objetivo de autopromocionarse. La CIA, la Asociación de Amigos de Vietnam, con una agenda ultraliberal y rabiosamente anticomunista, el lobby católico… Dooley no le hacía ascos a nadie y sabía caerles bien a todos. Por si fuera poco, acabó revelándose que Dooley era homosexual, estaba dentro del armario y ese armario estaba lleno de gente. La realidad es que en 1956 no dejó la Armada por propia iniciativa, sino que le invitaron a salir después de que se le hubiera investigado por actividades homosexuales. Normalmente le habrían expulsado humillantemente, pero para entonces Dooley ya se había convertido en un símbolo nacional que se le ofreció que dimitiera voluntariamente y sin escándalo.

No está mal para un libro de Historia: un relato apasionante y tres personajes redondos.

 

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