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Españoles en Siam (1)

Emilio de Miguel Calabia el

El año que viene se cumplirán 25 años del libro “Españoles en Siam” de Florentino Rodao. En su momento, fue un hito, que hemos leído todos los que estamos interesados en el Extremo Oriente. Hasta ese momento era muy poco lo publicado sobre las relaciones entre España y Asia y lo poco que había se centraba en Filipinas y a menudo lo hacía desde una óptica hispanoamericanista. Meterse en un terreno inexplorado como el de las relaciones entre España y un país asiático que no fuese Filipinas, era una osadía de gran calibre.

Desde finales del siglo XV, España tenía una espinita clavada. Con la firma del Tratado de Tordesillas, España se había vedado la posibilidad de llegar a Asia por el este y era allí donde estaban las islas de las especias. La expedición de Magallanes tenía como uno de sus objetivos princiales ver si se podía llegar a las islas de las especias por el oeste. Elcano, que concluyó la expedición tras la muerte de Magallanes, demostró que sí que se podía, pero había el pequeño problema de que luego no era posible regresar en sentido contrario.

En 1529 España y Portugal firmaron el Tratado de Zaragoza por el que Portugal pagaba a España para que renunciase a cualesquiera pretensiones que pudiera tener sobre las islas Molucas, donde se producían las especias. Con su firma, España reconocía su exclusión del comercio asiático, al no haber vía de regreso desde Asia hasta América.

Todo cambió cuando en 1565 Andrés de Urdaneta descubrió las corrientes marinas que permitían navegar de las Filipinas a la costa pacífica de América, el denominado tornaviaje. De pronto las Filipinas, descubiertas en 1521, se convertían en una plataforma insuperable para la exploración y conquista de Asia.

En 1571 Miguel López de Legazpi fundó la ciudad de Manila. Rodao señala que en esos primeros momentos los españoles no tenían planes claros ni sabían bien lo que querían, aparte de conquistas fáciles y riquezas. Les movía el recuerdo de cómo fue la conquista de América, donde la Española primera y luego Cuba, fueron bases temporales desde las que se lanzó la conquista del continente. Seguramente muchos pensaron que Filipinas desempeñaría un papel parecido y que sería temporalmente el foco del dominio español en Asia, en tanto se conquistaba algo más sustancial en el continente. Con lo que esos españoles optimistas no contaban era con que en Asia no contarían con dos ventajas importantísimas que sí que habían tenido en América y que habían permitido su victoria. La primera era la viruela. Las poblaciones americanas carecían de inmunidad natural contra la viruela; los estragos que causó contribuyeron poderosamente a la conquista de América. La otra es que en Asia nos españoles no disponían de la superioridad en tecnología militar que habían tenido en América. Un tercer factor que influyó es que las sociedades asiáticas tenían un mayor grado de institucionalización, estabilidad y desarrollo. A diferencia de los imperios aztecas e inca, en Asia no bastaba con hacerse con la persona del soberano para conquistar un imperio.

Mientras que los más iluminados elaboraban planes ilusorios para conquistar China con ciento diez buenos arcabuceros españoles (véase el libro de Manel Ollé, “La empresa de China”, que ya comenté aquí), los más sensatos se conformaban con planear la conquista de Indochina.

Desde la década de los 80, el reino de Ayuthaya comienza a ser citado en los documentos españoles y no necesariamente de manera amistosa. El gobernador de Manila Santiago de Vera (1584-1590) informó al Rey Felipe II de que Ayuthaya era un reino muy poblado y con muchos recursos y añadió significativamente: “La gente es poco belicosa”. Esta afirmación viniendo de un español del siglo XVI tenía mucho peligro.

Aunque Ayuthaya, adonde Manila envió una primera misión en 1586, hubiera podido atraer las codicias de los españoles, su atención a la postre se dirigió hacia Camboya. Tras la decadencia del imperio khmer y la conquista de Angkor por los siameses en 1431, Camboya era un reino debilitado que resistía las acometidas de su vecino siamés como podía. En la década de los 80 del siglo XVI, Camboya estaba además envuelta en guerras intestinas. Los españoles debieron de pensar que la situación era semejante a la del imperio inca que conquistó Pizarro, aprovechando la guerra civil que lo devastaba, y allá que se metieron. No voy a entrar aquí en la historia de la fallida empresa camboyana. Hace años la editorial White Lotus publicó el memorial que Fray Gabriel Quiroga de San Antonio dirigió al Rey Felipe III con el título “La breve y verdadera relación de los sucesos del reyno de Camboxa al rey Don Philipe nuestro señor”, donde cuenta con pelos y señales lo sucedido. Federico Villalobos noveló el suceso hace unos años en la muy mejorable novela “La conquista de Camboya”.

Durante varios lustros hubo en Manila una facción partidaria de Camboya, país que creían muy prometedor como base para conquistar Asia y a cuyos reyes atribuían una buena disposición para permitir la evangelización del reino. Esa misma facción abogaba por tomar partido por Camboya en su enfrentamiento con Ayuthaya. La idea de que los siameses eran flojos y por ende fácilmente derrotables solía ser aducida, así como las supuestas simpatías de su rey hacia el Islam. Las tonterías que hace decir la codicia.

Curiosamente, mientras los aventureros veían a Siam con recelo, las relaciones comerciales se desarrollaban viento en popa. El gobernador Francisco de Tello de Guzmán (1596-1602) se apercibió de que los españoles con su insistencia en favorecer a Camboya habían estado apostando a caballo perdedor. El reino que importaba era el de Ayuthaya. Tello también advirtió que faltaban en las Filipinas los soldados necesarios para emprender la conquista de Ayuthaya con posibilidades de éxito. En esas condiciones, mejor desarrollar relaciones pacíficas y promover el comercio en beneficio de todos.

En 1598 Juan Tello de Aguirre, el sobrino del gobernador, fue en misión a Ayuthaya y consiguió autorización real para que los españoles pudieran establecerse en el reino y comerciar libremente. Por desgracia, el tratado firmado en 1598 quedaría en papel mojado y carecería de resultados prácticos. Algo que se repetiría muchas más veces en los siglos siguientes en las relaciones entre España y Ayuthaya/Siam.

A finales del siglo XVI, aún se veía a Filipinas como el primer paso para la conquista de Asia continental. Lo que hacía falta era concretar por dónde empezar la conquista, si por Camboya, por Ayuthaya o por Champa (en la costa central del actual Vietnam). A comienzos del siglo XVII la situación comienza a cambiar. A la amenaza de los piratas chinos y japoneses se suma la de los holandeses. Poco a poco, de una mentalidad expansionista se pasa a otra defensiva y de la idea de que Filipinas fuese el trampolín de España hacia Asia se pasa lentamente a la de que sea un apéndice del Virreinato de Nueva España. Peor todavía, se desperdició la posibilidad de hacer de Manila un gran enclave comercial entre Asia y la América Hispana. La presión de los comerciantes sevillanos, que temían la competencia de los productos chinos, hizo que el comercio entre Manila y la América Hispana se limitase a un solo galeón anual por una regulación de 1593.

 

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