
(Theodore Roosevelt caricaturizado como una suerte de policía mundial)
El siguiente episodio en el que quiero detenerme es en la política norteamericana de “puertas abiertas” en China a comienzos del siglo XX, en la que por primera vez EEUU se mostró como un gran poder con el que había que contar en la política mundial. El 6 de septiembre de 1899 el Secretario de Estado norteamericano John Hay envió una circular sobre China al Reino Unido, Francia, Alemania, Italia, Japón y Rusia. Básicamente la nota proponía el mutuo respeto de los intereses de los Estados presentes en China. Los objetivos últimos eran garantizar la integridad territorial de China, evitando su reparto en colonias, proteger el comercio norteamericano con China sin necesidad de recurrir al ejercicio de control territorial sobre el país y asegurar el libre comercio con toda China. Todos los receptores de la circular la terminaron aceptando tarde o temprano.
Al igual que Kissinger en 1972, Hay era consciente de la importancia de China. En sus palabras: “El centro de las tormentas globales se ha movido gradualmente hacia China. Quienquiera que comprenda a ese poderoso imperio (…) tiene la llave para la geopolítica mundial de los próximos 500 años.” Hay pretendía que esa potencia fuese EEUU. Cuando la rebelión de los boxers en 1900, Hay envió otra circular a las potencias que en esos momentos estaban luchando contra la rebelión, señalando que con independencia de cuál fuera el resultado de la rebelión, EEUU “preservaría la entidad soberana y administrativa china, protegería los derechos garantizados de las potencias amigas por tratados y por el derecho internacional y salvaguardaría para el mundo el principio de comercio igual e imparcial con todas las partes del imperio chino.” EEUU se esforzó por que las exigencias de las potencias aliadas tras la rebelión no fueran excesivas, al tiempo que promovía sus intereses. EEUU quería que China realizase reformas económicas, que tuviese una divisa estable y que protegiese las marcas registradas norteamericanas. Esto quedó reflejado en el tratado comercial que ambos firmaron en 1903.
Ese auge del poderío global norteamericano llevó a que algunos estudiosos se hiciesen preguntas geopolíticas que hasta entonces nadie se había hecho en EEUU. Brook Adams en “La supremacía económica americana” hizo el siguiente análisis de la situación global: el poderío del Reino Unido se estaba reduciendo paulatinamente y Rusia parecía la ganadora del desequilibrio creado por el retroceso británico y para Adams representaba la principal amenaza. Alemania, en contraste, era una amenaza más inmediata, pero menos grave a largo plazo.
Por esos años Alfred Thayer Mahan publicó “La influencia del poder marítimo en la Historia”, una obra que se ha hecho clásica. En ella abogaba porque EEUU se convirtiese en una potencia naval con una perspectiva global. El primer paso había sido el dominio naval sobre el Caribe, consumado tras la guerra con España de 1898. En el Pacífico EEUU no podría conseguir un predominio semejante, pero Mahan abogaba porque EEUU se convirtiese en una potencia asiática.
Una muestra de la influencia global que ya había conseguido EEUU fue que se convirtió en la potencia mediadora de la guerra ruso-japonesa (1904-1905). EEUU temía que si Japón conseguía una victoria aplastante, se dirigiese a China a continuación. La situación en abril de 1905, cuando se dan los primeros pasos en la mediación norteamericana, era la siguiente: Rusia había sido derrotada aplastantemente y vivía una situación prerrevolucionaria y Japón estaba exhausta y endeudada. El éxito en esta mediación y el capital diplomático conseguido, permitió a EEUU jugar un papel relevante en la Conferencia de Algeciras. Allí las instrucciones de Roosevelt a su plenipotenciario fueron que debía impedir la ruptura entre Alemania y Francia. La terquedad del Kaiser impidió que este objetivo se cumpliera. Francia fue la ganadora en la Conferencia y vio su posición en Marruecos reforzada mientras que Alemania quedaba humillada y no conseguía ninguno de sus objetivos, el primero de los cuales había sido humillar a Francia y distanciarla del Reino Unido. De hecho, Francia y el Reino Unido reforzaron su alianza. Europa se deslizaba poco a poco hacia la guerra, pero el sucesor de Roosevelt, William Howard Taft, sería un presidente mucho más renuente a intervenir en la política europea. Como quiera que fuera, con Roosevelt comienza a convertirse en “la potencia indispensable”, un papel que desempeñará plenamente tras la II Guerra Mundial.
Cuando estalló la I Guerra Mundial, la opinión pública norteamericana era abrumadoramente partidaria de la neutralidad. El consejo final de Washington de que el país no se involucrase en los conflictos europeos aún resonaba. El presidente Wilson era un presidente volcado sobre la política doméstica y al que apenas interesaba la política internacional. De hecho temía que si se involucraba en la I Guerra Mundial, sus logros en política interior caerían por tierra. Aunque su corazón estaba con la causa aliada, le producía cierto malestar la idea de que, si ganaban la guerra, los aliados pretenderían obtener ganancias territoriales.
Fue la torpeza de los alemanes la que acabó con todos los deseos aislacionistas. Los alemanes, al igual que harían en la II Guerra Mundial, lanzaron una campaña submarina para atacar el comercio británico. Una de las víctimas de esa campaña el hundimiento del Lusitania, que mató a casi 200 pasajeros, de los que 128 eran norteamericanos. Irónicamente años después se sabría que el Lusitania llevaba armas y municiones en sus bodegas, destinados al Reino Unido. Alemania, a pesar del incidente del Lusitania y de algunos otros, declaró la guerra submarina sin restricciones, lo que encorajinó a la opinión pública norteamericana. La gota que colmó el vaso fue el telegrama Zimmerman, una oferta del ministro de AAEE alemán a México, para que combatieran juntos a EEUU, de forma que México pudiera recuperar el terreno perdido en 1848. Increíblemente los alemanes mandaron el mensaje a través de la red transatlántica norteamericana y fue interceptado y descodificado sin problema por los norteamericanos.
Wilson entendió que la opinión pública norteamericana no aceptaría involucrarse en una guerra en Europa y hacer los sacrificios necesarios, para que el Reino Unido ocupase las colonias alemanas en África y Rusia se hiciera con los Dardanelos. Era preciso venderle la guerra y eso hizo Wilson con su discurso del 22 de enero de 1917. En él habló de conseguir no un equilibrio de poder, sino una comunidad de poder, y una paz negociada sin victoria. El discurso no fue una mera añagaza para convencer a los norteamericanos de que debían ir a la guerra. Wilson era un idealista y se creyó realmente sus palabras.
El 8 de enero de 1918 Wilson daría a conocer sus 14 Puntos, un intento idealista de configurar un nuevo orden internacional más justo y pacífico. Los Puntos triunfaron en cuanto que introdujeron conceptos que ya no abandonarían las relaciones internacionales como el de la libre determinación de los pueblos. Pero en lo esencial fracasaron. Las potencias ganadoras,- Francia y el Reino Unido-, se siguieron comportando con un apetito expansionista inmoderado. Alemania quedó resentida, porque las promesas irénicas de los 14 Puntos no se le cumplieron y se vio sometida a un duro castigo territorial y financiero. EEUU regresó inmediatamente a su tradicional aislamiento y con ello renunció al derecho, que se había ganado a pulso, a configurar el orden de posguerra. Este error no lo cometería tras la II Guerra Mundial.
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