Carmen Resino, escritora, historiadora y pintora, es una creadora de belleza que ha escrito con Esa fuerza ancestral, ese sentimiento poderoso… y El ametrallador (Ediciones Antígona, Madrid, 2022) sendas obras sobre la creación. Lo digo en sentido amplio, pues estas obras hablan de la política y del arte, del gobierno y de la maternidad, de la construcción de un legado, de su preservación y también de su destrucción.
Como Resino ha sido tantas veces considerada una escritora de obras históricas (tan solo porque sí es historiadora y porque en varias de sus piezas –aunque ni siquiera en la mayoría- se acerca a figuras del pasado) no le molestará que traiga una cita no muy breve de uno de los textos fundadores de la cultura occidental. En El banquete, Platón hace que Diotima reflexione sobre los objetos bellos creados por los hombres, entendiendo objeto en un sentido igualmente amplio: «Y todo el mundo preferiría para sí haber engendrado tales hijos en lugar de los humanos, cuando echa una mirada a Homero, a Hesíodo y demás buenos poetas, y siente envidia porque han dejado de sí descendientes tales que les procuran inmortal fama y recuerdo por ser inmortales ellos mismos; o si quieres –dijo-, los hijos que dejó Licurgo en Lacedemonia, salvadores de Lacedemonia y, por así decir, de la Hélade entera. Honrado es también entre vosotros Solón, por haber dado origen a vuestras leyes, y otros muchos hombres lo son en otras muchas partes, tanto entre los griegos como entre los bárbaros, por haber puesto de manifiesto muchas y hermosas obras y haber engendrado toda clase de virtud. En su honor se han establecido ya también muchos templos y cultos, por tales hijos, mientras que por hijos mortales todavía no se han establecido para nadie».
La cultura en occidente, pues, no nace con la mera idea de preservación y continuidad, sino con las de creación, gestión y transformación; y en el caso de la cita se vinculan el arte, la política y la procreación. Así, los protagonistas de estas dos obras también son creadores. Uno, el de El ametrallador, es el político francés Fouché, sobre quien Resino ya había escrito La última jugada de José Fouché. La autora ha añadido una nota sobre su propia obra con datos sobre este conocido revolucionario. Tan solo debo precisar que lo llamo creador en tanto que dirigente (como lo fuesen Licurgo o Solón), y procurase la construcción de un modelo de sociedad, administración y convivencia de calidad discutible pero de absoluta relevancia.
En Esa fuerza ancestral, ese sentimiento poderoso… hay dos creadores literarios. Sus protagonistas son dos escritores viejos pero no decrépitos, que habitan en la época actual. Si en El ametrallador estamos en 1820, poco antes de que Fouché muera a los sesenta y un años, en Esa fuerza ancestral… nos situamos doscientos años más tarde, y el cambio en la esperanza de vida hace que los personajes, a los 70 años, tengan mayor vitalidad que Fouché a los 60.
Las dos obras son muy diferentes en apariencia y muy próximas en contenido. El ametrallador es un repaso a una vida lleno de datos, fechas, justificaciones, explicaciones, excusas, aseveraciones… Fouché es interrogado por un interlocutor que una y otra vez cuestiona la eficacia y hasta la honorabilidad de su proceder en el pasado. El personaje recalca su fuerza, su energía, su capacidad para adelantarse a los acontecimientos y también de adaptarse a los cambios; pese a su decadencia corporal, se llena de vigor al recordar quién es, quién ha sido y por qué ha hecho lo que ha hecho por muy cruel que pueda ser a ojos de los demás.
Los personajes de Esa fuerza ancestral, ese sentimiento poderoso…, que se diría más saludables que Fouché, están sin embargo más tristes y hasta derrotados que aquel. Fouché se siente un constructor de mundos; Élla y Él, en cambio, escriben para intentar hallar sentido a un mundo que se derrumba y amenaza con aplastarlos. Fouché ha buscado crear grandeza, Él y Ella han pretendido recuperar su belleza.
En la bibliografía que aporta Carmen Resino para El ametrallador se incluye, lógicamente, la biografía que dedicó Stefan Zweig a Fouché. A su vez, Él y Ella se declaran admiradores de Zweig y de su esposa Lotte, suicidas en su exilio. También en Esa fuerza ancestral… se plantea la posibilidad de suicidarse, de si como escritores y personas han cumplido un objetivo o no, si tienen algo que aportar o está ya todo hecho y perdido... En El ametrallador, la construcción se ha hecho a costa del dolor ajeno. En Esa fuerza ancestral… ellos mismos han sido los dañados…
Crear duele, pero lo que termina de unir a las dos obras son sendos personajes que ocupan un mismo espacio familiar pero con una intervención por completo diferente: las hijas. Fouché es interpelado por su hija Josephine, una joven de 18 años que claramente pertenece a un mundo que no es el de su padre, sino que es mucho más cercano al nuestro. Su voz es la nuestra interrogando a un político que ha frecuentado la traición, la corrupción, el crimen, y que ha antepuesto ese deber, ese deseo, a su paternidad. El ametrallador se descubre entonces como una obra falsamente histórica. Lo de menos es el relato continuado de episodios verdaderos de la obra de Fouché. Un lector o espectador no tiene por qué seguirlos, no es imprescindible conocerlos todos, se diría que es casi imposible acompañar y entender el devenir del político a través de tantos años, lugares y contendientes. Y es que el objetivo no es proporcionar una información sino un clima, una bruma que ciega y aturde al convertir los datos precisos en otros tantos aldabonazos en las puertas de la culpa. Josephine enjuicia a Fouché con pruebas pero lo condena no tanto por lo que ha hecho sino por lo que ha sido y por lo que se ha negado a ser.
También Él y Ella tienen una hija, y a ella remite el título de Esa fuerza ancestral, ese sentimiento poderoso… Una hija ausente, enfadada, negadora. Una hija que acaso haya sido víctima, a su modo, de la obsesión de escribir. Porque la creación del mundo político de Fouché no es más absorbente que la creación de mundos literarios; porque el sufrimiento reconvertido en literatura no es más sanador que la capacidad para dictaminar sobre tierras y gentes; porque en uno y otro caso está la entrega a unas misiones egoístas que dejan poco espacio para los otros, para aquellos que han sido engendrados pero a quienes no se ha brindado el tiempo y la atención necesarios.
Que Carmen Resino es una escritora magnífica es algo de sobra sabido: más de cincuenta títulos en su haber lo demuestran. Pero nunca está de más recordarlo cuando nos enfrentamos ante dos obras como estas. Son diferentes pero comparten un mundo propio: el de quien sabe que no trabajamos para nosotros sino para los demás, los de nuestra sangre y los que no han nacido todavía, los que tendrán nuestra herencia y los que serán afectados por nuestros actos sin conocernos. Carmen Resino nos obliga a pensar en qué hacemos y qué queremos de los otros, de los nuestros, ahora que, a lo mejor, aún estamos a tiempo de decidir qué hacer.
@Pedro_Villora
Artistas